Chema

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Omar Serrano
09/09/2025

Se pueden decir tantas cosas de Chema Tojeira que cualquier espacio como este se queda corto. Y es que desde que llegó a Centroamérica en 1969 siendo todavía un joven estudiante jesuita de 22 años, comenzó a escribir una historia de servicio que se prolongó por 56 años, tiempo en el que hizo el bien por donde pasó. En Honduras, ya como sacerdote, acompañó pastoralmente a campesinos y campesinas, cuyos padecimientos y esperanzas sellaron su vida para siempre. Dirigió allá a Radio Progreso, el medio de comunicación con mayor credibilidad en ese país y en 1981 fundó, junto a otros jesuitas, el Equipo de Reflexión, Investigación y Comunicación (ERIC), un centro social que es un referente para comprender la realidad hondureña y al que los más pobres sienten como un aliado cercano de sus causas y luchas.

El Salvador le abrió las puertas en 1985 y Chema le entregó su corazón a este pueblo del que, una vez cumplidos los requisitos legales, se hizo ciudadano a finales de los años ochenta. Chema fue un salvadoreño más, su inculturación fue sorprendente, desde su lenguaje hasta sus gustos, pero sobre todo porque hizo suyos los problemas, clamores y alegrías de la mayoría de la población. En 1988, fue nombrado provincial de los jesuitas de Centroamérica, cargo que le permitió recorrer la realidad de los otros países de la región y amar también a sus pueblos, comprobando que compartían historias, sufrimientos y esperanzas. Siendo provincial, le tocó vivir y enfrentar la masacre de la UCA en 1989. El rol que jugó exigiendo justicia por el magnicidio de sus seis compañeros y dos mujeres lo hizo una figura pública en El Salvador y más allá de sus fronteras.

La valentía con la que enfrentó al poder de entonces, su serenidad a la hora de desvelar las mentiras de los perpetradores del crimen y la férrea búsqueda de la verdad lo convirtieron gradualmente en un referente ético para el país. Después fue rector de la UCA durante 14 años, plataforma que amplificó tanto su voz como el reconocimiento hacia él de personas y sectores cristianos, académicos y sociales, nacionales e internacionales. A pesar de ocupar cargos encumbrados, Chema nunca abandonó su humildad. Cuando terminó su rectorado en la UCA en 2011, le preguntaron cuál era su legado, a lo que él contestó, desde su modestia, que tal vez haber sembrado varios cientos de árboles en el campus.

A propósito de su reciente y sorpresivo fallecimiento el 5 de septiembre, ya se ha escrito algo —y en los próximos días se escribirá mucho más— destacando sobre todo los cargos que desempeñó y el eco que tuvo su voz. Las innumerables manifestaciones de pesar y solidaridad por su fallecimiento a la Compañía de Jesús y a la UCA son solo una muestra que refleja lo que el padre Tojeira representó para mucha gente y para la historia de este país. Aquí queremos destacar algunas de las características que lo hicieron una persona extraordinaria, muy querida y apreciada, y que ahora se convierten en un poderoso llamado para todos y todas aquellas que quieren aportar a El Salvador en una etapa compleja de su historia, como la que le tocó vivir a él.

Desde su inspiración cristiana y espiritualidad ignaciana, Chema fue, ante todo, una persona compasiva y comprometida con el dolor y la suerte de los pobres. Demostró con su vida que la mejor manera de amar a Dios es servir a los demás, especialmente a los más sufridos. Puso su privilegiada inteligencia al servicio de los excluidos y marginados para evidenciar las raíces históricas y estructurales que producen injusticia y perpetúan la exclusión. Por ello, entendió que su responsabilidad desde la UCA trascendía el campus universitario, y se comprometió con la transformación del país, dando continuidad al legado de los mártires que ofrendaron su vida por decir la verdad. Por eso, Chema defendía la causa de los excluidos desde la palestra de los medios de comunicación y participaba en toda comisión, gubernamental o de la sociedad civil, a la que era invitado, siempre y cuando fuera para resolver algún problema que afectaba a personas o al país. Otra de sus características es que era una persona serena y capaz de conservar la compostura aún en situaciones que hubieran tumbado a cualquiera. Su palabra oportuna y valiente, que transmitía con serenidad, iluminó situaciones nacionales críticas, a la vez que transmitía esperanza. Su realismo no se contraponía a su constante optimismo.

Otro rasgo envidiable de Chema era su buen humor. No había conversación en la que no aflorara su alegría contagiosa. Era capaz de expresar las cosas más serias esbozando una sonrisa, pero sin ningún asomo de burla. Desde su serenidad, podía decirles las verdades a los poderosos o a sus detractores, sin recurrir nunca a la ofensa. Su presencia y su voz imponentes hacían difícil no tomar en serio sus intervenciones. Incluso cuando sus denuncias de violaciones a los derechos humanos lo hicieron blanco de ataques hasta de la más alta autoridad, Chema nunca respondió irracionalmente a las mentiras y calumnias. Unido a lo anterior, era un hombre de diálogo y de escucha, unos principios y herramientas muy poco comunes en estos tiempos. Siempre llamaba a dialogar, porque consideraba al diálogo una herramienta fundamental de la democracia y, además, lo practicaba en su vida misma. Sin embargo, eso no le impedía ser contundente a la hora de defender los derechos humanos de las víctimas.

Quienes lo trataron de cerca dan fe de que Chema, ese hombre de sonrisa a flor de piel y de mano siempre extendida, fue un buen compañero de trabajo, una persona que construyó amistades entrañables y un faro para quienes contaban con su acompañamiento espiritual. La misión universal de la Compañía de Jesús, trabajar por la justicia como exigencia de la fe cristiana, fue la brújula que orientó su existencia, dando testimonio del amor de Dios ahí donde le tocó servir. Esa misión le dio el don de saberse mover tanto en las esferas de poder para incidir en la toma de decisiones como en la llanura donde hacía vida la opción preferencial por los pobres. Su muerte repentina ha sido lamentada por personas y organizaciones, instancias multinacionales y embajadas, iglesias y comunidades.

Un rasgo que quizá los que no lo trataron de cerca desconocen del padre Chema, y que es una de las razones por las que mucha gente en la UCA y fuera de ella ha llorado su partida, es que, siendo rector y después como director de Pastoral y del Idhuca, no solo saludaba a todos los trabajadores que encontraba a su paso, sino que los saludaba por sus nombres, desde quienes trabajaban en la limpieza hasta las que ocupaban altos cargos. Los estudiantes lo reconocían y apoyó a muchos de ellos cuando lo necesitaban. También, como sacerdote, impartió el sacramento del matrimonio a muchas parejas, de la UCA y de fuera, así como el bautismo a sus hijos. Chema fue una voz profética de fe y justicia, además, cargada de un gran humanismo.

El actual contexto que vive el país demanda cada vez más que el legado de Chema sea un llamado serio a asumir con valentía y serenidad el compromiso de la justicia desde la fe y la defensa de los derechos humanos. Una estatura moral difícil de alcanzar, pero que, sin duda, es una inspiración que vale la pena atender.

 

* Omar Serrano, de la Vicerrectoría de Proyección Social.

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Melvin
09/09/2025
19:45 pm
Extraordinarias líneas que describen el corazón y esencia de nuestro Padre Tojeira, a quien tuve la fortuna de conocerlo y ser mi maestro de Ética, indudablemente un reconocimiento a su invaluable legado, un ser excepcional que estrañaremos. Hasta siempre Padre Tojeira.
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