Los desastres no son inevitables

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Editorial UCA
09/11/2020

Los acontecimientos de este año han mostrado la vulnerabilidad de Centroamérica en general y de El Salvador en particular. La pandemia no solo ha afectado al país en el campo de la salud, sino también en la economía, aumentando en ocho puntos porcentuales la población en pobreza. Luego vinieron las lluvias, tanto en los primeros meses del invierno como al final del mismo, que causaron graves pérdidas, desplazaron de su hogar a muchas familias, crearon hambre y dejaron víctimas mortales.

Acostumbrados como estamos al sufrimiento de los pobres y a no darle importancia más que en los días inmediatos a la desgracia, es fácil caer en la trampa de pensar que las realidades que nos afectan son relativamente normales. La vulnerabilidad incluso se entiende como parte de nuestra propia naturaleza. Sin embargo, se pierden de vista dos cuestiones evidentes. Primero, que las vulnerabilidades pueden prevenirse y mitigarse; el sufrimiento puede reducirse, así como los efectos de los fenómenos naturales adversos. Y segundo, que las situaciones y eventos desastrosos serán cada vez más frecuentes.

Con facilidad se piensa que los desastres climáticos son como los terremotos; es decir, que suceden periódicamente en lapsos temporales imprevisibles. No es así. El calentamiento global, según la opinión de los científicos, afectará con mayor rigor a zonas ubicadas en el trópico: las sequías serán más fuertes, las temperaturas más elevadas, y las tormentas y lluvias más violentas y dañinas. Los desastres, pues, serán más frecuentes en el país si no se implementan las medidas de prevención necesarias. Y a esto se une la pérdida de terrenos, grave en un país pequeño como el nuestro, a causa del aumento del nivel de los océanos. Creer que una pandemia como la actual no se repetirá es simplemente ingenuo. Y eso aparte de otras epidemias que suelen golpearnos, como el dengue, la insuficiencia renal crónica, las neumonías, el zika y la chikungunya.

Para poder prevenir los desastres es esencial entender apropiadamente la vulnerabilidad. Así como fundamental es pensar colectivamente los caminos de prevención, que deben considerar aspectos tan básicos como la seguridad laboral, el ordenamiento territorial, la organización adecuada del sistema de salud y la cultura ciudadana. La prevención es una tarea que implica la colaboración de todos; por tanto, tiene que organizarse desde la conciencia y el acuerdo comunitario. La polarización, los enfrentamientos, el incumplimiento de las leyes hacen imposible la gestión de proyectos de realización común. Y sin dichos proyectos será imposible alcanzar el desarrollo o, para decirlo en términos constitucionales, el bienestar económico y la justicia social.

El diálogo y la unidad básica frente algunos de los problemas más graves no pueden seguirse postergando. El modelo de desarrollo seguido hasta ahora ha sido insuficiente y en muchos aspectos ineficiente. Ni siquiera se ha conseguido frenar la deforestación a través de proyectos de reforestación, a pesar de que esto último es uno de los elementos más básicos de protección contra los efectos del calentamiento global. Urge buscar nuevos modelos de desarrollo, más inclusivos y respetuosos con el medioambiente. Y ello será imposible sin diálogo, reflexión, estudio y voluntad amistosa.

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