Los políticos, al ser elegidos a un cargo público, adquieren poder y representatividad para dirigir y actuar en un país. De los presidentes y vicepresidentes se espera que sus actuaciones estén de acuerdo a sus planes y propuestas de campaña electoral, y que en ellas antepongan el bien común a sus intereses personales o partidarios. Por desgracia, esto en la realidad no es así; algunos de ellos actúan sin restricciones y disponen de los recursos del Estado como si de su caja chica se tratase, o deciden sobre cosas trascendentales del país a su antojo. Algunos de ellos llegan al extremo de actuar de manera irresponsable sin ser conscientes de que representan a millones de salvadoreños. No hay duda de que el poder los hace perder el rumbo y la razón.
Algunos ejemplos de nuestra historia reciente ilustran esta situación. Un ex presidente privatizó las empresas más rentables del país a su antojo; en un madrugón, puso a circular el dólar como moneda nacional; envió tropas a Iraq en contra de la opinión de la mayoría de los ciudadanos; y, para rematar, discutió en plena cumbre iberoamericana con el presidente de Cuba para ganar el derecho de ser incluido dentro del grupo de amigos del presidente de EE. UU. de aquella época.
Otro ex presidente cambió las reglas de la jubilación como le dio la gana en sus primeros meses de gestión; mantuvo las tropas en Iraq hasta convertirnos en el único país latinoamericano con tropas en ese país; trajo a un cantante mexicano a cantar El carbonero a una cumbre iberoamericana; en plena crisis económica y a manera de despedida de su gestión, programó un viaje a Tierra Santa y a Europa que incluyó una visita de cortesía al papa; y ahora sale a conocimiento público que no solo triplicó en su gestión los gastos cotidianos de Casa Presidencial, sino que gastó 219 millones de dólares adicionales como si fueran suyos. El colmo: consiguió el finiquito de la Corte de Cuentas en tiempo récord, como si auditar 219 millones de dólares fuera cosa de una sentada. Las personas que trabajan en las municipalidades e instituciones del Gobierno saben lo que se tarda la Corte de Cuentas en auditar sus presupuestos, que no llegan al millón de dólares; sin embargo, en el caso de este ex presidente, la auditoría se hizo en semanas.
En la administración actual ya hemos visto algunos síntomas de este adormecimiento que causa el poder. El establecimiento de relaciones diplomáticas con Cuba el mismo día de la toma de posesión presidencial no era necesario, podría haberse realizado días después sin mayores problemas, aunque se entiende el significado del asunto par el Fmln. En realidad, era una vergüenza que el país no mantuviera relaciones con un país que ha sido muy solidario con el nuestro. Pero no era necesario ir tan de prisa. Ante todo, prudencia.
Similar situación se produce cuando hace unas semanas Sánchez Cerén firmó un compromiso con el socialismo del siglo XXI en Venezuela. Aunque, de acuerdo a las noticias, la firma la realizó como miembro del Fmln y no como vicepresidente, lo que queda en el colectivo ciudadano es que fue el funcionario quien firmó.
El país necesita gobernantes que le den dignidad al pueblo, y esto implica dejar de ver hacia arriba a otros países. La mirada tiene que ser de frente y el trato como iguales. En este sentido se expresó el presidente Obama en su primera cumbre en Trinidad y Tobago, al decir que EE. UU. no quería tratar a nadie como senior o junior, sino más bien establecer una relación de iguales o partners con todos los países.
El Salvador no necesita copiar modelos para realizar sus planes; en ciertos temas, aquí hay personas que piensan igual o mejor que otros vecinos. Con dedicarse solamente a cumplir los objetivos de desarrollo del milenio propuestos por las Naciones Unidas, el Gobierno tendría trabajo suficiente para este período presidencial.