El Salvador ante el calentamiento global

El calentamiento global, efecto de la emisión de gases de efecto invernadero, está afectando cada vez más al mundo en que vivimos. La reducción del hielo en los polos amenaza con eliminar una buena proporción de las playas y, por supuesto, inundar zonas productivas y lugares de vivienda. Las tormentas y las sequías serán cada vez más frecuentes y más fuertes. Si, como afirman algunos pronósticos, la temperatura aumentara tres grados en los próximos decenios, la vida en ciertos lugares de nuestro país se volvería más dura e intolerable en algunos otros. Aunque en El Salvador producimos una cantidad mínima de gases invernadero en comparación con los grandes países industrializados, es seguro que por nuestra ubicación geográfica y débil e insuficiente desarrollo sufriremos más duramente los efectos del cambio climático.

En este contexto, debemos preguntarnos qué hacer. Y la respuesta es evidente. Lo primero, prepararnos. El Ministerio de Obras Públicas, por citar un ejemplo positivo, ha puesto a funcionar ya un departamento dedicado a asegurar y reforzar nuestros puentes y carreteras frente al endurecimiento del clima. Es una buena idea de un buen ministro, y como esta hay otras. Pero además de prevenir, es necesario emprender otras acciones. El segundo paso es controlar nuestra emisión de gases. No podemos esperar solidaridad mundial si no hacemos esfuerzos para reducir los gases de invernadero. La falta de control de la emisión de gases de vehículos es escandalosa entre nosotros. Buses, camiones, carros y motos dejan con frecuencia verdaderas estelas de humo y contaminación. Y aparte de los daños que eso ocasiona en la salud y el impacto en el gasto público que va asociado, es indispensable ser coherente con compromisos internacionales que buscan el bien de la humanidad y el nuestro propio. En ese sentido, tomarse en serio la medición de gases de los vehículos, controlarlos, impedir la circulación de los que sobrepasen los límites establecidos, es una responsabilidad urgente.

Un tercer paso es mitigar las emisiones de dióxido de carbono. Sembrando árboles, reforestando El Salvador no solo las mitigamos, sino que contribuimos a mejorar el medioambiente. Una regulación del uso del suelo que favorezca la agricultura y la posesión de tierras hábiles de vocación agrícola para los campesinos, al tiempo que se reforestan las zonas boscosas, es sano tanto para la seguridad alimentaria del país como para el clima y el cumplimiento de nuestros compromisos de lucha contra el calentamiento global.

Un cuarto paso, que implica necesariamente los tres primeros, es impulsar una política internacional agresiva y clara en defensa del medioambiente. Los países ricos tienen que entender que su desarrollo salvaje y contaminante, así como su incumplimiento de protocolos como el de Kioto, dañan sobre todo a los países pobres del trópico. Tener una política internacional activa en este terreno posibilitará y facilitará nuestros reclamos en el caso de que el cambio climático nos dañe con más frecuencia y dureza. Pero para tener credibilidad, debemos también promover una política interior de combate contra los gases de invernadero, que hasta ahora no hemos llevado a cabo amparándonos en nuestra relativamente pequeña producción de dióxido de carbono en el contexto mundial.

Según la mayoría de estudios científicos disponibles, es evidente que se nos viene encima una realidad negativa y que frena el desarrollo. Quedarnos mudos y pasivos no tiene sentido. Como tampoco lo tiene llorar las tragedias que se pueden prevenir o al menos aminorar. El único camino es tener una posición firme en este tema, que venga acompañada de la creación de una cultura respetuosa del medioambiente y capaz de controlar todo aquello que lo daña. Empezar a trabajar ya y con energía en el control de la emisión de gases y en la reforestación de El Salvador son tareas impostergables que deben unirnos a todos los salvadoreños. Para después, con coherencia, prevenir posibles daños y decir una palabra internacional seria y creíble.