En la actualidad, las campañas anticorrupción son utilizadas por los gobiernos autoritarios para atacar, perseguir y encarcelar a los opositores, mientras sus corruptos son protegidos. En El Salvador, la corrupción dejó de ser un fenómeno para convertirse en una especie de cultura que atraviesa a la sociedad en todos sus estratos y en muchas de sus dimensiones. En lo que tiene que ver con la administración de la cosa pública, la deshonestidad y la compra-venta de decisiones gubernamentales han sido la norma.
Aunque toda corrupción es dañina, hay niveles de corrupción por el perjuicio que causan. El periodista y pensador Moisés Naím distingue tres niveles. El primero es el más común: la corrupción clásica, que generalmente es transaccional, es decir, que implica el intercambio de favores. Por ejemplo, el automovilista que soborna a un policía para evitarse una esquela o el funcionario que agiliza o aprueba un trámite a cambio de dinero. Esta corrupción, tanto de quien da como de quien recibe, es una enfermedad que debilita a la sociedad. El segundo nivel se da en países gobernados por cleptócratas, es decir, personas enfocadas en el enriquecimiento propio a costa de los bienes públicos. En una cleptocracia, el primer ministro o el presidente dispone de los fondos del Estado como si fuesen propios y, para ganar lealtades, reparte dádivas entre su círculo cercano: familiares, amigos, compadres, prestanombres, socios, aliados políticos, altos militares, etc. Este tipo de corrupción puede llevar a la quiebra a un país.
El tercer nivel es el de la corrupción propia de los Estados mafiosos, aquellos en los que el crimen organizado está al frente del Gobierno. La mafia gobernante usa el Estado para alcanzar sus objetivos, que casi siempre redundan en la acumulación de riqueza. En este contexto, la corrupción no solo es una fuente de enriquecimiento ilícito, sino un potente instrumento político. Los gobernantes de los Estados mafiosos usan la corrupción como un arma para acrecentar su poder e influir en las relaciones internacionales. Es esta la escala más alta de la corrupción, pues ya no se trata de que el crimen organizado influya en los gobernantes desde fuera, sino que está instalado en el Gobierno.
La mafia tiene su propio modo de operar. Tiene una estructura jerárquica en la que la lealtad y el respeto al jefe mafioso es fundamental. El secreto y el silencio son parte del código de honor. A la hora de defender sus intereses, la mafia actúa sin escrúpulos, valiéndose de cualquier medio. Usa la violencia y la intimidación para zanjar las diferencias internas, eliminar rivales, controlar territorios y aumentar su poderío. A escala global, la corrupción de los Estados mafiosos constituye una amenaza ante la cual hay pocas respuestas efectivas. Este tercer nivel de la corrupción no solo constituye una amenaza para la democracia, sino también para la seguridad internacional.