El respeto al trabajo indica el desarrollo de los pueblos. Un país que permite formas modernas de esclavitud muestra signos evidentes de subdesarrollo moral. Al contrario, los países que valoran el trabajo, que lo retribuyen con salario decente, que lo protegen con servicios educativos, de salud y pensionales dignos, suelen tener índices de desarrollo humano alto y niveles fuertes de cohesión social.
Dentro de la valoración del desarrollo humano se suele poner como uno de los criterios de evaluación la igual retribución por trabajo similar al hombre y a la mujer. El trabajo, y el salario que le corresponde, no debe, bajo ningún aspecto, estar determinado por diferencias de raza, religión, sexo, etc. Valorar de modo diferente el trabajo, dependiendo de si se es hombre o mujer, implica romper uno de los valores fundamentales de convivencia en la modernidad: la igual dignidad de la persona humana.
Así las cosas, tenemos que decir que en El Salvador existe un claro subdesarrollo moral. Los datos son abundantes. Según el PNUD, en su informe sobre el trabajo en El Salvador 2007-2008, la mujer trabaja diariamente, como promedio, una hora más que el varón. El Banco Interamericano de Desarrollo acaba de publicar un estudio en el que afirma que en El Salvador la mujer gana un 12% menos que el varón, a pesar de tener en su conjunto más años de escolaridad. Diferentes encuestas nos permiten afirmar, además, que aproximadamente un 30% de las familias salvadoreñas están presididas por una mujer sola. En el 70% restante, aunque se diga que la preside un hombre, la mujer comparte una buena parte de las responsabilidades del hogar. El empleo asalariado en el hogar, generalmente realizado por mujeres, no tiene derecho a jubilación, a pesar de que hace ya 10 años, cuando se privatizaron las pensiones, se dijo en la ley que debía elaborarse un reglamento que incluyera el acceso a la pensión de los campesinos y de los/las trabajadoras del hogar.
El trabajo en el hogar, mayoritariamente realizado por mujeres, tiene un valor monetario, si se tuviera que pagar, de cinco mil cuatrocientos millones de dólares, según cálculos del PNUD en el informe ya citado. En general, las mujeres transmiten valores de incondicionalidad en el amor, misericordia, perdón, dedicación al débil, resistencia ante el infortunio, laboriosidad, etc. Valores de cohesión social que por creerlos fruto de la naturaleza femenina se aprecian relativamente poco en el mundo masculino. Valores sin los cuales, por otra parte, sería imposible avanzar hacia una convivencia humana en el sentido más hondo de la palabra.
Por si todo esto fuera poco, algunos políticos se pueden dar el lujo de burlarse de la mujer, agredirla, por supuesto despreciarla y continuar viviendo del erario público, como el famoso diputado que decía que las mujeres no servían para la política. Y todavía peor: sigue aumentando el delito contra la mujer. El feminicidio va en aumento en nuestras tierras, lo mismo que la violación a las emigrantes que pasan por México.
Avanzar en el establecimiento de la igualdad laboral, social y política entre la mujer y el varón es indispensable para nuestro propio desarrollo. Un desarrollo montado sobre la desigualdad es siempre vulnerable, débil y fomenta la violencia. Generalmente hablamos mucho de las diferencias económicas entre pobres y ricos, y hacemos bien, porque es un escándalo en nuestras tierras que debemos corregir. Pero el cambio cultural, hondo, humano, no vendrá mientras mantengamos en condiciones de inferioridad a las mujeres. Y, por cierto, lo que se dijo hace diez años en la ley de pensiones sobre incluir vía reglamento a trabajadoras del hogar y campesinos en el sistema de pensiones sigue siendo una deuda. Y este no es un tema de promesas, sólo de cumplimiento de la ley.