Lo que muchos esperaban y otros muchos temían, pasó: Donald Trump ganó la presidencia de Estados Unidos por segunda ocasión. El resultado dice mucho tanto de la estrategia y personalidad del hoy presidente electo como de los votantes estadounidenses. La creciente desafección por la democracia y el gusto público por la matonería auparon a Trump, quien goza de una ferviente masa de seguidores que le perdona excesos y abusos que hace un par de décadas hubieran tumbado a cualquier otra figura pública. Pese a estar imputado por delitos graves, haber sufrido un duro revés en el debate con Kamala Harris, cometer crasos errores durante la campaña y sufrir el distanciamiento de incluso un grupo de republicanos, ganó el voto del Colegio Electoral y es muy probable que también el sufragio popular. Durante la campaña, en la que se prodigó en mentiras e insultos, Trump volvió a hacer de la migración y de los migrantes su marca política, utilizándolos discursivamente para sembrar miedo e incertidumbre.
Además, logró cargar a Harris con la historia y errores de Joe Biden, y apeló al malestar de los votantes recurriendo a un discurso catastrofista sobre el estado del país y la marcha de la economía. La estrategia mediática le dio resultado. Un éxito en el que la cuestión de género sin duda jugó a su favor. No hay que perder de vista que esta nueva victoria de Trump, al igual que la primera, se da frente a una mujer. Por ello, no es descabellado pensar que una significativa cantidad de estadounidenses se resiste a que una mujer ocupe la oficina oval de la Casa Blanca. El republicano también explotó la homofobia de sus connacionales, aprovechando las declaraciones de Harris sobre el respeto a la diversidad. El reconocimiento de derechos de la comunidad LGBTI+ representaba una aberración para el ultraconservadurismo que se ha apoderado del partido republicano. Y en el marco de la guerra cultural en contra de lo woke, el partido demócrata se habría inclinado demasiado a la izquierda para una parte de sus votantes.
Harris nunca la tuvo fácil. Además de ser mujer, empezó tarde, le tocó competir en un entorno sombrío y se enfrentó a un electorado sediento de cambio, sobre todo en materia económica. Ese cambio deseado no podía venir de una de las personas que había estado conduciendo el país. La suerte está echada en los Estados Unidos. Y los autoritarios del mundo, los movimientos que desde la ultraderecha llaman a desmontar la democracia y la seguridad social, los que claman por el regreso de la mujer a la cocina, aquellos que han convertido a la verdad, la decencia y el diálogo fraterno en piezas de museo están de fiesta.