Austeridad e interés nacional

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La austeridad está de moda, al menos como palabra. En Europa se ha mencionado demasiado como justificación de los recortes del Estado de bienestar. Y a veces se ha utilizado de un modo inmoral, como por ejemplo en España, queriendo privar a los migrantes sin papeles del acceso al sistema único y gratuito de salud que brinda la seguridad social. Y mientras la palabra "austeridad" se convierte en el eslogan de los gobiernos conservadores, el número de millonarios con más de mil millones de dólares de patrimonio aumenta en el mundo. Y, por supuesto, aumenta la riqueza de los más ricos en medio de esa "guerra de los poderosos contra los débiles", nota característica del mundo contemporáneo, según Juan Pablo II. O guerra de los ricos contra los pobres, como dicen algunos catedráticos de ética de universidades de alto nivel, uno de ellos el Dr. Jesús Conill, de la española Universidad de Valencia, que en algunos rankings se ubica dentro de las 300 mejores del mundo.

Cuando esta moda de la austeridad está matizándose en Europa, tras el triunfo de Hollande en Francia, quien apuesta por la inversión en empleo y desarrollo, nuestros empresarios solicitan mayor austeridad en El Salvador. Al igual que en Europa, el interés empresarial por la cuestión tiene un contenido económico. Y se refiere a las finanzas del Estado. Sin embargo, la austeridad debe verse siempre como un valor social. Resulta que El Salvador, si se mide el consumo en relación a la riqueza que se produce, ha sido en tiempos recientes el segundo país con mayor consumo en proporción al producto interno bruto. ¿Recomendarían los empresarios al pueblo salvadoreño que no haga caso a la propaganda consumista y compre menos? ¿Por qué mantienen la propaganda si son tan amantes de la austeridad? ¿Y qué decir de las políticas usurarias de los bancos con las tarjetas de crédito? La austeridad es un valor, ciertamente para atenerse cada uno a sus posibilidades. Pero un valor social también, que lleva a usar lo que la austeridad ahorra en beneficio de quienes carecen de bienes básicos. Y entre nosotros hay demasiada gente con serias privaciones de bienes y pocos austeros generosos entre quienes tienen mucho.

Pero hay más todavía. Los empresarios recomiendan austeridad desde situaciones de privilegio desmesuradas, al menos en comparación con los salarios básicos, o incluso con el salario promedio de El Salvador. Pedir austeridad al Estado mientras corporativamente se derrocha en lujo es simplemente insultante. Y más cuando solo tienen palabras de protesta cada vez que se habla de poner impuestos al lujo, a las sucesiones y herencias, o de aumentar el impuesto sobre la renta. No se puede hablar con autoridad moral sobre la austeridad cuando no se es austero. Y en comparación con las dificultades que sufre la mayoría de nuestro pueblo, no se puede afirmar que sea austera la mayoría de quienes están en situación de privilegio.

Dicho esto, también es cierto que en los tres poderes del Estado debe haber más responsabilidad en el uso del dinero público. E incluso dar más signos de responsabilidad social. Estamos demasiado acostumbrados a establecer en política el binomio superior-inferior, dándole demasiadas prebendas a quienes se piensan superiores. Si uno se pregunta por qué un diputado, por poner un ejemplo, no puede hacer la limpieza de su oficina, solo acaba obteniendo una respuesta: que tenga que llegar la encargada de la limpieza a barrer o trapear es simplemente un símbolo de superioridad. Limpiar el propio despacho no le lleva a una persona más de diez o quince minutos. No le impide hacerlo ni le resta productividad a su trabajo. Generalmente, los diputados pierden más tiempo de su horario laboral charlando en los pasillos de lo que tardarían en limpiar su oficina. Pero necesitan recalcar su superioridad teniendo una especie de siervos que les recuerden que son padres de la patria, honorables, o cualquier título ridículo y falso con el que suelen autonombrarse. Y en una democracia, financiada con dinero público, no se le deberían pagar sirvientes particulares a nadie.

En tiempo de estrechez colectiva, los gastos no esenciales deben limitarse al máximo para favorecer al más necesitado. Porque, además, son precisamente esos gastos que refuerzan los sentimientos de superioridad los que llevan al pésimo ejercicio de la política, a la impunidad de borrachines y corruptos en esos niveles, y a la toma de decisiones irracionales en todos los ámbitos del Estado. Menos costos en diputados o en cualquier otro ámbito del Estado por austeridad, bien. Pero el ahorro de la austeridad debe ir en su totalidad al gasto social, en particular en nuestro país, que tiene una inversión en lo social claramente insuficiente e injusta. Quienes exijan austeridad al Estado deben también estar dispuestos a limitar su despilfarro en vehículos, fiestas, mansiones de descanso, viajes internacionales de recreo, marcas de lujo, etc. Así como a entregar esos dineros al servicio del bien común. Y, por supuesto, deberían colaborar en la lucha contra la evasión tributaria e incluso pedir que se les suban los impuestos sustancialmente a quienes tienen salarios o ingresos que superan los cien mil dólares al año.

La austeridad es una cualidad positiva en países donde hay pobreza. Pero solo si la austeridad de los que tienen se vuelca al servicio de quienes padecen privaciones. No se puede usar como un arma contra el Estado desde la riqueza, cuando históricamente muchos de los ricos de este país han utilizado al Estado para hacerse ricos. En vez de llenarse la boca con la austeridad ajena, la ANEP haría una labor mucho más positiva si se comprometiera a aportar desde los impuestos de sus miembros más dinero al fisco. Eso sí, exigiéndole al Estado rendición de cuentas, transparencia e inversión en lo social a cambio de ello.

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