La opción por el exterminio de los pandilleros, aparte de satisfacer instintos primarios de venganza y de ser inmoral y anticristiano, no es tan viable como parece a las mentes obcecadas. La historia salvadoreña demuestra que esa clase de acciones no solucionan nada. En el mejor de los casos, atenúan los problemas, que luego surgen más complejos y con menos margen de maniobra. La solución real de la violencia pasa por extirpar la raíz socioeconómica de la guerra social, algo que los negociadores de 1992 obviaron porque les interesaba más el poder político.
En esto, algunos voceros de las pandillas parecen tener más claridad, al menos en la formulación, que el Gobierno de izquierda. Reconocen haber contribuido a crear el “monstruo” que desangra a las comunidades; un monstruo cuyo nacimiento está asociado a la insatisfacción de las necesidades básicas. Un sector significativo de la juventud de esas comunidades se ha rebelado violentamente contra una exclusión que les resulta intolerable. “¿Vos creés que mi familia o la familia de un policía viven bien? Nos conocemos. Convivimos a diario”, declararon a un diario digital.
La represión militar también ha contribuido a fortalecer a ese monstruo. “La Policía aplasta parejo”, pandilleros y no-pandilleros, “tan solo por vivir en territorios de pandillas”. El asesinato de unos provoca, en reacción, el asesinato de otros. “Un policía llega y te mata a uno, dos o tres jóvenes. ¿Qué hace la pandilla? Te reacciona”. “Son bichos que conocemos desde pequeños. ¿Cómo no me va a doler que me estén matando a un compadre mío? ¿Cómo no voy a reaccionar? ¿O cómo voy a detener al compañero que quiere vengarse?”. “Nos matan a uno, pero dejan a tres resentidos más. Hay gente que cuando les matan a un familiar se nos acercan y hablan de tambores de guerra, de que ya es hora de despertar”. De esa manera, “está muriendo mucha gente […] no solo pandilleros. Los policías, por ejemplo. Ellos trabajan por la misma necesidad. Ellos son gente pobre también. La sangre de los agentes se están derramando injustamente por las órdenes que dan los políticos”.
Sin embargo, la pandilla alega no estar en guerra contra el Gobierno, “si así fuera”, dicen, “sería un caos”. Si hubiera guerra abierta, habrían caído muchos más soldados y policías, y “toda esta clase de personas que podrían considerarse enemigos”. Más bien, según sus explicaciones, su violencia es respuesta a otra violencia, y así en una espiral infinita, hasta el agotamiento y el embrutecimiento total. “Nos han matado a un sinfín de jóvenes, y un animal que se siente acorralado busca defenderse”. Y lo mismo puede esperarse de los policías y militares con deseos de venganza por la violencia sufrida.
Pese a ello, los partidos políticos no han tenido reparos para negociar con el monstruo. “Nos ocuparon para llegar al poder”, pero se les olvidó que “están matando a la gente que los llevó al poder”. Y añaden: “Hemos dado el voto al FMLN […] Pero nos mintieron. Nos ofrecieron empresas, nos ofrecieron esto y lo otro”. “El mismo Presidente está sentado porque las pandillas dieron el voto, esperanzados con una reinserción en los penales y en las comunidades”. Tal vez por eso lo interpelan desenfadadamente sobre las ejecuciones sumarias, porque si no está de acuerdo con ellas, entonces la Policía está fuera de control.
Las pandillas son conscientes de su potencial para desatar “una verdadera guerra”. Algunos voceros aseguran contar con fuerzas suficientes, no solo de quienes desean venganza, sino que, además, “hay un montón de gente que se uniría, porque está cansada de tanto político que les ha prometido cosas, que luego no les han cumplido”. A pesar de las medidas extraordinarias, incluida la ejecución sumaria, “las pandillas seguimos a pesar de tanto muerto, a pesar de tanto baleado, a pesar de tanto preso […] en qué colonia […] las pandillas han dado un paso atrás. La estructura sigue […] Todo sigue sonando: asesinatos, rentas”, etc. A pesar de la represión, “ahí estamos […] como el cáncer”. Y los homicidios habrían bajado no por dichas medidas, sino “porque nosotros así lo queremos”.
Finalmente, una observación muy válida sobre las redes sociales. Aquellos que las utilizan para pedir que “maten a los mareros”, “no son de las comunidades. Nosotros estamos en las comunidades desde los noventa, hemos sobrevivido a un montón de cosas, y vamos a seguir sobreviviendo. Los jóvenes siguen pidiendo ser parte de las pandillas. Hay un montón de carga acumulada”.
Cabe preguntarse, entonces, qué sentido tiene continuar con esta guerra no declarada, qué sentido tiene invertir cada vez más en reprimir mientras la inversión social, incluida la rehabilitación y la reinserción, languidece por falta de atención; y qué se puede esperar de otra negociación de cuotas de poder entre los políticos si no se incluye la satisfacción de las necesidades básicas de la población y el fin de la desigualdad.