País de cazadores

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Uno de los grandes pensadores de la actualidad, Zygmunt Bauman, compara la actual cultura hiperconsumista con la del cazador. Hablando de diferentes etapas culturales, dice que en la historia a veces se ha privilegiado la cultura del guardabosques, en la que predomina el control de los poderosos. Otra cultura es la del jardinero, que trata de domesticar la realidad, ordenándola racionalmente y poniéndola al servicio del bienestar. La cultura del cazador, en contraste con las anteriores, antepone la abundancia del día a día, el aprovechamiento de la trampa, la habilidad y la fuerza bruta para conseguir lo que se desea. No se piensa en el largo plazo, sino en el botín diario. Para Bauman, la cultura del cazador crece y continúa imponiéndose precisamente a través del pensamiento neoliberal, individualizante, lanzado al consumo y que busca la satisfacción inmediata de las pulsiones de felicidad por medio de la ambición y el dinero.

No hay duda de que en nuestra sociedad, a través de posturas muy conservadoras en ámbitos religiosos, legales o culturales, se mantiene y crece la cultura del cazador. La corrupción que se muestra desatada en estos días, precisamente por lo estructural y permanente que es en nuestra historia, nos indica que vivimos en un país de cazadores. El afán de dinero (la idolatría de la riqueza, a la que criticaba monseñor Romero) ha llevado a muchos, tanto en la empresa privada como en el Estado, a utilizar la trampa, el aprovechamiento del débil y la fuerza bruta para construir fortunas. La cultura consumista exacerba la pulsión de muchos “clasemedieros” de obtener a diario la pieza más grande en la cacería de la vida. Una cacería en la que van quedando no solo víctimas sufridas y golpeadas, sino también algunas que se rebelan y se convierten en victimarios.

 El ambiente de turbo-consumo hace que muchos jóvenes, consumidores expertos de publicidad e incapacitados de conseguir lo que la propaganda les dibuja como fuente de felicidad, se conviertan en verdaderos depredadores de sus semejantes. “La mafia de los pobres”, un excelente trabajo periodístico realizado en conjunto por The New York Times y El Faro, nos muestra el retrato de estas víctimas de la riqueza de pocos, condenados al fracaso, que se lanzan también a la cacería de oportunidades de un modo rebelde y violento. Al no tener nada que perder, estos jóvenes son indestructibles si se les quiere combatir exclusivamente con la tantas veces fracasada mano dura.

En repetidas ocasiones, el actual presidente de la Asamblea Legislativa se ha exhibido como un exponente de la cultura del cazador. Sus viajes cobrados y no realizados, sus cambios de alianzas según ventajas personales, la facilidad con la que sus familiares y colaboradores consiguen favores especiales en los que brilla el dinero nos lo muestran como alguien seducido por ese afán de conseguir ventajas y triunfos semejante a la cacería. Y simultáneamente es un político “manodurista”, partidario de la pena de muerte, aplicable a muchos de los que tienen ambiciones parecidas a las suyas, pero menos posibilidades de conseguirlas desde el cuello blanco y el estilo de él. Triste situación que nos presenta dos caras de una misma cultura, desarrollada una en el ámbito de un sector emergente y bien posicionado, y otra en los barrios marginales. La misma cultura del cazador, alentada por esta sociedad nuestra desigual, que persigue a los pobres y tolera a los “vivos” que saben “transar” con los poderosos.

Al final, violencia y corrupción son síntomas de una misma enfermedad. Son el fruto de una sociedad consumista, sometida al poder del dinero, expuesta a los caprichos del mercado, que premia a los rápidos en el aprovechamiento de las oportunidades y que no piensa en el largo plazo. Una sociedad donde el liderazgo empresarial piensa primero en su enriquecimiento, para elaborar después utopías de un rebalse hipócritamente caritativo de su propia riqueza. Gilles Lipovetsky, otro pensador que analiza la sociedad del consumo delirante, dice que no le extrañaría que los antropólogos sociales del futuro estudien con curiosidad esta civilización tan convencida de su inteligencia, pero “en la que el Homo Sapiens rendía culto a un dios tan ridículo como fascinante: la mercancía efímera”.

Si queremos salir de la corrupción y de la violencia, tenemos que pensar a El Salvador en el largo plazo. Pensarlo como un país de todos, donde las oportunidades se abren desde el conocimiento, la protección de la persona y el desarrollo de sus capacidades. Educación, trabajo digno, cultura apegada a valores humanos de igualdad, libertad y solidaridad, normas protectoras y sancionadoras, establecidas con principios de universalidad en el servicio y con especial atención a los débiles y las víctimas. La cultura del cazador que impulsa el turbo-consumo no nos lleva a ninguna parte. Solo una reflexión seria sobre valores humanos y una aplicación de estos valores a la vida social puede liberarnos del marasmo en el que vivimos. Los liderazgos tradicionales no han dado los pasos en esta dirección, al menos a la velocidad requerida. Por eso un diálogo nacional es necesario. Si no podemos solos, debe buscarse la mediación de alguien que nos facilite entrar por los caminos de una nueva racionalidad, más parecida a la del jardinero que a la del cazador.

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Anónimo
27/12/2016
11:52 am
Todo el plateamento de Bauman y el de Lipovetsky, están más que sustentados aquì en nuestro país, pero la gran pregunta es que quien es el que debe de dar el primer paso para darle entrada a una cultura como la del jardinero ?. No pensar a largo plazo, parece ya una costumbre poco sana. Da tristeza pasear por toda la zona norte del país y ver el desarrollo como producto de una cultura de cazadores, en donde exhiben impunemente grandes palacios y carros modelo de último año en zonas rurales con una pobreza extrema. Estado, empresa privada o el pueblo. Quien es el primero en dar ese paso con cultura de jardinero a largo plazo ?. Por el momento , esa luz al final del tunel es invisible.
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Anónimo
07/12/2016
17:35 pm
Estas reflexiones son claves pues nos permiten iluminar el día a dìa de nuestras vidas y permiten reorientarlas uno puede caer o participar en la cultura del cazador sin tener conciencia de ello. Ojalá que los políticos salvadoreños lean , también, estas reflexiones y recuperen el verdadero sentido de la política.
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