Bendiciones mundanas

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Rodolfo Cardenal
12/12/2024

Es frecuente desear la bendición y la guía de Dios. Bukele suele expresar ese deseo a sus interlocutores más estimados. En general, la invocación es una expresión de benevolencia. Se desea el bien y la dirección divina. Pero a veces, esa piedad esconde motivaciones mundanas. Los poderosos se revisten de piedad para ocultar sus maldades y sus crímenes.

Dios es bueno y desea el bien de todos los seres humanos, sin excepción. En consecuencia, les ofrece ayuda para recorrer el camino de la búsqueda del bien y la felicidad. Nunca impone su voluntad. Respeta la libertad humana hasta el punto de aceptar el desvarío. No interviene ni condena. No reclama ni juzga. Se adelanta para ofrecer su misericordia y su perdón. Dios aguarda pacientemente el regreso de sus hijos descarriados para acogerlos y abrazarlos. El es padre o madre que espera el regreso de los hijos perdidos y, cuando retornan, lo abraza y hace fiesta.

La guía y la ayuda de Dios están ofrecidas, pero deben ser aceptadas y puestas en práctica. Entonces, su bendición se hace presente. La aceptación de la voluntad divina se concreta en la vida diaria. No basta, pues, invocarla. La tradición bíblica recoge el criterio para verificar si esa vida se ajusta de los deseos de Dios. La Escritura subraya que se preocupa de manera muy especial por las viudas, los huérfanos, los extranjeros y los pobres. Los profetas claman que Dios quiere derecho y justicia, no sacrificios y largas plegarias. Por tanto, aceptar la guía de Dios es asumir como propias sus preocupaciones.

El rico y el poderoso que desea a un igual la bendición y la guía de Dios pronuncia palabras huecas. Si dijera verdad, le desearía la conversión, porque él ya habría escuchado su llamado y viviría de acuerdo a su voluntad. La conversión del uno y del otro no es imposible, pero es sumamente difícil. Volverse hacia Dios implica renunciar a lo que más estiman: su riqueza y su poder. Por lo general, estas personas no están dispuestas a dar ese paso y a hacerse cargo de la miseria de la humanidad. En el mejor de los casos, hacen “caridades”, que, por muy cuantiosas que sean, son puntuales y pasajeras. Y, frecuentemente, las utilizan para promoverse como personas bondadosas y, de paso, las descuentan de la declaración de la renta. La estructura explotadora y opresiva permanece intacta. Las bendiciones mutuas entre estas gentes son mundanas. Se complacen altaneramente en sus riquezas y su dicha.

Estas bendiciones desean, en realidad, que la riqueza y el poder del bendecido se multipliquen, que su dicha sea aún más grande y que aumente la admiración de los demás y la envidia de quienes aspiran a imitarlos. Es comprensible que los poderosos que están en buenos términos se deseen mutuamente fortuna y poderío. Pero esos deseos no son conformes con la voluntad de Dios y, en consecuencia, no portan ninguna bendición. Más aún, lo colocan al servicio de las ambiciones de sus amistades. Dios deja de ser Dios para convertirse en instrumento de la acumulación de riquezas, por lo general, mal habidas. De esa manera, la expresión piadosa es, de hecho, blasfema.

La ayuda que Bukele presta a colegas como el presidente de Costa Rica no trae bendiciones para El Salvador. Ciertamente, la ayuda al necesitado, por insignificante que sea, no será olvidada en el reino de los cielos. Pero la ayuda interesada, que busca reconocimiento y aplausos, no es tomada en cuenta. La ayuda bendecida es la que entrega desinteresadamente todo lo que se posee, como la viuda que depositó en la alcancía del templo todo lo que tenía para vivir. Y esto es, precisamente, lo que Bukele no hace. Da como los ricos de ese templo, lo que sobra y para que los otros alaben su generosidad.

El dios de Bukele es milagrero. Hace portentos “a la carta”. No para favorecer a aquellos que tanto le preocupan, sino para el engrandecimiento de Bukele, que así envuelve en un aura sagrada sus logros. Cree que Dios está a su servicio al igual que sus aduladores y fanáticos. Ese dios es falso y sus bendiciones vacías. Si se dejara guiar por Dios, sería el defensor de la rectitud, del derecho y la justicia. Los miserables de este mundo encontrarían en él apoyo, consuelo y esperanza.

Los poderosos acostumbran presentarse como creyentes piadosos, incluso caritativos. Así silencian su conciencia, se revisten de respetabilidad, o quizás crean también que Dios está de su lado. No viven para buscar el bien de los demás, sino para la riqueza y el halago. Están poseídos por el ansia de tener y amontonar. No es suficiente invocar la guía de Dios, tal como acostumbra Bukele. Hay que escuchar su palabra, apropiársela y ponerla en práctica.

 

* Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.

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