Este conocido refrán popular expresa, de forma clara y gráfica, algo de lo que suele ocurrir en los "ojos mediáticos", es decir, en esos instrumentos que le otorgan valor a los hechos, las opiniones o las personas. Esos medios dan centralidad al espectáculo, a lo insólito, a los grandes personajes de la política, la economía, la religión o la farándula, pero no hacen lo mismo con las víctimas de la exclusión estructural, cuya realidad no parece ser tan central y tan visible por la mayoría de los medios de comunicación social.
Ignacio Ellacuría, el rector mártir, planteó en su momento que el modo principal que tiene la mayor parte de la población para acercarse a la realidad y tomar posición ante ella es a través de la imagen pública, controlada en gran medida por los medios de comunicación. Por eso les atribuía una enorme responsabilidad en la generación o superación de las crisis sociales.
Ignacio López Vigil, comunicador apasionado de América Latina, sostiene que los medios de comunicación son los nuevos mercaderes de la realidad. Lo que no sale en ellos es como si no hubiera ocurrido. Lo que los medios afirman, afirmado queda. Lo que ignoran, no existe. Este hecho destacado por Vigil no supone que los medios sean "todopoderosos", pero sí reconoce el alto grado de incidencia en los modos colectivos de entender y explicar la realidad del mundo.
Jon Sobrino, uno de los principales teóricos de la teología latinoamericana, ha recordado recientemente que el llamado "globo" hace todo menos "globalizar" el conocimiento de la existencia de las mayorías de víctimas. Afirma que la industria del deporte, de la música fácil, de la moda, del turismo —y de los seres humanos que giran a su alrededor— tienen existencia, pero los pobres y víctimas están excluidos de la conciencia colectiva. Trivializar la realidad, y la indiferencia ante el sufrimiento humano de los pobres son dos críticas recurrentes que Sobrino hace a los medios de comunicación social.
Estos tres académicos traen a cuenta uno de los principales problemas que tiene el ámbito de la comunicación social: el vínculo entre medios y realidad. Los medios se han convertido en un referente de la realidad (Ellacuría). No sólo dan a conocer hechos, sino que deciden lo que es real (López Vigil). Lo que se presenta en los medios no sólo es una parcela de la realidad, sino que en muchos casos es la parte menos importante de la misma (Sobrino).
En efecto, gran parte del público termina pensando que si una persona, institución o hecho es importante, va a estar necesariamente en el centro de atención de los medios. En los últimos días, por ejemplo, los "ojos mediáticos" han estado puestos de manera planetaria (global) en dos hechos dominantes: primero, el funeral y despedida de Michael Jackson, considerado el Rey del Pop. Millones de personas en el mundo presenciaron el acto fúnebre por la televisión e Internet. Segundo, la presentación oficial del portugués Cristiano Ronaldo como nuevo jugador del Real Madrid. Más de 80 mil personas llenaron el estadio Santiago Bernabeu para recibir al jugador más caro de la historia (su fichaje alcanzó la cifra de 94 millones de euros). Medios electrónicos e impresos desplegaron grandes espacios y tiempos para recibir a una estrella del fútbol y para despedir a una estrella de la música.
Cierto es que la música y el fútbol forman parte de la realidad lúdica. Y que el interés y apasionamiento por ambas no es necesariamente negativo o perjudicial. Pero cuando estas realidades son sobredimensionadas al extremo, haciéndolas pasar como lo más real del mundo (lo más importante) o informando entusiasmadamente sobre los millones de un fichaje futbolístico al margen de un mundo en el que millones —ahora, de personas— están excluidas simplemente de la vida, puede resultar en encubrimiento de esa realidad dramática de buena parte del planeta, o en ofensa o agravio hacia quienes mueren paulatinamente por la exclusión provocada por un sistema que, sin escándalo, puede invertir millones de euros en el mercado del fútbol. Ojos que no ven esa otra realidad, producen corazones sin entrañas.
Cuando los medios de comunicación hagan central la realidad de las poblaciones marginadas, considerándolas no como destinatarias de beneficencia sino como sujetos de derechos, habremos entrado a la etapa de la dignificación de los medios. Hacer central la realidad de los inexistentes o silenciados es una tradición muy arraigada en la fe bíblica.
Recordemos que el núcleo de la fe de Israel (Ex 3) tiene como punto de partida el grito de un pueblo que sufre y que reclama justicia. El Dios de la Biblia es un Dios que reacciona ante el sufrimiento humano y baja para liberarlo de ese sufrimiento. Es un Dios que mira (la opresión), oye (los clamores), conoce (los sufrimientos) y actúa (liberando). A la mirada "mediática" le hace falta mucho de esa tradición. Acceder a ella y ponerla a producir sería una opción ética —quizás utópica— y necesaria para humanizar el mundo de la comunicación social; para construir una nueva globalización, la de la solidaridad.
La inspiración cristiana, entendida no como proselitismo confesional de carácter religioso, sino como fuente de valores humanos que animan y dan sentido a la vida, aporta a los medios de comunicación —desde el modo de ser de Jesús de Nazaret— un talante, un espíritu, "unos ojos" para hacer comunicación con voluntad de verdad (desenmascarando las formas ocultas de opresión y mentira), con voluntad solidaria (superando la indolencia ante el sufrimiento humano) y con voluntad participativa (abriendo espacios para la expresión ciudadana como derecho humano fundamental).
En la mentalidad bíblica, el corazón era considerado símbolo de las emociones, de la memoria y de la sabiduría. El corazón es la sede de la vida consciente. Con un corazón muerto (endurecido, apático) no se puede vivir. Por eso se exhortaba a "tener un corazón de carne y no de piedra". Los ojos son sede de la estimativa, la facultad para juzgar el aprecio (cariño, respeto) que merecen las cosas. De ese significado procede el término "ojo sano" (generoso) versus "ojo enfermo" (indolente). Si los medios de comunicación aspiran ponerse al servicio de la persona, de la comunicación, de la verdad, de la justicia y, sobre todo, de los excluidos a los que se les niega existencia y dignidad, tendrán que optar por la voluntad de ver con el "ojo sano" y el "corazón de carne". Cuando eso ocurra, el espectáculo, la farándula, lo insólito, lo extravagante dejará de ser lo central en la comunicación. Y se abrirá paso a la voz de la realidad en lo que tiene de justicia frente a la injusticia, de verdad frente a la mentira, de esperanza frente a la crisis, de gozo frente al desencanto, de condolencia frente a la indolencia. Entonces, podemos decir "ojos que sí ven, corazón condoliente".