La semana pasada terminó marcada por el aniversario del cuarto año del triunfo del FMLN en la elección presidencial de 2009 y por el discurso del presidente Funes. Un discurso que trata de presentar la visión del poder ejecutivo sobre el estado de la nación frente a los representantes del pueblo en la Asamblea Legislativa. Dado que la realidad nacional es responsabilidad de todos, conviene que reflexionemos sobre las palabras del mandatario, aunque sea brevemente. En primer lugar, se trata de un discurso marcado por palabras altisonantes. Siempre en referencia a la dinámica democrática, al desarrollo y a la inversión social, se usan expresiones como "niveles inéditos", "puertas siempre abiertas", "ejemplo para el mundo", "estrategia integral de seguridad" y otras semejantes. Es normal que en estos discursos se hable en favor del propio Gobierno, pero las palabras altisonantes contrastan con frecuencia con una realidad que todavía está plagada de carencias graves. Decir que la crisis entre poderes del Estado fue resuelta con una madurez que es "ejemplo para el mundo" no deja de producir cierto escepticismo. Sobre todo, cuando el griterío de la Asamblea Legislativa contra la Sala de lo Constitucional no cesa y el nombramiento de los magistrados de la Corte de Cuentas sigue en el limbo.
No hay duda de que este Gobierno ha invertido más en el campo social que los anteriores. Los cartelitos exhibidos por los diputados de Arena en los que señalaban fracasos no son más que parte del espectáculo político de una oposición poco responsable. Pero también es cierto que el Gobierno no ha resuelto, ni comenzado a resolver, serias injusticias estructurales de larga data en El Salvador, que afectan a las políticas públicas en el campo de la salud y de la educación. Dos sistemas de salud pública con muy diferente inversión por persona enferma son un insulto a la igual dignidad humana y al derecho universal a un servicio de salud pública de la misma calidad para todos. La inversión social ha crecido, pero la transformación estructural de las desigualdades en los diferentes servicios públicos ha avanzado muy poco. Jugar con la medición de la pobreza, cuando esta depende hoy en El Salvador casi exclusivamente de algo tan variable como el precio de los alimentos, no es del todo responsable. Lo que está haciendo de bueno el actual Gobierno es desarrollar, con el apoyo de instituciones internacionales, un nuevo sistema para medir la pobreza multidimensionalmente. Hubiera sido mejor aludir positivamente a ese nuevo sistema, que permitirá diseñar políticas públicas más adecuadas para luchar contra las carencias que constituyen y hacen sentir a las personas su realidad de pobreza.
Que el Gobierno ha hecho cosas buenas es evidente. Pero que en ocasiones ha dañado sus propias realizaciones con atrasos, vacilaciones y tensiones innecesarias también ha sido visible en estos cuatro años. La preocupación e inicio de prevención frente al cambio climático, los avances en la transparencia, el establecimiento de una política energética más racional y ecológica, y el aumento de la exigua carga fiscal son meritorios. Pero es una desproporción absoluta poner como un triunfo la concesión del puerto de La Unión cuando esta todavía no se ha hecho y cuando, a lo largo de estos cuatro años, la inversión se ha convertido sistemáticamente en pérdida. Por otra parte, decir que el pueblo le exigía al Gobierno que denunciara a los corruptos no es del todo exacto. Si algo exigía el pueblo es que los corruptos estuvieran en la cárcel. Y de momento, solo hay una denuncia de supuestos ilícitos para ayudar al Fiscal General de la República en su investigación. Afirmar que el Gobierno tuvo que hacer purgas en la PNC para salvarla de la corrupción contrasta con el hecho de que algunos de los oficiales supuestamente purgados durante la etapa de Manuel Melgar en el Ministerio de Justicia y Seguridad Pública vuelven ahora a tener responsabilidades importantes en el control de territorio que la Policía ejerce.
La impresión final es la de un discurso demasiado dominado por el afán de propaganda, muy inserto en la dinámica electoral que se va imponiendo en el país y ajeno a la necesidad de encontrar proyectos de realización común y políticas de Estado dialogadas entre todos y que comprometan a todos. Está bien que el presidente presuma de haber dirigido hasta el presente un Gobierno independiente de las cúpulas partidarias y empresariales. Pero hubiera sido más importante insistir ante la Asamblea Legislativa que El Salvador no puede avanzar hacia el desarrollo sin políticas de Estado profundamente sociales, consensuadas por todos. Ni un solo partido, ni una cúpula empresarial (aunque esté unida orgánicamente a un partido político) pueden resolver adecuadamente los problemas nacionales. Pactos amplios en lo que respecta a políticas sociales son indispensables para que el rumbo hacia el desarrollo sea realmente sólido. Aprovechar el discurso sobre el estado de la nación para reforzar esa idea, incluso para invitar a trabajar en este año electoral en una agenda común de desarrollo, hubiera sido mejor que caer en la autoalabanza tan visible en el discurso.