Líderes

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Editorial UCA
25/09/2024

En los últimos años, han tomado fuerza dos dinámicas globales que afectan los sistemas democráticos: la polarización política y la emergencia de líderes autoritarios. En realidad, ambos fenómenos están estrechamente vinculados. Un ejemplo: en 2024 habrá elecciones en más de 70 países; solo 43 de ellas se podrán catalogar como totalmente libres e imparciales. Las agudas desigualdades socioeconómicas y el hecho de que millones de personas no puedan satisfacer sus necesidades más elementales han creado un terreno fértil para la aparición de líderes que se presentan con aura de salvadores y que dicen ser diferentes a los políticos tradicionales, pero que por lo general son simples farsantes que aumentan la precariedad de sus pueblos. Los lobos se disfrazan de ovejas; el caído se presenta como ángel de luz. Conviene, pues, saber distinguir a los buenos dirigentes de los farsantes.

¿Cómo reconocer a un buen dirigente?  Primero, es una persona honesta que no cambia sus convicciones a conveniencia. Cuando se equivoca, admite los errores sin tratar de disimularlos. Su conducta y su discurso están en coherencia con el modo en que vive. En segundo lugar, escucha a la gente, pues sabe que sus decisiones afectan a millones. En tercer lugar, no miente ni acepta que sus colaboradores mientan. Y al respecto, vale aclarar que la mentira política es distinta de la mentira común: el mentiroso común lo hace con palabras y en su radio inmediato; el mentiroso político recurre a maquinarias mediáticas para instalar en el imaginario colectivo una mentira como verdad. El cuarto rasgo es que honra su palabra y no ofrece lo que no puede cumplir. En quinto lugar, es transparente, no esconde sus actos ni encubre a sus colaboradores. Si el líder rinde cuentas, sus colaboradores también lo harán. Finalmente, el buen dirigente une a su pueblo, concilia las diferencias y se rodea de personas íntegras, honestas y competentes.

En contrapartida, hay signos que alertan sobre un mal líder. Primero, suele tener una personalidad narcisista, un trastorno de personalidad que le lleva a sobredimensionar su propia importancia. Necesita ser siempre el centro de atención y admiración; cree que el mundo gira en torno a él. Segundo, tiende a ver la esfera política como un espacio para alcanzar su gloria personal. Tiene una actitud mesiánica y prepotente que lo lleva a despreciar la crítica, e incluso la opinión de sus asesores. Considera su enemigo a quien lo critica y divide a la población entre los que lo aplauden y los que no. Tercero, concentra el poder en detrimento de la división de poderes y, ante todo, buscar controlar los organismos de justicia. En este sentido, para el mal líder, la democracia es un obstáculo. Cuarto, por elevarse por sobre todos los poderes, está convencido de que no debe rendir cuentas a nadie ni a nada. Así, progresivamente pierde contacto con la realidad. En quinto lugar, miente sin pudor frente a quien sea y se cree irreemplazable. Por todo lo anterior, el mal líder busca perpetuarse en el poder.

Si el destino de la humanidad vuelve a pender de un hilo y es cada vez más incierto, en buena parte se debe a la multiplicación de estos lobos disfrazados de oveja, estos caídos que irradian luz gracias a los nuevos reflectores mediáticos.

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