En el 35.° aniversario de los mártires de la UCA, para conmemorar y agradecer se ha elegido el lema “Sembremos esperanza para cosechar libertad”. Y, por otra parte, la convocatoria al jubileo 2025 tiene como leyenda “La esperanza no defrauda”. Desde luego que la esperanza asociada a los mártires y al jubileo bíblico no es una esperanza barata e ilusa. No es optimismo ligero que lleva a pensar que las realidades de desesperanza eventualmente cambiarán. Al contrario, es esperanza contra toda esperanza, es decir, esperanza a contracorriente. Es esperanza que se expresa en inteligencia crítica y en acción transformadora, que pone signos tangibles para tantos hermanos y hermanas que viven en condiciones de penuria.
El reconocido biblista John Dominic Crossan comenta en uno de sus libros que “el arzobispo Óscar Romero, mártir del siglo XX, […] dijo en una ocasión que estamos llamados a ser cristianos de Pascua en un mundo de Viernes Santo, en un mundo todavía regido por Herodes y César”.En ese contexto, estamos llamados a sembrar esperanza. Una vida animada por el amor y la justicia es fuente de esperanza. Cada acto de amor, consciencia y compasión es fuente de esperanza. Por el contrario, cada acto de indolencia, mentira y egoísmo generan desesperanza.
Las personas cuya esperanza es fuerte —como fue la de los mártires— ven y fomentan todos los signos de la nueva vida y están preparados en todo momento para ayudar al advenimiento de lo que se halla en condiciones de nacer. Para Ignacio Ellacuría, por ejemplo, la esperanza es propia del providente, es decir, del que tiene su mirada puesta adelante, más allá del inmediato presente, más allá de los intereses egoístas y/o minoritarios; es el que se guía por el principio de realidad, entendido no como aceptación resignada de lo que se suele dar, sino como búsqueda, en lo que hay, de lo que debe haber: justicia y misericordia. El testimonio más vivo de esta esperanza lo dan los mártires que, por fidelidad al reinado de Dios, fueron capaces de entregar su vida.
En esta línea, el tipo de esperanza bíblica vinculada al jubileo es magistralmente descrita por el profeta Isaías: “Aquel día los sordos oirán las palabras de un libro; los ojos de los ciegos verán sin tinieblas ni oscuridad; los oprimidos volverán a alegrarse en el Señor y los pobres se gozarán en el santo de Israel; porque ya no habrá opresores y los altaneros habrán sido exterminados. Serán aniquilados los que traman iniquidades, los que con sus palabras echan la culpa a los demás, los que tratan de enredar a los jueces y sin razón alguna hunden al justo” (Is 29, 18-21).
El profeta nos hace ver el mundo como Dios lo ve (o espera verlo), pero también como Dios lo ama y lo quiere recuperar. Por eso, el Señor se constituye en protector del pobre y del desvalido. De manera concreta, se constituirá sobre todo en protector del huérfano, de la viuda y del extranjero: tres categorías de personas particularmente expuestas al abuso y a la explotación.
Desde esta visión debemos preguntarnos cuáles son o deben ser los signos concretos de esperanza que necesita el mundo de hoy. Veamos algunos de esos signos expuestos en el documento papal que convoca al jubileo.
El primer signo de esperanza, según Francisco, debe ser para los pueblos oprimidos por la brutalidad de la guerra. El papa pregunta a fondo: “¿Qué más les queda a estos pueblos que no hayan sufrido ya? ¿Cómo es posible que su grito desesperado de auxilio no impulse a los responsables de las Naciones a querer poner fin a los numerosos conflictos regionales, conscientes de las consecuencias que puedan derivarse a nivel mundial?”.
Los pobres ocupan un lugar central en este jubileo. El papa lamenta que, frente a la sucesión de oleadas de pobreza siempre nuevas, existe el riesgo de acostumbrarse y resignarse. En este vínculo jubileo-pobres, renueva su llamamiento a fin de que con el dinero que se usa en armas y otros gastos militares se constituya un fondo mundial, para acabar de una vez con el hambre y para el desarrollo de los países más pobres.
Habla también de los privados de libertad (no de dignidad) que experimentan cada día el vacío afectivo, las restricciones impuestas y, en bastantes casos, la falta de respeto. Para ofrecer a los presos un signo concreto de cercanía, Francisco expresa su deseo de abrir una Puerta Santa en una cárcel, a fin de que sea para ellos un símbolo que invita a mirar al futuro con esperanza y con un renovado compromiso de vida.
Para Francisco, no pueden faltar signos de esperanza hacia los migrantes que abandonan su tierra en busca de una vida mejor para ellos y sus familias. Pide que sus esperanzas no se vean frustradas por prejuicios y cerrazones. Pide que a los numerosos exiliados, desplazados y refugiados, se les garantice la seguridad, el acceso al trabajo y a la instrucción, instrumentos necesarios para su inserción en el nuevo contexto social.
En suma, la esperanza que se deriva del testimonio martirial y del espíritu del jubileo puede ayudarnos a recuperar el sueño humanista de que “todos tengan vida y la tengan en abundancia”. En pocas palabras, la esperanza no defraudará cuando esté estrechamente vinculada a la justicia, al crecimiento humano, al compromiso en la construcción de nueva humanidad y nuevo mundo. Se reaviva la esperanza cuando hay signos concretos de cambio para los que sobreviven en medio de la crueldad económica, política, social, militar y ecológica.
Los mártires y el jubileo bíblico nos plantean la necesidad de retomar la esperanza. Esperanza surgida de la lucha por la vida y contra la muerte. Más aún, es necesario despertar a la esperanza y estar presto en todo momento para lo que todavía no es, pero que tiene no solo posibilidades, sino necesidad de realización: hablamos de garantizar la vida digna y la justicia para las distintas modalidades de pobres que viven en el mundo de hoy.
* Carlos Ayala Ramírez, profesor de la Escuela de Pastoral Hispana en la arquidiócesis de San Francisco y del Instituto Bíblico Teológico Pastoral de la diócesis de Oakland, en Estados Unidos.