La identidad ignaciana en los mártires de la UCA

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La identidad ignaciana se estructura a partir de la experiencia de Dios y de la consecuente búsqueda de su voluntad en la historia personal y comunitaria. Esa experiencia llevó a Ignacio de Loyola a la convicción "de un Dios que es bueno con él y con los seres humanos, de un Dios que quiere y se desvive por la salvación de todos los hombres, y de un Dios que es siempre mayor que todo, cuya voluntad hay que buscar y poner por obra, por novedosa y arriesgada que fuera". Claro está que esa experiencia no es la de un Dios "genérico" y abstracto, sino de un Dios que se ha revelado plenamente en el Hijo (Jesucristo) y nos ha enviado su Espíritu como fuerza dadora de nueva vida. Por eso podemos afirmar que no hay identidad ignaciana sin identidad cristiana.

Ignacio de Loyola se constituyó en un modelo de vida cristiana. Dejarse enseñar por Dios (ser su discípulo) significó para él aprender que conformarse a Jesucristo ya no consistía en escoger tal o cual ejemplo de los santos, sino en responder al llamado de Cristo, ofreciéndose en cuerpo y alma al trabajo, del mismo modo que se ofreció Cristo para la salvación del mundo. En esa experiencia ignaciana de Dios está el origen y modelo jesuítico; en esa experiencia fundante, entendida como principio de reestructuración (recreación, reinvención, "volver a nacer"), es decir, como una forma nueva de estar ante Dios, ante nuestros hermanos y ante el mundo.

Lo "ignaciano" nos remite a un tipo de inspiración y de práctica (carisma) con características muy definidas : aferrados a Dios, siempre mayor (el ser humano ha sido creado por Dios y para Dios); seguidores de Jesús, pobre y humillado (se sigue al Jesús del Evangelio); apóstoles por esencia (los jesuitas existen para ser enviados a donde se espera mayor gloria de Dios y ayuda de las ánimas); disponibles a la universalidad y libres para el reino (ligeros de cargos y oficios, y libertad máxima para el reino); contemplativos en la acción (encontrar la palabra íntima de Dios en todas las cosas); guiados por el Espíritu a través del discernimiento (desenmascarar las aparentes eficacias apostólicas y ubicar la eficacia real en un real seguimiento); sentir con la Iglesia (para reformarla desde adentro).

Ahora bien, ¿cómo se concretó esa inspiración y su correspondiente práctica en la realidad en la que les tocó vivir a nuestros mártires? Jon Sobrino, en uno de sus escritos, nos ofrece ciertas claves con el propósito de que todos podamos sentirnos cuestionados y animados.

Según Sobrino, los mártires de la UCA actualizaron el espíritu cristiano e ignaciano, y lo hicieron cada uno según sus talentos. Ellacuría, filósofo, teólogo, rector; repensó la universidad desde y para los pueblos crucificados, puso todo su peso para combatir la opresión y represión, y conseguir una paz negociada. Segundo Montes, sociólogo, fundador del IDHUCA; se concentró en el drama de los refugiados dentro del país y, sobre todo, de los que tenían que abandonarlo huyendo de la represión violenta. Ignacio Martín-Baró, psicólogo social, pionero de la psicología de la liberación, fundador del IUDOP y pastor de comunidades eclesiales de base. Juan Ramón Moreno, profesor de teología, maestro de novicios y maestro del espíritu, acompañante de comunidades religiosas. Amando López, profesor de teología, antiguo rector del Seminario San José de la Montaña y de la UCA de Managua; en ambos países defendió a los perseguidos por regímenes criminales. Joaquín López y López, hombre sencillo y de talante popular; trabajó en el colegio Externado San José, fue el primer secretario general de la UCA y después fundó Fe y Alegría, institución de escuelas populares. Para Sobrino, todos ellos fueron seguidores de Jesús y jesuitas, es decir, reprodujeron de forma real —no intencional o devocionalmente— la vida de Jesús. Son mártires por la justicia.

Pero entre los mártires de la UCA también tenemos a Julia Elba y Celina, madre e hija. Sobrino las identifica como mártires del pueblo crucificado, es decir, pertenecen a esas mayorías que sufren una muerte infligida por la opresión y la represión. Cargan con el pecado del mundo que las ha ido aniquilando poco a poco en vida y definitivamente en muerte. Son el siervo doliente de Yahvé, y expresan el gran sufrimiento de las víctimas que mueren indefensa, inocente y anónimamente.

Los mártires de la UCA siguen interpelando y animando. Interpelan la actitud de cerrazón ante el sufrimiento humano infligido por estructuras, grupos o personas. Animan a la puesta en práctica de la tradición y espiritualidad cristiana e ignaciana. Y si ambas se han de ejercer en un mundo que sigue definiéndose como injusto y excluyente, la misión ha de concretarse en la lucha por la justicia que implicará opción por los pobres, por la verdad y por la vida.

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