La sociedad y el Estado salvadoreño han fracasado. Existen varios elementos que indican que esto es así. Los elevados índices de violencia constituyen uno. Otro es que se propongan limitaciones a los derechos de la población para frenar la delincuencia. Pero el más serio de todos es que haya niños y niñas de entre doce y dieciocho años cometiendo graves crímenes.
Algo grave ha pasado en el ambiente de los llamados "menores infractores" para que a tan temprana edad terminen recluidos por asesinatos brutales. Toda la estructura social ha fallado. Las familias no han sido capaces de convertirse en su principal grupo de referencia: hacia ahí apunta el dedo acusador de algunos analistas.
Las migraciones, las secuelas de la guerra, el machismo y la misma cultura de violencia que impera han convertido muchos de los hogares salvadoreños en disfuncionales. La pobreza también incide. Varios de estos niños y niñas han carecido de la compañía de sus padres y la mayoría de sus necesidades no se satisfacen.
La escuela —junto al Estado— también ha fallado. No ha existido capacidad de convertir la educación en un elemento transformador. Tampoco han existido suficientes oportunidades para aprovechar los talentos de la población infantil y juvenil, y alejarla de la criminalidad.
Las Iglesias, que son parte de las instituciones socializadoras, tampoco han logrado permear en la mente de la niñez, la adolescencia y la juventud. La muestra es que hay más niños, niñas y jóvenes participando en las pandillas que en actividades religiosas.
Los atroces crímenes cometidos no pueden ni deben justificarse, pero sí provocar una profunda reflexión en todos los que participan de la formación de la niñez salvadoreña. Aumentar las penas de internamiento para los "menores infractores" más parece una forma de venganza por los delitos que cometen que una medida que busque cambiar esta situación.
¿Qué se gana enviándolos a los centros de internamiento? Ahí sufrirán hacinamiento, violaciones y tendrá la posibilidad de conseguir y consumir drogas. No basta con aumentar los años de encierro. Mientras el entorno social no cambie, lo que se logrará es que cada vez haya más niños, niñas, adolescentes y jóvenes enclaustrados.
Además, también deben aplicarse medidas para que estos centros logren la readaptación de quienes infringen la ley. En esta población puede tenerse mejores resultados de reinserción si se trabaja con inteligencia y constancia. Si se aumentan los años de internamiento, debe ser para lograr la rehabilitación y evitar que en el futuro se cuente con delincuentes más peligrosos.
Finalmente, es necesario repetir que si no se mejora el trabajo de las instituciones encargadas de investigar y enfrentar la criminalidad, los resultados serán desastrosos. Si ya es grave que por deficiencias del sistema de justicia y/o anomalías de la investigación policial un adulto enfrente una pena por un delito que no cometió, es peor en el caso de la niñez, la adolescencia y la juventud.
Internar a un niño, niña, o joven debe ser el resultado de una profunda y bien fundamentada investigación. No se trata de defender a los delincuentes, sino de evitar que se encierre a un inocente, en especial si es menor de edad.
La sociedad debe dejar ya de reclamar venganza por los crímenes brutales que cometen quienes no alcanzan su mayoría de edad. Es justo que se les enjuicie y se les recluya si son responsables, pero todos y todas deben reflexionar acerca de lo que ha provocado que los niños, niñas y jóvenes terminen siendo delincuentes. Todos y todas, la sociedad y el Estado, hemos fallado y debemos rectificar.