La tragedia de El Salvador a 200 años de su Independencia: lo ininteligible

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Mauricio Alarcón
16/09/2021

A doscientos años de la consolidación del sistema republicano en Centroamérica, la burguesía criolla -en su competencia por la hegemonía oligárquica en el país- se ha renovado mientras continúa pauperizando a los salvadoreños. Aunque el reemplazo abrupto e irregular de funcionarios viejos por nuevos -del mismo cuño- parezca una amenaza para el sistema neoliberal oligárquico en El Salvador, dicho sistema de corrupción, destierro y deriva social no está cambiando. Es más, si parte de la actual oposición triunfara, no alteraría en nada el curso de las cosas. El éxodo, la inseguridad y la violencia, maquillada por anillos de turismo, continuaría como parte del tradicional pan y circo de los políticos ordinarios. Ni el régimen de Bukele ni gran parte de la actual oposición tienen la justicia social en sus agendas. La indiferencia y negligencia ante los pobres que existe en gran parte de la clase media y de la élite económica y política, y en algunos de sus voceros, no prometen ni un curso lógico al país ni una salida viable a la crisis. Tanto la estrategia de Bukele, como la composición y estrategia de una parte de la oposición actual, son ininteligibles. Ambas carecen de sentido o creen que el enriquecerse impunemente a costillas del Estado, a espaldas de  la ciudadanía, siempre será el mejor de los negocios.

Por supuesto que este caos no llegó de la noche a la mañana.  La utopía de resolver la pobreza causada por la avaricia y el capitalismo desapareció de la agenda de muchas izquierdas con el fracaso de la URSS, pero esto no significa que ya no haya pobreza en el mundo. Mientras en el oriente se vivía un socialismo de Estado, en el occidente, la lucha contra la pobreza se redujo a los objetivos de la revolución francesa o burguesa: Liberté, Égalité, Fraternité. Y como tal, vimos estos objetivos como imposibles y fracasados con el derrumbamiento de la URSS y se renunció a la lucha contra la pobreza como utopía y nos concentramos en los derechos humanos, determinados por las libertades individuales establecidas en la Constitución de los EE.UU. y en las  libertades democráticas, como lo acuñaron las Ligas Populares 28 de Febrero en los años ochenta.

Antes de eso, muchos de los recién graduados como bachilleres a mediados de los años 70 se incorporaron a la lucha para reivindicar su derecho a la educación superior. Su formación académica y el trabajo que realizaron con las organizaciones universitarias los llevó a la lucha contra la pobreza que, en ese momento, se libraba en el campo, en las fábricas y en los tugurios. Al igual que las organizaciones universitarias y de secundaria, algunas de las instituciones educativas enviaron a sus estudiantes a estos lugares para aprender sobre la realidad nacional directamente desde los jornaleros, trabajadores rurales y urbanos. Estos estudiantes aprendieron directamente desde los pobres cómo es vivir con desnutrición, con insalubridad y sobre la dureza de sus vidas inmensamente amargas, como dice el poeta Oswaldo Escobar Velado. Los estudiantes de entonces visitaron el campo y apostaron la vida mientras organizaban a otras personas en cantones, caseríos, fábricas, etc. No le temían a la pobreza, sino a la tiranía que defendía a los ricos. De esa manera, se organizaron obreros en las fábricas, se tomaron ministerios, se hicieron huelgas, paros laborales, sobrevivieron a  masacres y denunciaron la pobreza y el irrespeto a los derechos humanos.

Sin embargo, algunos de los proponentes de las libertades individuales o democráticas que formaban parte de las élites políticas tuvieron más urgencia y más poder para imponer su agenda y se olvidaron de continuar la lucha contra la pobreza. En aquellos tiempos, se pudo haber promovido que los pobres participaran de manera más activa en la defensa de sus propios intereses, pero estas élites prefirieron empujarlos a apoyar agendas partidarias o a dedicarse a la guerra.  Aunque se hablaba de una lucha continua o prolongada, prevaleció en la mente de los más aprovechados la urgencia de llegar al poder. La historia reciente demuestra que una lucha que se reduce a ser únicamente reivindicativa partidista no ayuda a la población, porque es utilitarista y se corre el riesgo de que se reduzca a los intereses personales de dirigentes sin escrúpulos. Actualmente, aunque en la mente de muchos de nosotros está claro que no podremos alcanzar igualdad pero sí equidad, la mayoría de los que usualmente constituyen la vanguardia de los movimientos sociales, ha tirado la toalla en la lucha contra la pobreza. Los derechos a un trabajo digno,vivienda, salud y educación, aunque están catalogados como derechos humanos, no se perciben como tales. Mientras no se retome la lucha contra la pobreza no habrá desarrollo económico ni social ni seguridad para la ciudadanía.

