Naciones Unidas ha caído en la obsolescencia no solo por preservar intacta durante décadas la estructura de su Asamblea General; la organización arrastra una burocracia pesada, lenta y cara, que le impide reaccionar diligentemente a las crisis mundiales. La Unión Europea es otra institución con una estructura burocrática pesada. Más importante aún es el poder absoluto que el Consejo de Seguridad ejerce sobre el conjunto de la organización. Los votos que realmente cuentan son los de los ganadores de la Segunda Guerra. Estados Unidos, Rusia, China, Francia y el Reino Unido matan con su poder de veto individual cualquier iniciativa contraria a sus intereses. Desde hace ya algún tiempo, algunas voces han pedido reformar esa anticuada estructura, pero los países con veto no están dispuestos a renunciar a su privilegio. Los demás cuentan poco. No es extraño, entonces, que cuando el presidente de El Salvador tomó la palabra, el recinto estaba desierto. No sucede así cuando el podio lo ocupa uno de los que mandan.
Por eso, justamente, el presidente Bukele decidió aprovechar la ocasión para “poner El Salvador como voz de cambio”. En su breve intervención, descalificó repetitivamente la estructura de la Asamblea General, abogó por la adopción de las tecnologías de la información y enfatizó el poder de las redes sociales. Pero si no hubiera sido por dicha asamblea, no se habría encontrado con Trump ni habría tenido la oportunidad de vender su proyecto político. Aunque obsoleta en la forma, la Asamblea General ofrece una tribuna internacional para que los mandatarios ventilen cada año sus aspiraciones y temores, sus críticas y elogios. Y quizás más importante aún, brinda una ocasión única para relacionarse y cabildear con los líderes de las potencias. Desde esta perspectiva, no parece una pérdida de tiempo si se tienen ideas claras.
El gran desafío que enfrenta Naciones Unidas no es tecnológico, sino humano. Fundada para evitar catástrofes, el capitalismo neoliberal y la estrategia geopolítica de las potencias le impiden responder a las crisis humanitarias. El cambio climático y algunas de sus posibles soluciones están diagnosticados con solvencia científica desde hace tiempo. Si no se adoptan medidas drásticas de inmediato, el cataclismo es inevitable. Es cuestión de tiempo. Sin embargo, Naciones Unidas es impotente, no por falta de investigación y tecnología, aunque aún hay mucho por hacer, sino por la ambición ilimitada de un capitalismo salvaje.
Tampoco puede detener las guerras ni evitar la tortura, la violación, los niños soldados, etc., porque los conflictos armados y sus secuelas obedecen a los intereses geoestratégicos de las potencias o de grandes corporaciones como las que extraen tierras raras o fabrican armamento. La obsolescencia de Naciones Unidas no se deriva de pobreza tecnológica, sino de impotencia. La rentabilidad de la industria militar o extractiva es incompatible con la paz y el bienestar de la humanidad.
El hambre, las epidemias y la migración, asociados al cambio climático, al militarismo y a los juegos de poder, son ámbitos de miseria humana donde Naciones Unidas tampoco puede desplegar todo su potencial, porque no se lo permiten. No es cuestión de tecnología, sino de intereses inconfesables. Paradójicamente, el mismo presidente que le echó en cara su obsolescencia acude a ella para que respalde su plan de perseguir la corrupción en el país. Esta no fue la única sorpresa del día. Mientras Bukele proclamaba en New York su confianza en el poder de las redes sociales, su Casa Presidencial encadenó radios y televisoras, y suspendió el cable en El Salvador para forzar a la sociedad a escuchar su mensaje, un recurso anticuado incompatible con el alarde de modernidad del mandatario. Al parecer, la inconsistencia se impone como nota distintiva del Gobierno.
El futuro que tanto preocupa a Bukele es mucho más vasto y complejo que la tecnología de la comunicación y las redes sociales. La existencia de un “nuevo mundo” está fuera de discusión, pero no es el que él imagina. La adolescente sueca de dieciséis años Greta Thunberg lo expresó en términos más enérgicos y persuasivos que el presidente salvadoreño. Esta representante de las generaciones siguientes se querelló con los poderosos del mundo, los increpó con bravura excepcional por su desfachatez: “¿Cómo se atreven a seguir mirando hacia otro lado y venir aquí diciendo que están haciendo lo suficiente?”, “¿Cómo se atreven a fingir que esto se puede resolver actuando como de costumbre y con algunas soluciones técnicas?”, “La gente está sufriendo […] se está muriendo. Ecosistemas enteros están colapsando. Estamos al comienzo de una extinción masiva. Y de lo único que pueden hablar es de dinero y cuentos de hadas de crecimiento económico eterno”. “Nos están fallando. Pero los jóvenes estamos empezando a entender su traición”.
* Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.