Para un país enfermo

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Editorial UCA
04/06/2019

En su toma de posesión, el Presidente de la República comparó a El Salvador con un niño enfermo, al que todos debemos cuidar para sacarlo adelante. Hasta ahora, ante la grave situación del país, más bien se ha actuado con indiferencia, en lugar de responder con la atenta solicitud que toda familia tiene con un miembro enfermo. El tratamiento para la enfermedad tampoco ha sido el adecuado; en lugar de atacar sus causas, se han aplicado remedios que la han agudizado, poniendo en mayor riesgo la vida del enfermo.

Exclusión social es el nombre de la dolencia que padece nuestra nación. Exclusión social fruto del modelo económico implementado, el cual ha desechado a una gran parte de la población, condenándola a la pobreza, impidiéndole acceder a oportunidades para su desarrollo y realización tanto personal como colectiva. Esta enfermedad tiene diferentes síntomas, y uno de ellos, el más visible, es la violencia. Una violencia que causa gran sufrimiento en los salvadoreños y que contribuye, en un cruel círculo vicioso, a que la exclusión se profundice.

Ante este tipo de mal, no es suficiente atender los síntomas, hay que ir a la raíz. Por 20 años se ha pretendido reducir la violencia principalmente a través del uso de la fuerza y la persecución del delito, lo que es equivalente a un paliativo: los síntomas de la enfermedad disminuyen por un tiempo, pero está resurge, incluso con renovada virulencia, muy pronto. Se requiere ir a las causas que han dividido el país en dos: por un lado, los que se benefician del desarrollo y gozan de la mayor parte del ingreso nacional, y, por otra, los que son marginados, sobreviviendo en una situación de gran vulnerabilidad. La exclusión social hace que un 40% de la población viva en condiciones de pobreza. Combatirla y promover la justicia social deben ser acciones prioritarias.

En este marco, hay que aplicar modificaciones importantes en las políticas públicas, a fin de orientarlas prioritariamente hacia los sectores más débiles y vulnerables. Es necesario llevar hasta estas zonas y sus poblaciones, hoy excluidas, verdaderas oportunidades educativas, recreativas y de empleo; trabajar en ellas para recuperar la autoestima de la niñez y la juventud, ofrecerles opciones de vida digna, para que puedan soñar en un futuro que hoy no está en su imaginario, uno que les permita desarrollar sus capacidades creativas y enfocarlas hacia el bien.

Por supuesto, este cambio de enfoque requiere de inversión social, la cual solo será posible si todos los salvadoreños, pero en especial aquellos que más tienen, facilitan recursos para el Estado. La enfermedad se ha vuelto tan grave que demanda de la atención y preocupación de todos; solo a través de un esfuerzo extraordinario podremos superarla. En esa línea, los programas de prevención y rehabilitación, superación de la pobreza y la exclusión, y generación de empleos decentes deberían ser los primeros en la lista del nuevo Gobierno. Sus resultados no se verán a corto plazo, pero tendrán gran impacto a mediano y largo plazo. Priorizar los resultados por sobre la espectacularidad y los “me gusta”, debe ser también parte de la apuesta.

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