De igual forma, no se puede seguir viendo a los vecindarios pobres solamente como focos de crimen.  No se les puede estigmatizar como pandilleros o criminales sin reparar que son la base social que decide quién es o no presidente. Es su sangramiento el que causa alertas rojas e incide en la economía e inversión extranjera. Son sus muertos los que causan el éxodo de poblados enteros, que coincide con las políticas de destierro que impone la oligarquía a través de sus lacayos de turno. Es desde allí donde operan las pandillas, el poder fáctico más influyente en la estabilidad del país, que controla gran parte del territorio nacional y es un poder político, económico y militar comparable al que otrora tuvo la guerrilla. Por lo anterior, es necesario retomar las reivindicaciones de los pobres, no como una agenda partidaria, sino dentro del marco de una solidaridad fraternal y de una visión de nación. Una lucha reivindicativa auténtica no es solo necesaria, sino posible y difícil de reprimir como se hizo durante la Guerra Fría.

Por ahora, el peligro no es el reemplazo de viejos corruptos por nuevos corruptos o legalizar el encubrimiento de la corrupción, sino seguir olvidando la pobreza, principal problema social que nos está llevando al precipicio y al caos. Por esa razón, cada día más gente opta por migrar, aunque muera en el intento, otros no tienen más opción que exponer su vida y dedicarse a la prostitución, y otros se ven forzados a extorsionar a sus vecinos o parientes para sobrevivir. Cada día crece el crimen organizado, porque es una alternativa a la pobreza. Por eso la lucha contra esta problemática es impostergable.

Con una agenda que excluye a los pobres, tanto la estrategia de la oposición, como la del Gobierno pueden prevalecer sin recurrir torpemente a la violencia de los setentas. Hasta hace unos días, las acciones de Bukele y de la Encargada de Negocios de la Embajada de Estados Unidos, Jean Manes, parecían inteligentes, pero en la última semana se han vuelto ininteligibles. Bukele, que parecía ser el único capaz de derrotarse a sí mismo, ha caído en la maraña del bitcóin  y probablemente no saldrá de ella ileso. Estados Unidos, que se ha ganado el corazón y la mente de muchos salvadoreños y ha ampliado su radio de simpatía entre algunos sectores de la izquierda, también parece haberse resbalado al hacer una condena a la resolución de la Sala de lo Constitucional que avala la reelección presidencial, pero continúa sin tener suficiente eco entre los más pobres, que no necesariamente son anti-norteamericanos.

Es ininteligible que Bukele, quien tendrá que incrementar su aparato represivo para perseguir a la población que dejará vulnerable el bitcóin, quiera protegerse con un ejército cuyas armas, munición, transporte y combustible dependen de Estados Unidos. Tampoco es comprensible ni tiene futuro la estrategia de la oposición de luchar sin la base social que constituyen los pobres y fiarse solo de una presión exterior que es intangible para los más vulnerables y que los enfrenta con quienes ven en Estados Unidos al imperialismo culpable de todos su males.   

¿Qué efecto tiene la Lista Engel en los pobres? ¿No tener una visa americana es un castigo para los que nunca tendrán dinero para salir de sus vecindarios? La división de poderes del Estado o sistema de frenos y contrapesos tampoco son relevantes ni comprensibles para los más desposeídos del país. Expulsar a los acusados de corrupción del gobierno, aunque sea para meter a otros, sí puede tener un efecto en ellos, porque se convierte en un momento de venganza por el saqueo que por más de 200 años han hecho al país las élites políticas y económicas. Las actuales sanciones de Estados Unidos no tendrán efecto político alguno mientras no tengan el apoyo de una amplia base social doméstica. De igual forma, mientras el gobierno de Bukele tenga empréstitos de los organismos internacionales y garantizado el apoyo de la Asamblea Legislativa para obtenerlos, además  del apoyo de la mayoría  de la población, será difícil derrotarlo.

La actual crisis inflacionaria y el aumento a costo de la vida - que lejos de aliviarse con la implementación del bitcóin se agravarán- aunados a la represión que el Gobierno ejercerá en aquellos que se nieguen y/o no puedan implementar su nueva política monetaria, pueden constituir una oportunidad para articular una oposición efectiva que incluya a la población más pobre y vulnerable.

 

* Mauricio Alarcón, licenciado en Ciencia Política por la Universidad del Distrito de Columbia en Washington y Maestro en Educación Multicultural de George Mason University. Artículo publicado en el boletín Proceso N.° 61.

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