Evangelio de la paz

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Recientemente se celebró la vida de san Francisco de Asís, quien es venerado en todo el mundo como una de las figuras de las que más orgullosos nos sentimos los seres humanos. La razón de fondo que explica esta admiración radica en su modo peculiar de ser persona y creyente. Leonardo Boff lo explica en los siguientes términos: “En Francisco de Asís, se hacen visibles y posibles una serie de sueños que todos llevamos a lo largo de nuestra existencia y que abrigamos en lo más hondo de nuestro corazón, es decir, una relación tierna y amorosa con Dios; un amor puro y natural a todas las cosas, nuestras ‘hermanas’; una mesurada reconciliación entre los impulsos del corazón y las exigencias de la razón; una actitud de calurosa acogida para con los distantes y distintos, en quienes vemos a nuestros prójimos, y para con nuestros prójimos en quienes vemos a nuestros hermanos; una aceptación jovial de lo que no podemos cambiar; una inocente libertad frente a las normas y reglas establecidas; una alegre aceptación de la muerte como amiga de la vida”.

Uno de los valores más característicos de Francisco es el de la paz, uno de los bienes más deseados y apreciados por la humanidad, pero al mismo tiempo de los más frágiles y sorprendentemente rechazados. Francisco comienza siempre sus predicaciones con una invocación a la paz. El saludo que sus seguidores emplean en todo el mundo es “paz y bien”. La misión que confía a toda la Orden es de paz. Pide a todos sus hermanos una actitud de paz ilimitada. Recomienda que cualquiera que a ellos venga, amigo o enemigo, ladrón o salteador, con benignidad sea recibido. De esta forma, Francisco de Asís representa un Evangelio de la paz.

Boff, en su libro San Francisco de Asís, ternura y vigor, señala la visión y la estrategia que empleaba el santo para liberar a los seres humanos de sentimientos y prácticas que los inducían al odio y a la violencia. Por un lado, sabía que detrás de las diferencias entre riqueza y pobreza se esconden las injusticias y las violencias. Consideraba que la posesión de bienes guarda una vinculación con la violencia, o la pérdida de la paz y la tranquilidad del corazón. Se cuenta que Guido, el obispo de Asís, se vio en la obligación de advertirle acerca de la dureza de su estilo de vida, ocasionada por la renuncia a todo tipo de bienes. Francisco le respondió: “Señor, si tuviéramos posesiones, necesitaríamos armas para nuestra defensa, pues de ahí nacen los pleitos y contiendas, que de muchas maneras suelen impedir la caridad de Dios y del prójimo”.

Con respecto a la estrategia o pedagogía que usaba para lograr la conversión y la liberación de la violencia, citamos una de las dos leyendas que aparecen en el libro de Boff. Uno de los relatos cuenta que algunos ladrones se guarecían en los bosques y se dedicaban a saquear los contornos y asaltar a los caminantes. Acuciados por el hambre, acuden a pedir pan a la ermita de los frailes. Estos, conmovidos por la necesidad de aquellos hombres, los atienden, pero creen que no parece conveniente dar limosna a unos ladrones que hacen tanto mal. Plantean, entonces, el problema a Francisco, el cual propone un plan de acercamiento y liberación de los asaltantes.

El primer paso es llevar al bosque pan y vino de la mejor calidad y gritar: “¡Hermanos ladrones, vengan junto a nosotros, pues somos hermanos y se los traemos para que coman buen pan y buen vino!”. Los ladrones se acercan y comen lo que les sirven los frailes. El segundo paso es hablar de Dios, pero sin pedirles que abandonen su vida de ladrones: sería pedir demasiado y no conseguir nada. Es preferible pedir lo que realmente pueden hacer: que al robar no golpeen ni causen daño a nadie. El tercer paso consiste en hacer al día siguiente el mismo rito de acercamiento, pero esta vez añadiendo queso y huevos a la comida. Los ladrones comen y se les plantea una exigencia un poco más fuerte: conviene que dejen esa vida de sufrimiento y de hambre: ¿a quién le sirve? Dios les da lo necesario para el cuerpo y para la salvación del alma. Finalmente, debido a la cordialidad y la bondad de los frailes, los ladrones se convierten y algunos de ellos hasta se unen a la Orden.

Boff, comentando la leyenda, afirma que hay aquí una renuncia explícita a practicar la acusación, a apuntar con el dedo y a pronunciar algún tipo de condena. La estrategia consiste en dar prioridad a la bondad, a la cordialidad, a la paciencia y a la confianza en la sana energía que habita dentro de cada uno y que puede ser activada mediante el afecto y la comprensión. Esta perspectiva presupone la superación de todo fariseísmo y de todo maniqueísmo que pretenda separar sin matiz la bondad de la maldad; supone que en toda persona hay un posible ladrón y que en todo ladrón hay un posible fraile. Y el fraile santo y bueno que había dentro del ladrón puede ser rescatado a base de ternura, comprensión y servicio. Esa es la estrategia de Francisco: la liberación por medio de la bondad.

Sin una vida como la de san Francisco de Asís, no tendríamos lo que hoy conocemos como Oración de la Paz, que resume los ideales franciscanos, a la vez que representa una respuesta del Espíritu a las urgencias de nuestro tiempo. En un contexto donde lo aberrante se ha convertido en normal, donde la violencia se ha vuelto algo natural en nuestras vidas, hacer memoria del humanizador aporte de Francisco nos pone en vivo contacto con el ideal cristiano que afirma la felicidad en el dar y no en el recibir, en la solidaridad y no en la mezquindad, en la comunidad más que en el individualismo, en el desarrollo de capacidades más que en la acumulación de tenencias. Los que vivan de este modo podrán ser vistos como hombres y mujeres con espíritu, porque no están animados por el odio, sino por la misericordia y el amor. De ahí que una de las acciones necesarias para revertir la cultura de la violencia, cuyas raíces parecen estar cada vez más profundas, es dar centralidad a los referentes de paz. Personas como Francisco de Asís, Juan XXIII, Martin Luther King, Jody Williams (premio Nobel de la paz por su trabajo contra las minas antipersona) y —más cercanos a nosotros— monseñor Óscar Romero e Ignacio Ellacuría, constructores de la paz con justicia, defensores de las mayorías empobrecidas y propulsores de la solidaridad compartida.

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