Frenar la inequidad

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Uno de los temas que son abordados con mayor énfasis y centralidad en el pensamiento social del papa Francisco es la inequidad que genera violencia. En Evangelii gaudium, hace una serie de valoraciones que explican la razón de esta prioridad. En primer lugar, recuerda que hoy en muchas partes se reclama mayor seguridad. Y en seguida explica que hasta que no se reviertan la exclusión y la inequidad dentro de una sociedad y entre los distintos pueblos será imposible erradicar la violencia. En segundo lugar, señala que se acusa de la violencia a los pobres y a los pueblos pobres, pero aclara que las diversas formas de agresión y de guerra encuentran su caldo de cultivo en la falta de oportunidades. En tercer lugar, acota que mientras la sociedad (local, nacional o mundial) abandone en la periferia a una parte de sí misma, no habrá programas políticos ni recursos policiales o de inteligencia que puedan asegurar indefinidamente la tranquilidad. Finalmente, indica que esto sucede no solo porque la iniquidad provoca la reacción violenta de los excluidos del sistema económico y social, sino porque este es injusto de raíz. De ahí la necesidad de transformar la economía de la exclusión y la inequidad.

Esta necesidad ha sido planteada también con vehemencia en los informes del PNUD y Oxfam, que no solo dan seguimiento anual al estado de la inequidad en el mundo, sino que proponen medidas concretas para frenarla. En la Cumbre para el Desarrollo Sostenible, que se llevó a cabo en septiembre de 2015, los Estados miembros de la ONU aprobaron la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, que incluye un conjunto de 17 objetivos para poner fin a la pobreza, luchar contra la desigualdad y la injusticia, y hacer frente al cambio climático. En su más reciente informe, titulado Trabajo al servicio del desarrollo humano, el PNUD aboga por aumentar las posibilidades de elección de las personas y garantizar que tengan oportunidades a través de la creación de puestos de trabajo de calidad. Pero señala que el vínculo entre trabajo y desarrollo humano no es automático; advierte que si no se adoptan las políticas adecuadas, la desigualdad de oportunidades y de remuneración en el trabajo puede generar división y perpetuar las desigualdades en la sociedad. La perspectiva del trabajo sostenible, digno, decente debe estar orientada por una visión de desarrollo que dé centralidad y protagonismo a la persona. Es decir, se busca el desarrollo de las personas mediante la creación de capacidades humanas; para las personas mediante la mejora de sus vidas; y por las personas mediante su participación activa en los procesos que determinan sus existencias.

Por su parte, Oxfam expone que una de las principales tendencias que subyacen tras la concentración de la riqueza y los ingresos es el aumento del rendimiento del capital frente al trabajo. En prácticamente todos los países avanzados, y en la mayoría de los que están en desarrollo, la participación de los trabajadores en la renta nacional se ha ido reduciendo, lo cual significa que se benefician cada vez menos del crecimiento económico. Por el contrario, los dueños del capital han visto crecer sus ganancias de forma constante (a través del pago de intereses, dividendos o reservas) y a un ritmo significativamente más rápido que el crecimiento de la economía. La evasión y elusión fiscal de quienes son dueños del capital, y los incentivos fiscales que se les aplican han contribuido a incrementar aún más sus beneficios. Pero, según Oxfam, la desigualdad no es inevitable. El sistema actual no es fruto de la casualidad, sino el resultado de decisiones políticas que han beneficiado a sectores minoritarios y privilegiados, en lugar de actuar en defensa de los intereses de la mayoría y de las necesidades de los más pobres.

Tanto para Oxfam como para el PNUD, ha llegado la hora de decir “no” a una economía de la exclusión y la inequidad. Y eso pasa por la implementación de algunas medidas. Distribuir el esfuerzo fiscal de forma justa y equitativa, trasladando la carga tributaria del trabajo y el consumo al patrimonio, el capital y las rentas; frenar la evasión y la elusión fiscal; garantizar un sistema de protección social universal adecuado y una verdadera representatividad de todos los sectores en las prioridades del gasto público, sobre todo de los grupos más vulnerables; adecuar el salario mínimo para que permita alcanzar un nivel de vida digna para la población; lograr la igualdad salarial y promover políticas económicas a favor de las mujeres; invertir en servicios públicos gratuitos y universales como salud y educación; avanzar en la garantía del derecho humano al agua y a la alimentación adecuada; y hacer de la lucha contra la desigualdad una prioridad.

Lucha contra la desigualdad es la que propone también Francisco en su exhortación apostólica. Dicho en sus propias palabras: “Así como el mandamiento de ‘no matar’ pone un límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir ‘no’ a una economía de la exclusión y la inequidad”. La lucha no es contra toda economía, sino contra esa que mata empobreciendo y excluyendo.

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