En estas fechas, es común desear a los demás un feliz año, con seguridad uno de los anhelos más profundos de los salvadoreños y salvadoreñas. Después de muchos años de sufrimientos, de grandes limitaciones, de esperanzas truncadas, de desastres socio-naturales, de altos niveles de vulnerabilidad de todo tipo, de separaciones familiares..., lo que más deseamos en El Salvador es una vida tranquila, con trabajo, en paz, sin problemas que agobien y dificulten la cotidianidad. Este deseo tan salvadoreño es compartido con todos los pueblos, pues vivir dignamente y en paz es una aspiración propiamente humana.
El deseo que nos comunicamos unos a otros al inicio del año puede referirse a dos tipos de felicidad. En primer lugar, la personal, que brota en el interior de cada uno y es fruto de las opciones personales. Es esta una felicidad relacionada con la capacidad individual de encarar las dificultades y oportunidades vitales, muy vinculada al propio ser y al bienestar personal. Esta felicidad es importante y debe buscarse, pues es la base para una vida plena. Pero también nos referimos a esa otra felicidad que tiene un carácter colectivo y comunitario. Esa que está relacionada con la realidad y que marca nuestra existencia como pueblo. Una felicidad que depende mucho de la realidad colectiva que nos toca vivir. Y es aquí donde radica la principal dificultad para la felicidad de todos.
Nuestra realidad está llena de factores que dificultan e incluso impiden la felicidad. Los altos niveles de violencia e inseguridad, la falta de empleo, la pobreza de un amplio sector de la población, la ausencia de oportunidades para la juventud, los miles de niños que crecen sin el amor de sus padres, los abusos en la familia y en el trabajo, la discriminación que sufren muchos de nuestros compatriotas son algunos de los escollos que debemos superar para que podamos alcanzar la felicidad. Parafraseando al papa Francisco, en El Salvador debemos preguntarnos qué está sucediendo en el corazón de las personas.
Vivimos como enemigos unos de otros y somos incapaces de construir una sociedad en paz que permita la plena realización de todos. La felicidad es un bien colectivo, que brota de tratarnos y querernos como hermanos; es una realidad que solo se construye en conjunto. Cada uno puede y debe poner de su parte; con nuestra actitud diaria podemos contribuir a la felicidad de las personas que nos rodean o, por el contrario, ser fuente de su infelicidad. En este sentido, es importante que, además de desearnos un feliz año unos a otros, revisemos si día a día nos esforzamos por construir felicidad para los que nos rodean, sea en el hogar, en el trabajo o en la comunidad.
2014 es un año especial: elegiremos nuevo Presidente y de esa elección dependerá en buen grado si el camino hacia la felicidad será más o menos expedito. A la hora de votar, pensemos bien quién está más comprometido con la búsqueda de la felicidad para nuestro pueblo, quién tiene más capacidad para construir un país inclusivo, justo, solidario, en paz. Y en ello, más que valorar desde la situación personal, debemos pensar en las grandes mayorías a las que se les ha negado por décadas la posibilidad de ser felices, de acceder a una vida digna. Es momento de que sigamos la invitación del papa: "Todos deben estar comprometidos con la construcción de una sociedad verdaderamente justa y solidaria". Y es que solo así la felicidad será posible en El Salvador. Esta debe ser la tarea principal de los que se encargan de la cosa pública; debemos exigirles que pongan todo su empeño en ello. Pero también cada uno debe poner de su parte. De hacerlo así los deseos de felicidad que formulamos en estos días podrán hacerse realidad.