El desenfreno del poder y la riqueza

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Rodolfo Cardenal
26/09/2024

Los contrapesos y los controles son indispensables para contener la tendencia al desenfreno de la naturaleza humana. No es fácil mantener a raya la seducción del poder y del dinero; los mejores propósitos se estrellan contra ella. Su fuerza casi irresistible estriba en que estimula los instintos más primarios de los seres humanos. La respuesta rápida e irreflexiva pide controles externos para frenar la impulsividad y establecer cierto equilibrio. Cuando esos controles son débiles o inexistentes, la naturaleza humana se desenfrena. Su ambición de poder y riquezas es insaciable. La sociedad salvadoreña es testigo de hasta dónde puede llegar el libertinaje.

“El dinero alcanza cuando nadie roba” fue un comienzo prometedor, que suscitó un entusiasmo genuino. La promesa, en lo que tuvo de verdad, se echó a perder cuando Bukele desmontó los contrapesos y los controles del Estado. Entonces, volvió lo de siempre, cuya exhibición progresiva pone en aprietos a los funcionarios que dan la cara. Bukele argumentó que la institucionalidad estatal los despojaba de la libertad para reinventar el país. Si la reinvención tuvo algo de verdad, se perdió, justamente, cuando derribó la institucionalidad y permitió que los suyos saquearan la nación. Irónicamente, la reinvención nació muerta. El ansia de libertad absoluta la aniquiló, aun antes de dar sus primeros pasos.

Una vez desmontados los contrapesos y los controles institucionales, liquidada la oposición política, neutralizado el gran capital —tan beligerante en el pasado reciente—, acorralado el periodismo independiente y silenciada la profecía de los mártires salvadoreños, el oficialismo se desenfrenó, ansioso de poder y dinero. Al comienzo actuó con timidez, pero una vez cogió confianza, se entregó al libertinaje, desde Casa Presidencial hasta el soldado y el policía que recorren los vecindarios a la caza de víctimas.

La avidez por poder y riquezas es tan voraz que cada vez es más difícil de ocultar. El escándalo causado por la divulgación de la abultada y disparatada nómina de la legislatura oficialista ilustra el desenfreno y sus consecuencias perversas. Arrinconados, los diputados no han dado con mejor argumento que la descalificación y el insulto. Cada vez que alguno intenta justificar la corrupción legislativa, el galimatías es mayor. El escándalo alcanzó niveles superiores a raíz de la circulación de audios que exponen la conducta ilegal e inmoral de su presidente. Sorprendido, desautorizó la fuente, en un espectáculo lamentable.

El desenfreno no es inofensivo. Mientras desvalija la ya maltrecha hacienda pública, debilita a la dictadura, al dejarla sin liquidez y abrir una brecha en su seguridad. El siniestro del helicóptero militar, ya sea “un accidente” o una conspiración, es un indicio crítico de debilidad. Un solo golpe eliminó a la cúpula policial y a un estafador, aliado del oficialismo. Relegarlo al olvido no disminuye la gravedad de lo ocurrido. En otro nivel, en sus interioridades se libra una puja por varias magistraturas. El actual presidente de la Corte Suprema de Justicia no oculta que quiere nueve años más, por la sencilla razón de sentirse muy cómodo en ese sillón. Si el gabinete permanece, por qué no los magistrados. La continuidad cierra el camino a otros aspirantes a esos puestos. Entre más fiera la competencia, más división. No por razones ideológicas o políticas, que nunca las hubo, sino por apetitos, recelos y envidias.

El desconcierto interno del oficialismo se expresa en declaraciones que dicen más de lo que quisieran o muestran más de lo conveniente. El desbarajuste del oficialismo se observa en las declaraciones de todos sus voceros, sin excepción. Una vez abierta las compuertas de la ambición es muy complicado cerrarlas y contener el desenfreno.

La purga interna no parece ser opción, ya que los más corruptos son los que tienen más poder y liderazgo interno. Retener a los libertinos equivale a conservar la fuente de los escándalos de corrupción y del desgaste, que alimentan el descontento popular, cada vez más general y firme. Si algo dejó claro la protesta de las organizaciones sociales del 15 de septiembre es que el desgobierno es tan inaceptable que han perdido el miedo a denunciar sus desmanes.

La dictadura pensó que la ruta hacia el futuro pasaba por la desarticulación de la institucionalidad estatal. Pero en poco tiempo cayó en lo mismo de siempre con muchos de los de siempre. El principio de novedad lo perdió cuando pretendió gobernar sin contrapesos.

 

* Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.

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