En el mundo en el que vivimos, los derechos del capital están mejor garantizados que los de la solidaridad. Un grave error de humanidad que debemos cambiar y contra el que debemos luchar denodadamente. La empresa Pacific Rim, destructora tradicional del medioambiente, ha puesto una demanda contra El Salvador por 315 millones de dólares. A la empresa no le molesta para nada demandar a un país pobre y densamente poblado que no le permite un tipo de explotación que podría dañar severamente su medioambiente y mantos acuíferos. Gobiernos irresponsables permitieron la exploración minera en El Salvador. El clamor popular, que no quiso la destrucción de sus tierras ni el riesgo de un envenenamiento de la mayor parte de sus aguas, obligó a los Gobiernos siguientes a frenar las posibilidades de inversión minera. Y de ahí nace la demanda de Pacific Rim. Una demanda en realidad no contra los Gobiernos, sino contra todo el pueblo salvadoreño. Incluso contra la Iglesia católica y otras Iglesias que se opusieron firmemente a lo que era un riesgo mortal para los pobres y para la población en general.
En esos 315 millones de dólares, la empresa incluye con seguridad sus gastos ofensivos en propaganda. Cuando comenzaron a surgir las protestas, la minera se dedicó a publicar viñetas ofensivas, insultando a los salvadoreños honestos que se oponían a la minería. Y probablemente, bajo cualquier término contable espurio, entrarán en esa suma los pagos que generaron muerte y homicidios en Cabañas, nunca debidamente investigados. En otras palabras, una empresa dedicada a la explotación de un producto de lujo, como el oro, cree que tiene más derechos que los que puede tener todo un pueblo a la salud, a la prevención del riesgo, a la preservación de su medioambiente. El capital tiene sus garantías en los tratados de libre comercio, mientras que los pueblos y las comunidades a duras penas tienen garantías, y requieren de lucha, protesta y grito para que al fin los Gobiernos defiendan sus derechos.
Las transnacionales tienen derecho a explotar, a obtener jugosas ganancias, incluso a financiar golpes de Estado o sobornar presidentes con casi total impunidad: rara vez son perseguidas por sus desmanes. Los abusos cometidos por United Fruit Company (ahora, Chiquita Brands) en Centroamérica y en otros países de América Latina son más que conocidos, pero apenas últimamente han perdido un juicio por haber financiado grupos paramilitares en Colombia. No hay instituciones internacionales adecuadas que supervisen las actividades antihumanitarias de diversas corporaciones transnacionales, especialmente las mineras hoy en día. Las instituciones defensoras de derechos humanos se preocupan exclusivamente de las violaciones de lesa humanidad, dejando de lado los abusos económicos. Allí manda la Organización Mundial del Comercio, con una tendencia exagerada a defender al capital por encima de las personas. Ni siquiera dentro de nuestros países pobres hay instancias a las que se pueda acudir para denunciar que algunos salarios legales son claramente injustos, causan hambre y desesperación, y obligan a la gente a emigrar.
Esta situación del predominio del capital sobre las personas es, desde un punto de vista ético y filosófico, una aberración. Defender con más ahínco el dinero y las cosas materiales mientras se relega la defensa de los seres humanos no es más que una falta de humanidad. Al capital se le trata mejor que al trabajo, cuando en realidad el trabajo, como realidad humana, supera en valor al capital. Incluso se le da al capital, con demasiada frecuencia, prioridad sobre los derechos de los pueblos. Frente a esta situación, es indispensable decirle al pueblo de Canadá que sea solidario con los países pobres del mundo y castigue a sus empresas transnacionales. No somos patio trasero de los ricos del Norte ni lugar donde se pueden cambiar nuestros recursos por basura. No sería malo que de alguna manera el Gobierno salvadoreño le transmitiera al canadiense nuestro malestar por la agresión de Pacific Rim. Porque pedir 315 millones a un pueblo pobre no es más que querer dañar a una población inocente y con pocos recursos; tomar una asquerosa venganza contra el derecho de autodefensa que tiene nuestra ciudadanía. Esta repulsa frente a la actitud insana de la transnacional canadiense deberíamos manifestarla también sistemáticamente ante la embajada de Canadá en El Salvador y sus representantes. Curiosamente, pronto se estrenará una película de monstruos titulada Pacific Rim. El mismo nombre de ese engendro minero cuya supuesta actividad productiva está orientada a generar materia prima de lujo para los ricos, sin que le importe la salud de la gente concreta o la destrucción del medioambiente.