Qué color

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Benjamín Cuéllar
09/10/2014

“Tú le dijiste al Boas y al Rulos que si te fregaban, jodías a toda la sección. Y lo has hecho, Jaguar. ¿Sabes lo que eres? Un soplón. Has fregado a todo el mundo. Eres un traidor, un amarillo”. Así encaró el cadete Arróspide al líder de unos estudiantes del Colegio Militar Leoncio Prado en la novela La ciudad y los perros, de Mario Vargas Llosa. “El círculo” se autonombraba ese colectivo juvenil semiclandestino, dentro del cual el Jaguar había pasado de ser miembro respetado y temido a un tipo despreciado y excluido por sus camaradas. No merecía siquiera que le rompieran la cara, le gritaba el brigadier de la sección a la que pertenecían ambos. Lo consideraba lo peor de lo peor, esto es, “un traidor, un amarillo”. Y es que la traición y el color amarillo han sido históricamente términos asociados.

¿Será por eso que a la Fuerza Armada de El Salvador se le ocurrió denominar “Libro amarillo” al ignominioso puñado de hojas de papel donde se incluyeron fotografías y datos de personas que, según la inteligencia militar, eran “delincuentes terroristas” o “D/T”? Porque resulta que todos sus voceros nunca dejaron de insistir, oficiosa y machaconamente, que las voces contrarias al régimen opresor eran de traición a la patria. Pero el documento es más bien un muestrario de víctimas de ejecuciones sumarias y desapariciones forzadas, de detenciones ilegales y torturas. El que aparecía en ese burdo registro enfrentaba la amenaza de sufrir cualquiera de esas atrocidades.

Fechado en julio de 1987, además del nombre del documento y la advertencia entre paréntesis de que era para “uso especial”, en la portada hay un corto, pero nefasto texto manuscrito: “Comandancia. Archivo D-II. Que lo usen. Sacar fotocopias de fotografías. Ponerlo en boletinero para que conozcan a sus enemigos”. Así, “enemigos”, sin más. El “D-II” es el Departamento de Inteligencia del Estado Mayor Conjunto de la Fuerza Armada. La existencia del “Libro amarillo” se conocía desde años atrás, pero de manera privada y restringida. Lo reciente es su publicación en Internet, incluido un análisis de su contenido. Qué color se han dado los militares con esta difusión, que es fruto del esfuerzo de tres entidades estadounidenses: el Archivo de Seguridad Nacional, el Centro de Derechos Humanos de la Universidad de Washington y el Grupo de Análisis de Datos de Derechos Humanos.

Son casi dos mil registros, entre los que aparecen las fotografías de 1,857 personas señaladas como “D/T”, por su militancia en las organizaciones guerrilleras que integraban el FMLN o directamente vinculadas a este. Algunas sí participaban en estructuras insurgentes, pero muchas no. Eso sí, eran opositoras y críticas al autoritarismo oficial desde diversos espacios sindicales, partidistas, profesionales, culturales, estudiantiles y de derechos humanos y su defensa irrestricta y valiente, cuando se violaban masiva y sistemáticamente por razones políticas. Cruzando la información del “Libro amarillo” con los reportes de quienes se arriesgaban al denunciar la represión, se tiene que 273 personas fueron ejecutadas, a 233 las desaparecieron por la fuerza, 274 fueron torturadas y 538 estuvieron detenidas ilegalmente. Eso ha quedado establecido y plantea grandes desafíos al país, tanto a la administración estatal como a la sociedad, sobre todo a las víctimas.

Porque con los archivos de la Comisión de la Verdad y de Amnistía Internacional, junto a los creados por organismos nacionales de derechos humanos, se impone el impostergable esclarecimiento de la barbarie cometida en El Salvador durante las décadas de 1970 y 1990, principalmente. No hay otro camino hacia la ansiada paz. Derrotar la impunidad fortalecida con la Ley de Amnistía es la única fórmula, y hay que empezar por el principio. Como la Fuerza Armada ya no puede alegar demencia sobre nóminas de antaño con información de sus “enemigos” y otros archivos secretos después de la publicación del “Libro amarillo”, la ocasión se pinta sola. Su actual comandante general fue primer responsable de las Fuerzas Populares de Liberación (FPL) e integrante de la comandancia del FMLN. Ahí está el primer gran desafío.

Salvador Sánchez Cerén no tiene nada que perder políticamente, pero sí mucho que ganar. Es muy difícil que tenga algún interés en ser candidato en las elecciones presidenciales de 2024, pero bien podría pasar a la historia como el estadista que El Salvador nunca ha tenido. ¿Cómo? Haciendo lo que ninguno de sus antecesores: comenzar una batalla frontal y decidida contra la impunidad. Que le ordene, pues, al Ejército que abra sus archivos para que las víctimas hagan con esa información lo que les parezca, pero sin dejar de hacer lo que les han negado siempre: sanar y cerrar sus heridas. A la Asamblea Legislativa le toca enfrentar su propio e importante desafío: derogar la infame amnistía e, inmediatamente, aprobar una nueva normativa que haga de la justicia en transición el motor de los cambios requeridos por un sistema que no genera credibilidad ni confianza. Y en esta cruzada también estarían siendo desafiadas todas las instituciones: la Fiscalía y la Procuraduría General de la República, así como el órgano judicial y la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos.

Al Ejecutivo le toca cumplir a cabalidad todas las recomendaciones y sentencias emitidas por los organismos de protección de derechos humanos del sistema de Naciones Unidas. Asimismo, le corresponde colaborar con la Audiencia Nacional de España.

Y en definitiva, está el desafío de las víctimas. El interés que ha generado el sitio electrónico donde está publicado el “Libro amarillo” es enorme. Más de ochenta mil visitas en los primeros tres días. La sed de verdad y justicia es innegable. Esa es la respuesta directa a quienes dicen que son cosas del pasado que no interesan a nadie. Es una cachetada al rostro de la funesta impunidad. Y es la señal de que puede despertar un gigante que no podrán parar si las víctimas asumen su desafío.

Dicen, desde donde promovieron esta publicación: “Estamos recibiendo una lluvia de correos, de esos que te quiebran el corazón. Gente que busca a sus desaparecidos, con la esperanza de que —a lo mejor— sabemos algo aunque la persona no aparezca en el ‘Libro’. Nadie nos ha escrito exigiendo castigo para los malhechores ni mucho menos venganza. Piden solo la verdad”. Que se organicen y junten, entonces, todas estas demandas. Al principio de forma virtual, quizás. Pero luego debe seguirle un planteamiento estructurado dirigido al Estado salvadoreño y un poderoso movimiento social que lo respalde, para que por fin se les dé a las víctimas el lugar que merecen. Y para que dejen de seguirse produciendo tantas víctimas en la posguerra.

(El sitio electrónico donde se puede encontrar el “Libro amarillo” es http://unfinishedsentences.org/es/the-yellow-book/.)

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