Acostumbrados como estamos a escuchar frases sobre el “triángulo norte” de Centroamérica, nos hemos olvidado del “triángulo de la violencia”, concepto acuñado por el famoso trabajador de cultura de paz Johan Galtung. “Triángulo norte” no es un nombre propio de nuestros países; nos lo han puesto de fuera desde la observación de algunos problemas comunes a Guatemala, Honduras y El Salvador. La violencia, los homicidios, la corrupción, las migraciones y los desplazamientos forzados, la economía dependiente de las remesas de los migrantes son algunos rasgos en los que se coincide, aunque a veces con diversos matices. El triángulo de Galtung es una explicación del cómo y el porqué de la violencia, así como una ilustración que ayuda a entender el modo lógico de combatirla. Curiosamente, en los debates entre nosotros, se habla más del fenómeno, especialmente incluido en la expresión “triángulo norte”, que de sus causas. Describimos mucho y analizamos poco, aun usando la misma palabra, “triángulo”, que debería servirnos para analizar y curar la epidemia de violencia que viven nuestros países.
El triángulo de Galtung representa en una imagen la realidad de la violencia. En la parte superior del triángulo, como en la parte visible de un iceberg, está la violencia directa y delictiva. Sumergida, no visible y mucho más voluminosa, están la violencia estructural y la cultural. La violencia cultural produce actitudes. Y de eso sabemos que hay mucho. Desde el machismo, el racismo, el desprecio del pobre o incluso de determinadas barriadas, hasta esos comentaristas anónimos de las redes que dicen que a los delincuentes hay que matarlos como perros. La violencia estructural la considera Galtung la más peligrosa, la peor. Es el tipo de legalidad, de institucionalidad y de poder económico o social que excluye a la gente del desarrollo de sus capacidades, de los beneficios de la salud, la cultura, la vivienda digna, el agua y un largo etcétera. Combatir la violencia directa —que por supuesto hay que hacerlo y con inteligencia— es insuficiente si no se combate al mismo tiempo las violencias cultural y estructural.
Este tipo de análisis, tan simple, es necesario repetirlo una y otra vez hasta que se impregne en la conciencia de la ciudadanía. En El Salvador, hablamos mucho de la persecución del delito, pero muy poco de las soluciones a las violencias cultural y estructural. Cuando algunas mujeres se asociaron para combatir por sus derechos, fueron duramente atacadas por un machismo que aún pervive en el país. El esfuerzo de estas mujeres organizadas implicó un avance que continúa. Ciertamente, influyeron tanto en la cultura como en el establecimiento de un sistema judicial mucho más abierto que en el pasado a la problemática de la mujer. En el campo de la violencia estructural, los pasos han sido demasiado pequeños. La guerra civil, en buena parte, se dio a causa de la violencia estructural. Y sigue siendo esa mezcla de violencia cultural y violencia estructural la que está a la base de la violencia delictiva, sin que la trabajemos a conciencia y suficientemente.
Pasar del triángulo norte, un término que de momento es más bien peyorativo, al análisis del triángulo de la violencia es necesario para solucionar los graves problemas que sufrimos. Algo se está haciendo en el Consejo de Seguridad Ciudadana y Convivencia, así como en otras instancias. Pero sigue habiendo en la sociedad y en algunos sectores del poder económico y social enemigos del análisis estructural de los problemas. Es absurdo que las principales asociaciones de la empresa privada se nieguen a reconocer los bajos salarios, la desocupación, la economía informal, la evasión de impuestos e incluso las desmedidas ganancias de algunas empresas como parte de la violencia estructural. O que la Corte Suprema de Justicia no se dé cuenta de que la no fiscalización de la lentitud judicial, la irracionalidad de las medidas de algunos jueces, el maltrato a las víctimas que se da en algunos juzgados son también parte de esta violencia entremezclada de tipo cultural y estructural.
Galtung dice que la más peligrosa de las tres variantes de la violencia es la estructural. No solo por su invisibilidad, sino porque es fuente de permanencia de la violencia cultural y de la directa, en la medida que las estructuras injustas ofenden directamente y son aceptadas sin crítica o sin el cuestionamiento adecuado. Es cierto que hay un buen número de empresarios conscientes que tratan de superar la violencia estructural. Pero, casi en general, son incapaces de oponerse frontalmente a quienes desde puestos directivos de asociaciones empresariales siguen insistiendo en defender modelos, decisiones y acciones económicas que promueven la violencia estructural. Llegar a alianzas claras entre ciudadanos de buena voluntad en torno a elementos tan simples y tan admitidos en general como el del triángulo de la violencia es indispensable para avanzar en la construcción de la paz. Después vendrán pasos sin duda complejos. Pero la construcción de la paz solo puede realizarse entre todos y con el esfuerzo de todos. No solamente a través de la persecución del delito, sino también desde el combate de la violencia estructural y la cultural.