En el Evangelio de Mateo se encuentra una parábola cuya enseñanza es muy actual e iluminadora. La parábola en cuestión relata que un hombre sembró buena semilla en su campo, pero, mientras dormía, su enemigo sembró cizaña entre el trigo. Cuando salió la hierba y dio fruto, apareció también la cizaña. Entonces, los jornaleros preguntaron al propietario si arrancaban la cizaña. Él les dijo que no lo hicieran para no arrancar el trigo con ella. Cuando llegue el momento, el propietario del campo dirá a los segadores que recojan primero la cizaña, la aten en manojos y la quemen, y que el trigo lo guarden en el granero. Los soldados y los policías de Bukele hacen precisamente lo que los jornaleros de la parábola pretendían: arrancan la cizaña con violencia pendenciera, pero con ella arrebatan también el trigo. Aterrorizan los vecindarios populares y destrozan las relaciones familiares, laborales y sociales de sus habitantes, pandilleros o no.
La parábola es una advertencia contra la impaciencia mesiánica. Movido por una mezcla de cólera y de mesianismo político, Bukele ha ordenado arrancar la cizaña y el trigo. El apremio presidencial es enigmático, pues ha tenido casi tres años para investigar a las pandillas y para proceder contra ellas de forma sistemática y eficaz. La ola de terror desatada evidencia el fracaso político de un régimen que, agotado, no tiene otro recurso que violentar para retener el poder y la popularidad. El Plan Control Territorial, que supuestamente avanzaba con una eficacia sorprendente, se esfumó de un día para otro y la tecnología de última generación en la que descansaba resultó poco útil, o la abultada inversión fue a parar a otro lado. La dictadura militar del siglo pasado experimentó el fracaso de esa opción. A pesar de su presunta originalidad, Bukele no dispone de medios mejores que los militares para enfrentar el crimen organizado. Tampoco posee la paciencia del gobernante sensato. En su círculo tiene más aceptación la represión. Atesora popularidad con el terror.
Históricamente, las cruzadas nunca consiguen sus objetivos. En gran medida, porque las mueve la emoción desbordada y la pasión irracional. La cruzada promete mucho, pero solo deja muerte, destrucción y dolor. La cruzada presidencial no tiene trazas de ser diferente. No persigue a los malos, sino solo a algunos, a aquellos que se atrevieron a desafiar al presidente. El terror está dirigido solo contra una de las pandillas más grandes. Las demás campean por sus respetos en sus territorios y la extorsión es tan eficiente como antes. Asimismo, se niega a extraditar a los líderes pedidos por Estados Unidos por tener cuentas pendientes. Si la guerra es contra los terroristas, es una guerra muy poco convencional. Los militares de antaño, que también decían guerrear contra delincuentes terroristas, eran más coherentes.
Bukele y los suyos no entienden de consistencia. Lo que comenzó como una operación contra las pandillas ha derivado en una carrera para encerrar a la mayor cantidad de personas de extracción popular y, en esa medida, se ha convertido en una lucha de clases. El régimen se ha esmerado en alcanzar su meta. Por poco, El Salvador ya ocupa el segundo lugar, después de Estados Unidos, en la lista de países con más presos por cien mil habitantes. Si se lo propone, puede alcanzar el primer puesto. La cantidad de detenidos se ha convertido en un fetiche más de los varios coleccionados por Bukele. Entre ellos no figuran la reducción de la pobreza y la desigualdad, servicios públicos de calidad, empleo y vivienda. La cantidad de presos no significa más seguridad ni mayor actividad económica, sino el fracaso de una sociedad que confía en la violencia represiva, que gusta del autoritarismo y la militarización, y que ansía venganza. Estas inclinaciones son propias de una sociedad inhumana y poco cristiana.
La ira y la rabia mal contenidas ponen en evidencia lo que hay en el fondo de los corazones. Es cínico e hipócrita felicitar a las madres en su día, tal como tuitea Bukele, cuando centenares de ellas permanecen en vigilia a la intemperie, en las afueras de las cárceles, a la espera de alguna noticia sobre sus hijos y sus parejas. La ausencia de información tortura cruelmente a estas mujeres, cuyo delito son sus hijos y sus cónyuges. No satisfecho con humillar, maltratar y encerrar a estos, el régimen de Bukele atormenta también a sus madres, después de acusarlas de maleducarlos. Las madres tienen derecho a estar debidamente informadas sobre la situación de sus seres queridos.
Bukele difícilmente domeñará la determinación de estas mujeres que, movidas por su maternidad, desafían los elementos y su juicio. En estas mujeres, a quienes tiene el desatino y la insensibilidad de felicitar el Día de la Madre, cuando en ellas prevalecen la angustia y el dolor por no saber de sus hijos, Bukele ha encontrado una contestación contundente. La resistencia, hasta ahora pacífica, puede tornarse inmanejable.
* Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.