No todas las escuelas en El Salvador están afectadas por la violencia. Pero hay una pequeña proporción de ellas que tienen serios problemas en relación con su entorno violento e inseguro. Con relativa frecuencia, en el contexto escolar se producen problemas de acoso y violencia, e incluso muertes. La escuela es uno de los instrumentos fundamentales para la socialización positiva de las personas, así como para su incorporación pacífica y productiva a la sociedad. Y por eso mismo debería estar totalmente libre del acoso de la violencia. En países como Estados Unidos o Alemania se han registrado auténticas tragedias de tiroteos dentro de centros escolares; masacres planificadas por estudiantes golpeados por el vacío de la vida. En nuestras escuelas no se ha dado nunca ese tipo de tragedia. Pero el entorno peligroso y violento se ha cebado con cierta frecuencia en nuestros jóvenes, llegando incluso a segar la vida de un buen número de estudiantes cada año.
Los maestros y los directores de estas escuelas rodeadas por entornos violentos se ven con frecuencia amenazados o extorsionados. Muchos de ellos ni siquiera se atreven a poner denuncias en la Policía por miedo a que haya algunos agentes conectados con quienes los extorsionan. El sufrimiento de profesores y de alumnos es, en estas zonas de riesgo, demasiado estresante. Es difícil tanto enseñar como aprender cuando el miedo domina y la inseguridad aprieta. Si encima a estos niños de zonas de riesgo se les lleva a visitar bartolinas (con la disparatada idea de mostrarles lo que les espera en caso de delinquir), aumenta la posibilidad de que el estrés y el miedo incidan en el rendimiento escolar.
Frente a esta realidad de un porcentaje pequeño pero importante de nuestras escuelas, debemos responder como familia salvadoreña unida. Salvar la escuela es tarea de todos. No podemos permanecer indiferentes ante la amenaza a niños y maestros. El Estado tiene la responsabilidad de dar seguridad, pero no aterrorizando a los niños con visitas a bartolinas, sino con protección eficiente y permanente. El trato cercano, digno y amistoso con el estudiante por parte de la PNC es un elemento indispensable. Como también lo es que las alcaldías, dirigencias comunales e instituciones de la sociedad se pongan en contacto con las escuelas en riesgo, ofrezcan actividades que hagan sentir que la escuela no está sola, que los niños y los maestros gozan del aprecio comunitario y estatal, que es verdad eso que nos gusta repetir de que los niños y jóvenes de hoy son nuestro futuro, el futuro de todos.
Somos un país pequeño y con una profunda interrelación entre todos los que vivimos en este apretado territorio. En la escuela están los parientes de todos, de trabajadores y de profesionales, de gente que se gana honradamente el pan y también de delincuentes y mareros. Niños que tienen los mismos derechos a ser felices más allá de las opciones que hayan tomado sus padres. Acosarlos, molestarlos, asustarlos es golpearnos a todos. Los propios mareros se golpean a sí mismos cuando molestan o acosan a escolares, porque también ellos tienen parientes y personas cercanas que quieren estudiar y salir adelante sin necesidad de lanzar su vida por sendas arriesgadas.
Salvar la escuela de la violencia debe ser un compromiso de todos. No hace muchos años, los presos solían tratar mal a los violadores que iban a la cárcel. Había un sentimiento moral en la gran mayoría de los encarcelados que los llevaba a entender que la violación de una mujer era una ofensa a todos los seres humanos y, por tanto, a todos los hombres, independientemente de que hubieran cometido otros crímenes. Hoy debemos cultivar la idea, extensiva a todos, más allá de los errores que podamos cometer en la vida, de que acosar o dañar a estudiantes es un crimen contra la identidad de los salvadoreños. Algo que va más allá del castigo que puedan poner las leyes. Algo que no deben consentir ni quienes cumplen con la ley ni quienes la incumplen. Salvar la escuela de la violencia es tarea de todos, incluso de los que recurren a la violencia en otras instancias de su vida.