En los últimos días se han publicado tres pronunciamientos escritos desde el pensamiento religioso. El primero, un comunicado de la Conferencia Episcopal de la Iglesia católica; el segundo, firmado por obispos y pastores de diversas confesiones cristianas; y el tercero, una carta pastoral del arzobispo de San Salvador. En todos ellos se advierte un posicionamiento en favor de una democracia centrada en el desarrollo de las instituciones, el respeto al diálogo constructivo y a la dignidad humana. Se rechaza, además, la mentira, el odio, la injusticia y la violencia manifestados en el ambiente preelectoral. Frente al griterío propagandístico se alzan estas voces por el diálogo, que advierten de los errores y tergiversaciones que se están dando en la vida nacional, y exponen los caminos a recorrer para dar plena vigencia al respeto a la igual dignidad humana, que está en la base de toda democracia.
En general, la clase política salvadoreña busca la ganancia electoral inmediata, olvidando los fines de la democracia expresados en los primeros artículos de la Constitución. Quienes reflexionan sobre las responsabilidades políticas desde la religión miran a largo plazo, sin intereses particulares, en coherencia con la Constitución y buscando la convivencia pacífica, la justicia social y el bien común. En la medida en que señalan graves problemas tanto estructurales como coyunturales, y vías para superarlos, los mensajes que brotan de las religiones deben ser escuchados. En primer lugar, porque las palabras racionales vinculadas a la igual dignidad humana tienen un peso social de larga duración, algo que no tienen los discursos políticos oportunistas, más basados en la imagen que en la realidad. Y en segundo lugar, porque la ética cristiana mantiene un potencial de primer orden para la convivencia pacífica y la justicia social.
Ante la idolatría predominante en el imperio romano, los cristianos primitivos no solo rechazaban unos dioses concretos y particulares, sino también una cultura ligada al politeísmo que establecía como fundamental el éxito individual, el triunfo concreto, la exaltación de lo inmediato y la conquista del poder. El cristianismo, en cambio, defendía el proceso de largo plazo hacia lo perfecto, el camino del bien, el trabajo permanente hacia la convivencia fraterna y solidaria. Más allá de los errores históricos de algunos de sus representantes que se sumaron a la búsqueda del triunfo personal, del poder, la fama o el éxito inmediato, la fuerza real del planteamiento cristiano ha sido siempre el principio ético del servicio generoso y de la solidaridad fraterna e igualitaria en dignidad. Ese es el principio que anima los documentos mencionados, que advierten contra la división que engendra la búsqueda del poder sin diálogo y que ofrecen puntos a reflexionar antes de emitir el voto.
El mensaje de los tres comunicados es fundamental en un momento en que un liderazgo personalista y autoritario, presentado con tintes casi mesiánicos, amenaza la institucionalidad democrática tratando de tener el control casi absoluto del Estado. El voto no lo arregla todo, pero ayuda a construir la democracia si mueve a la reflexión, a pensar en el largo plazo y a la solución de problemas endémicos que tienen como base la pobreza y la desigualdad. No pensar, dejarse llevar por los sentimientos del momento, puede llevar al final a la desesperanza.