En un clima de complicidad, Trump y Bukele se declararon su mutuo amor ante las cámaras. No eterno, sino mientras les convenga, porque los dos son profundamente egoístas y, por tanto, poco confiables. Entre palmaditas en la espalda, apretones de manos y sonrisas, Trump se mostró muy satisfecho con la formalización del acuerdo “más extraordinario del mundo”, que lo autoriza a depositar “lo peor de lo peor” en el agujero negro de Bukele. Y este salió complacido por el reconocimiento público de su sistema carcelario. Los dos se burlaron cínicamente de la justicia.
El romance tuvo, sin embargo, un desenlace inesperado a raíz de la deportación y reclusión de un salvadoreño protegido por la justicia estadounidense en las cárceles de Bukele. Sorprendidos, los funcionarios de Trump reconocieron que había sido “un error administrativo”. Enseguida, en connivencia con Bukele, rectificaron y, sin prueba alguna, lo convirtieron en “un monstruo”. El hecho ha levantado una ola de protestas y cuestionamientos que, desde la calle, han llegado a los jueces y los congresistas estadounidenses.
Los enamorados se lavaron las manos. Trump dijo que no podía devolverlo a su hogar por estar fuera de su jurisdicción. Bukele, siguiendo el juego, adujo que podía ponerlo en libertad, pero no lo haría por ser terrorista. Olvidó que ya puso en libertad a un líder de una de las pandillas. La memoria autocrática es corta y selectiva. Así funciona el agujero negro. Mientras Trump lanza invectivas contra la justicia estadounidense, Bukele se burla de ella. Los dos bromearon con la construcción de más cárceles para desaparecer a “los monstruos” que hacen imposible la vida de Trump.
Inesperadamente, la visita de Bukele a Trump es ahora tema internacional, no tanto por la seguridad ciudadana que ha impuesto en El Salvador, sino por el agujero negro donde vierte a quienes sus fuerzas represivas acusan y condenan como “criminales” y “terroristas”. Trump utiliza el mismo lenguaje y método para deportar inmigrantes. No es, precisamente, la publicidad esperada. Pero es bienvenida, porque a estos personajes les importa mucho llamar la atención.
El juego es peligroso. Más para Bukele que para Trump. La presión política apenas comienza. Un valeroso senador demócrata, para furia de Trump y ridículo de Bukele, se presentó en El Salvador para solicitar una entrevista con el salvadoreño deportado. Primero lo negaron y le mintieron, pero en el último momento le concedieron la entrevista. Un hecho insólito, porque nadie retorna con vida del agujero negro de Bukele. Así lo reconoció insolentemente: el regreso del salvadoreño encarcelado en “los campos de exterminio y la tortura” para tomar “margaritas” con el senador “en el paraíso tropical de El Salvador” fue “un milagro”. Después de que el senador lo acusó públicamente, junto con su vicepresidente, de “mentiroso”, cedió. Tal vez por sentido común, tal vez por órdenes superiores desde Washington. El sarcasmo de su reacción apunta más a esto último. La rabia que refleja desdice de un mandatario que se considera cool.
El juego de Trump y Bukele puede salir mal. Trump puede ser derrotado por la justicia estadounidense y arrastrar a Bukele en su caída. Si los jueces le ganan el pulso, el acuerdo extraordinario con este quedará invalidado y la renta acordada, olvidada. En la medida en que Trump pierda popularidad, Bukele perderá relevancia. Los tres primeros meses en la Casa Blanca ya acusan una caída de la aceptación más rápida de lo esperado. Finalmente, Trump tiene los días contados y nadie puede garantizar que su sucesor retome el romance con Bukele. Sin la Casa Blanca, este pasará a la irrelevancia.
Mientras tanto, el régimen de Bukele ha recibido una atención internacional bastante desfavorable. La aventura en la Casa Blanca ha sacado a la luz información no deseaba por una Casa Presidencial hipersensible a la opinión pública. El régimen de terror que permea la seguridad de Bukele ha quedado en evidencia.
Ese fue el único tema de la agenda de Bukele en Washington. De lado quedaron el estatuto de la diáspora, la subida del arancel de las exportaciones nacionales y el millonario desfinanciamiento de una serie de programas de la AID, orientados a aliviar el malvivir de miles de salvadoreños. Unos programas que Bukele no puede retomar por no tener dinero.
El idilio entre Trump y Bukele mata. En aras de una ideología inhumana, aquel ya ha arruinado la vida de un salvadoreño y de centenares de inmigrantes, cuyo único delito es haber ingresado en Estados Unidos sin la debida documentación. Bukele ya ha destrozado la vida de decenas de miles de salvadoreños en aras del ego herido por el descarrilamiento de un pacto con las pandillas.
El romance en el Despacho Oval de la Casa Blanca fue grandioso; sus consecuencias, no.
* Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.