La reelección de Bukele era sabida, faltaba el anuncio. El segundo período se impone, porque no hay aeropuerto, ni ciudad y bonos volcán, ni tren, ni Hospital Rosales, ni Hospital Zona Norte, ni reforma de las pensiones, ni becas en el exterior. La reelección es necesaria, porque, al parecer, ningún elemento del partido oficial posee cualidades para ejercer la presidencia del Ejecutivo. Todos son peones. Ninguno es líder. Tampoco pueden aspirar a serlo, porque los cortan de raíz. La desvalorización de los liderazgos partidarios es paralela a una ambición de poder que reclama continuidad. La reelección es prometedora, no solo para Bukele y su familia, sino también para el elenco de colaboradores que, al permanecer en sus cargos, continuarán, cada uno a su medida, la depredación del Estado. Y por eso mismo, la reelección es indispensable, ya que les garantiza la inmunidad.
Así como ahora se reelige una primera vez, Bukele se reelegirá las veces que le apetezca, hasta que se canse o el régimen colapse financieramente, víctima de la iliquidez, las deudas y la corrupción, o socialmente, si la movilización popular se le sale de las manos. La inconstitucionalidad incuestionable de la reelección no lo detendrá. Los otrora defensores de la no reelección, cuando no estaban en el poder, ahora se rebuscan para defenderla. El vicepresidente, uno de ellos, ya acaricia la posibilidad de ser presidente seis meses. Si piensa que mandará, se equivoca. Los hermanos Bukele y las venezolanas serán el poder real tras el sillón presidencial.
Los argumentos esgrimidos para razonar la reelección son fascinantes por su retorcimiento. Es cierto que en muchas naciones el titular del poder Ejecutivo es reelegido, pero es deshonesto obviar que esa posibilidad está expresamente establecida en sus constituciones, las cuales, además, incluyen contrapesos eficaces para impedir el ejercicio arbitrario del poder. El poder necesita límites, porque tiende naturalmente al absolutismo y la corrupción. Por esa razón, la Constitución vigente la prohíbe de manera terminante y explícita en seis artículos. El borrador del vicepresidente, en continuidad con la tradición, también lo hace. La reelección legítima exige modificar la Constitución actual. Pero, claro, eso no conviene a un Bukele urgido por la ambición, la inmunidad y las promesas incumplidas. El procedimiento establecido para efectuar dicha reforma le impide la continuidad inmediata.
No es suficiente argumentar que la permanencia es la decisión correcta “para que podamos continuar este camino que hemos iniciado y que por primera vez en nuestra historia ha demostrado ser el correcto”, incluso si las urnas lo ratifican. “¿Por qué desechar el camino si funciona?”. En primer lugar, porque el funcionario público solo puede hacer aquello que ordena la Constitución. En segundo lugar, porque las dos opiniones a favor, la de Bukele y la de las urnas, no necesariamente son juiciosas. La ironía popular lo ha expresado con la elocuencia que la caracteriza: la reelección es como consumir comida chatarra, apetecible y degustada placenteramente, pero igualmente perjudicial para la salud. En tercer lugar, porque la historia ha demostrado que la dictadura es siempre un mal. Todas las dictaduras crean grandes expectativas al comienzo, pero, más pronto que tarde, producen más males que bienes. Las consecuencias perniciosas de la dictadura se experimentan cuando el dictador ha caído.
La reelección y la dictadura se presentan como un bien social deseable y excepcional y, en consecuencia, sin solución de continuidad. Si “nos va bien y queremos que nos signa yendo bien”, ¿para qué cambiar? Sin embargo, los únicos que pueden afirmar que les va bien son la familia presidencial y sus allegados, los altos funcionarios y el capital cercano a los Bukele. Todos explotan sistemáticamente la oportunidad para enriquecerse. Desde esa perspectiva, para qué cambiar. A los demás, no les va nada bien. Tal vez, ampliando el criterio, a quienes ahora se ven libres de las pandillas, pero poco más. La inmensa mayoría sufre el impacto de la inflación, del desempleo y el empleo precario, de unos servicios públicos en ruinas, de unas pensiones ridículas y de la brutalidad de las llamadas fuerzas del orden. Eso solo para mencionar algunas de las privaciones experimentadas directamente por las mayorías. Tampoco les va bien a los que hacen número en las cárceles y a las familias de los detenidos.
El argumento histórico que Bukele utiliza para justificar la primera reelección incluye, aunque no lo contemple, su caída. Las dictaduras tienen fecha de vencimiento; ni el presidente, ni su gente pueden garantizar que las mayorías estarán sustancialmente mejor cuando esa fecha se cumpla. El desencanto acecha al régimen que privilegia la lealtad incondicional a la competencia y la honestidad. Si el entusiasmo es tanto, ¿por qué poner retenes para recortar la participación en la marcha de la oposición y forzar a los empleados públicos a acudir al desfile oficial? Cuando los motivos para celebrar son genuinos, no es necesario coaccionar, porque se acude libremente para disfrutar de una alegría compartida.
* Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.