Empresa y bien común

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José M. Tojeira
25/01/2010

Se está celebrando el Encuentro Nacional de la Empresa Privada. Un encuentro que generalmente responde a los intereses y visión de las empresas líderes del país. Un encuentro importante, aunque con la debilidad que significa la ausencia de la pequeña y la micro empresa. En esta ocasión, la ANEP trae como invitado especial a Felipe González, ex presidente del Gobierno de España y una de las personas clave tanto en la construcción de la democracia española tras la dictadura franquista, como en la planificación de un desarrollo acelerado que facilitó la inclusión de España en Europa. Indudablemente, y por ambos logros del político español, un excelente orador para un país en transición como el nuestro. Valga la felicitación a ANEP por esta decisión.

De nuestra parte queremos reflexionar sobre las responsabilidades de la empresa privada. Ciertamente, hay que comenzar reconociendo la importancia de la libertad en el campo de la economía. La libertad es fundamental en el desarrollo de la persona humana y es también fundamental en el desarrollo de todas las ciencias y comportamientos humanos. Abrir la persona a la libertad es abrirla al desarrollo pleno de sus posibilidades y, por tanto, aumentar sus oportunidades. La libertad en el campo de la economía, que no puede ser otro tipo de libertad, debe tener como objetivo esa misma plena realización de todos. Lo que en términos más amplios llamamos bien común.

Felipe González, durante su gobierno, trató con insistencia de promover en España lo que aquí solemos llamar economía social de mercado. Y, en una alta proporción, logró establecer unos niveles de vida y una responsabilidad social envidiables en ámbitos básicos de salario, seguridad social, pensiones y educación. En otras palabras, consiguió desarrollar, a lo largo de tres períodos de gobierno, una relación con la ciudadanía, la empresa y las instituciones que convirtieron definitivamente a España en un Estado social y democrático de derecho, con niveles de bienestar amplios y compartidos. Una manera de impulsar el bien común que no puede olvidarse como fórmula posible, aun con todas las diferencias económicas y sociales entre nuestros países.

Nuestra empresa salvadoreña, atemorizada desde hace ya muchos decenios tanto por los enfrentamientos ideológicos como por las tensiones y guerras internas, olvidó con frecuencia la propia responsabilidad social. Olvidó asimismo que el mercado, aun siendo un instrumento indispensable de regulación en el sistema económico, debe estar sujeto a valores y finalidades éticas que simultáneamente aseguren y circunscriban su autonomía. Ni la riqueza es un dios ni el mercado una divinidad. Ambos son logros e instrumentos humanos, y deben estar sometidos y orientados al bien de todos los seres humanos. Juan Pablo II decía que el auténtico desarrollo o beneficia a todas las naciones del mundo, o no será desarrollo. Del mismo modo podemos decir nosotros en El Salvador que el mercado o beneficia a todos los salvadoreños, o no será un instrumento justo —mucho menos indicado— para el desarrollo del país. La empresa tiene que reconocer que el mercado no es un medio para el enriquecimiento individual, sino un instrumento humano para el beneficio de la economía y para el logro de bienes comunes a todas las personas.

Ser empresario, en este contexto, entraña una gran responsabilidad. Un empresario que piense exclusivamente en su beneficio o en el de su empresa, olvidando tanto a sus trabajadores como el bien común del país, no solamente es una persona irresponsable, sino que se convierte en un generador de problemas y tensiones sociales. Cuando los muros de las colonias residenciales impiden que lleguen a sus casas los gemidos y las angustias de los pobres, las tensiones sociales de un país crecen y se multiplican con demasiada rapidez. Y los responsables no serán nunca los que pasan hambre, no tienen trabajo o han sido marginados por la indiferencia de quienes tienen más.

En El Salvador hay buenos empresarios. Es más, somos un país en el que un alto porcentaje de la población está involucrada en pequeñas y micro empresas. Pero sobre todo entre los grandes empresarios han abundado los que se lucran a base de favoritismos políticos (o de participación directa en la política), los que evaden impuestos, los que engañan irresponsablemente o los que han eliminado de su diccionario empresarial la palabra "compartir". No se puede generalizar diciendo que todos los empresarios son malos. Eso sería profundamente injusto. Pero sí se debe decir que los empresarios como sector tienen que crecer acelerada y sustancialmente en responsabilidad social. Tienen hoy una oportunidad de diálogo excepcional. Por supuesto, con Felipe González en este día; pero también, en el largo plazo, con un Gobierno como el de Mauricio Funes, que tiene un hondo sentido social y que quiere simultáneamente impulsar en el país una verdadera economía social de mercado. El Gobierno deberá escuchar a los empresarios. Pero estos deberán también escuchar a aquel, y escuchar sobre todo a ese 80% de la población salvadoreña que no tiene un trabajo que le reporte un salario decente.

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Anónimo
13/02/2010
08:56 am
Sí, definitivamente la Responsabilidad Social es no pensar solo en capitalizar, en ganar dinero, sino en prestar un servicio honesto a un precio justo (pensando en el usuario) pero además compartir nuestras ganancias en lo laboral dando participación en las ganancias a los empleados que jalan con todo; cuidar el medio ambiente enseñando la austeridad, valorando lo que ya se tiene y enseñando ese valor, reparando lo que se puede, cuidando las cosas, no premiar el consumismo.
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