El Salvador ante China

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Rodolfo Cardenal
12/12/2019

La exitosa gira del presidente Bukele por el oriente y, en particular, los vistosos proyectos que China promete financiar han descolocado a los diputados, que se han puesto a la defensiva. Tal vez por envidia, ya que cuando tuvieron en sus manos el poder ejecutivo, sus Gobiernos fueron incapaces de dar con semejante generosidad. Dudan de la validez de los entendimientos acordados, porque piensan que ponen en peligro la soberanía nacional. Esa inquietud no aparece cuando la otra parte es Estados Unidos, como si este no pusiera en peligro dicha soberanía. Pasan por alto que siempre ha sido una amenaza. Si la embajadora de China emitiera los juicios que continuamente hace el embajador estadounidense, pondrían el grito en el cielo. Pero a él le toleran las opiniones sobre la realidad nacional. Igualmente, les angustia que un salvadoreño de origen chino haya adquirido una isla del golfo de Fonseca, pero si la adquisición la hubiera hecho cualquier otro ciudadano con un origen extranjero diferente, la transacción pasaría inadvertida. En este contexto, el líder de Arena se vale del partido para reclamar el desafuero del presidente, a quien acusa de difamación. El pronóstico de estos despropósitos lo anuncia la última encuesta publicada. La derrota electoral que Nuevas Ideas amenaza con infligirles tiene proporciones inéditas.

La política tradicional no ha comprendido todavía que, en el ámbito de las relaciones internacionales, conviene diversificar los intereses, tanto económicos y comerciales, como políticos y culturales. La competitividad, uno de los elementos fundamentales del liberalismo profesado por los partidos y los diputados, es un instrumento útil en la relación con las potencias mundiales. La historia muestra que ponerlas a competir entre sí para beneficio de un tercero más débil es un buen seguro contra sus ambiciones imperialistas. El impacto político de los primeros intentos de diversificar los intereses de El Salvador ya se ha hecho sentir. El embajador de estadounidense ha captado bien el mensaje de China, enviado a través de los entendimientos acordados con el presidente Bukele. Por eso, reafirma que Estados Unidos es el mejor aliado de El Salvador y aduce como prueba la ayuda económica.

En realidad, Estados Unidos gastó mucho más en la guerra civil que en la ayuda que ha facilitado al país desde 1992. Esa ayuda es, sin duda, importante, pero insuficiente como para recuperar la dislocación económica y social causada por una guerra peleada, en gran medida, para satisfacer sus ofuscamientos ideológicos. El daño causado entonces, incluidas las víctimas de los crímenes de lesa humanidad, cometidos por sus aliados militares y oligarcas, exige una reparación económica mucho más alta. La indiferencia de Washington se ha revertido ahora con el flujo constante y masivo de inmigrantes. No hay que sorprenderse, así actúan las potencias imperialistas de todos los colores y todos los tiempos.

La generosidad de China tiene un objetivo claro: fastidiar a Estados Unidos en lo que siempre ha considerado su patio trasero, el sitio olvidado, donde se depositan los desechos. De momento, se trata de donaciones, no de préstamos, una trampa muy traicionera que se suele atribuir a China. En realidad, sus préstamos son tan draconianos como los de Estados Unidos y sus socios del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial. Por otro lado, los préstamos son necesarios. La cuestión radica en negociar favorablemente los términos del contrato.

Los políticos tradicionales no han aprendido aún que en el ámbito de las relaciones internacionales no hay amigos, sino aliados de conveniencia. Las alianzas duran lo que las circunstancias en las cuales se forjan. Estados Unidos nunca ha tenido un interés genuino en El Salvador. Mucho menos en la actualidad, cuando el inquilino de la Casa Blanca es temperamental, errático e imprevisible. La mano que hoy da de comer, mañana se cierra sin mayor justificación. Si no que lo digan los militares de la década de 1980, que confiaron ciegamente en la amistad de Washington. Cuando esta perdió interés en la guerra, abandonó a los generales y coroneles a su suerte. La complicidad en los crímenes de guerra no fue suficientemente sólida como para concederles la residencia. Varios de ellos han sido deportados sin consideración alguna por los que pensaban eran sus amigos. Otro ejemplo de la fugacidad de las alianzas es la posición de Washington respecto a la OTAN y la Unión Europea. En las alianzas, la parte más poderosa, el imperio o la potencia, modifica las condiciones originales o impone otras a su gusto y placer.

El interés de China en el país tampoco es genuino. Está condicionado por la lucha geopolítica con las otras potencias. Y es tan interesada, manipuladora y chantajista como Estados Unidos. Momentáneamente, la correlación de fuerzas es favorable a El Salvador, una coyuntura a la cual una política inteligente sabría sacar provecho. Tal vez, ante la inusitada generosidad china, Estados Unidos sube su apuesta.

* Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.

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