El pueblo salvadoreño sabe, por experiencia propia, que de las situaciones difíciles suelen nacer la solidaridad, la bondad y la creatividad para resolver los problemas. Si bien la vulnerabilidad del territorio hace que los fenómenos naturales desnuden la precariedad de las condiciones de vida de miles de familias, también despiertan una enorme solidaridad con los afectados. En la actualidad, el país vive tiempos difíciles, y la debilidad de la institucionalidad pública cada vez es más obvia y preocupante. El abandono de tareas por parte del actual Gobierno afecta a la población, principalmente a las comunidades más pobres del país. La falta de fondos en las alcaldías, agravada por la reducción del número de municipalidades, profundiza el abandono y lleva a El Salvador a un horizonte incierto.
Mientras la propaganda repite sin cesar que es este un nuevo país, próspero y seguro, la desatención a las funciones básicas del Estado avanza. La falta de medicinas en el sistema de salud, la fuga de especialistas, el deterioro físico de muchos centros escolares y el descuido en el reparto de alimentos y uniformes a decenas de miles de niños y niñas del sistema público contradicen la narrativa oficial. El oficialismo ni siquiera es capaz de reparar los caminos y calles de las comunidades y colonias, ni de ofrecer un buen servicio de recolección de basura. El cierre o desmantelamiento de instituciones que atendían directamente a sectores vulnerables, como el Injuve, el Insaforp y la Secretaría de Inclusión Social, es muestra de que los jóvenes, los trabajadores y las mujeres no están en el centro de la preocupación del Estado.
Ante la falla casi sistémica de los servicios que el Estado debería ofrecer a las población, surgen iniciativas ciudadanas. Jóvenes que deciden pedir dinero para reparar las calles de su comunidad, mujeres que acarrean piedras para llenar los baches que vuelven intransitables las arterias, gente que reúne materiales para garantizar el suministro de agua. La incapacidad o desidia del Gobierno anima la organización ciudadana; el abandono del bienestar social está demostrando que la ciudadanía es fuerte en la medida que se une. Las actuaciones de los ciudadanos que trabajan en conjunto reconfirman que la solución a sus problemas no vendrá de arriba ni de fuera, sino desde abajo y desde dentro de ellos mismos. Mientras los funcionarios exhiben sus miserias y egoísmos, la ciudadanía da muestras de organización y unidad para el bien común. Ese es el camino.