Un miembro del Partido de Conciliación Nacional explicaba con esta frase sus malos resultados electorales: "Nosotros no tuvimos apoyo económico". Refiriéndose a los otros partidos políticos, especialmente a GANA, daba a entender que el éxito electoral está en muchos aspectos determinado por los aportes económicos que reciba un partido. Por el lado contrario, se podría presentar como prueba de lo mismo la derrota electoral de un candidato a alcalde que decía, previo a perder, que para ganar las elecciones no necesitaba hacer propaganda. La pregunta que permanece en el ambiente, dicho esto, es la siguiente: ¿hasta qué punto es indispensable el dinero, la propaganda, para ganar unas elecciones? O dicho de otra manera, ¿es más importante el dinero derrochado en cartelones y spots publicitarios que los hechos y los méritos de las personas?
La pregunta es importante, porque una democracia sería tremendamente floja y débil si el dinero tiene preponderancia sobre la conciencia ciudadana. Los mismos diputados deberían sentirse mal de pensar que simplemente son comprados como una mercancía más, por la apariencia y los adornos que el dinero crea falsamente. Las frases altisonantes alabando la conducta de los electores quedarían, entonces, como mero discurso encubridor de una farsa en la que el "poderoso caballero don dinero", como le llamaba Francisco de Quevedo, hace los milagros que ya vaticinaba en castellano antiguo el arcipreste de Hita: "Él hace caballeros de necios aldeanos, / condes y ricos hombres de algunos villanos; / con el dinero andan todos hombres lozanos, / cuantos son en el mundo, le besan hoy las manos".
Por supuesto, cuando el diputado que se quejaba de falta de dinero salió elegido diputado, nunca se le ocurrió decir que había ganado gracias a que tenía más dinero que su oponente. Hasta ahí no suele llegar la sinceridad de los honorables padres de la patria. Sin embargo, hay que agradecerle lo que dice hoy. Porque ese tipo de afirmación nos plantea una vez más la necesidad de que los partidos rindan cuentas de las aportaciones que reciben, y de parte de quién las recibe. En este terreno, la oscuridad ha sido la característica de El Salvador. Y en las zonas oscuras siempre se produce corrupción. Ha sido tradicionalmente evidente la poca opinión y debate entre los miembros de un mismo partido cuando hay que votar a favor de intereses de posibles amigos y financiadores. La maquinita de levantar la mano o de oprimir el botón favorable al amigo funciona mejor cuando va engrasada con dinero.
En las recientes elecciones, el dinero brilló en la propaganda y en las vallas publicitarias. Había comenzado a brillar previo al tiempo de campaña en ese tipo de anuncios, porque, se decía, la publicidad de personas no es publicidad electoral si no se pide directamente el voto. El dinero corre con frecuencia al lado de la idiotez y de las explicaciones desprovistas de materia gris a la hora de aclarar qué es propaganda y qué no lo es. Y esa misma simplicidad del concepto se encuentra también con frecuencia en las explicaciones que dan de vez en cuando al respecto algunos miembros del Tribunal Supremo Electoral. Por ello, sin duda, se va volviendo cada vez más urgente separar las funciones administrativas del Tribunal de las funciones jurisdiccionales. Los representantes de los partidos en el Tribunal, tan unidos a los intereses económicos de los suyos, hacen casi siempre la vista gorda ante las infracciones en las que el dinero fluye a favor de la propaganda.
Cuando en 2009 se supieron los resultados electorales, los magistrados Araujo y Chicas coincidieron en que había que separar las funciones administrativas de las jurisdiccionales en el Tribunal. Después, el tema desapareció de la esfera pública. Don Dinero está mucho más cómodo haciendo lo que le da la gana y sin que nadie le fiscalice. En medio de la oscuridad de los fondos partidarios hay alianzas que van más allá de la ideología y de las banderas. El Salvador necesita mucha más trasparencia en todos los niveles de la administración. Los pasos dados por el Gobierno de Funes son positivos si se comparan con la negativa a informar durante los veinte años de las administraciones de Arena. Pero se necesita avanzar mucho más. No es más que una ilusión pensar que podemos tener Gobiernos transparentes con partidos políticos opacos en temas de dinero. En cuestión de dineros la transparencia o es universal o simplemente no es. Los partidos podrán decir, para defenderse, que menos transparentes son algunas de las grandes fortunas de El Salvador. Pero esa defensa no sirve. Porque si los partidos no son transparentes, nunca sabremos si nos gobiernan realmente ellos o esas mismas fortunas poco trasparentes a las que los partidos, si fueran serios, deberían ponerles freno. La ley de partidos políticos, con rendimiento de cuentas de los mismos, urge en un El Salvador que debe caminar más apresuradamente hacia una democracia social.