El 18 de diciembre de 2009 concluyó la reunión de 192 países en Copenhague para encontrar un consenso sobre una estrategia internacional para combatir el cambio climático global. Los resultados obtenidos han tenido diversas lecturas e interpretaciones. La que más se impone es la que se sintetiza en la opinión del diplomático de Sudán Lumumba Di-Aping, negociador líder del G-77 (que incluye a países emergentes como China, India y Brasil). Di-Aping concluyó que "Copenhague fue un desastre para los países en desarrollo". El grupo de países del G-77 es responsable del 42% de las emisiones totales, concentra el 19% de la producción mundial y al 76% de la población del planeta. Los dos mayores emisores de gases de efecto invernadero son China y Estados Unidos. El primero produce el 21% de las emisiones, concentra el 6% de la producción mundial y el 20% de la población; mientras que el segundo produce el 20% de las emisiones, concentra el 30% de la producción y el 5% de la población mundial.
Así los datos, los resultados de Copenhague y los que se producirán en noviembre de 2010 en México dependerán de los acuerdos bilaterales que se alcancen durante el presente año entre China y los EE.UU. en tres aspectos claves: objetivos de emisiones de todos los países clave, mecanismos de verificación y financiación. El punto no superado en Copenhague es la resistencia de China para que sus emisiones sean monitoreadas y verificadas por otros países u organismos internacionales. Pero ¿cuáles son las posiciones de ambos países? Aquí se presentan algunas de ellas.
China promete reducir la intensidad de dióxido de carbono (emisiones por unidad de actividad económica) entre 40% y 45% para el año 2020. EL país asiático reportaría sus emisiones como parte de un plan internacional sin permitir verificación de mediciones desde afuera, pues considera los mecanismos de monitoreo y verificación externa como una violación a su soberanía.
Además, reduciría la razón de crecimiento de sus emisiones voluntariamente a la luz de sus propias circunstancias, sin poner condiciones de objetivos o vincular su proceso a los objetivos de reducción de otros países, y siempre y cuando no afecte a su economía; China se compromete a alcanzar o exceder sus propias metas.
Por su parte, Estados Unidos rechaza el argumento de que tiene una deuda con las naciones en desarrollo debido a que por muchas décadas, con sus emisiones, ha contribuido al calentamiento global. Su principal negociador, Todd Stern, dijo en Copenhague: "Por más de 200 años, desde la revolución industrial, la gente estuvo felizmente ignorante del hecho de que las emisiones causaban un efecto de invernadero. Es un fenómeno relativamente reciente". Luego agregó, que EE. UU. estaba preparado para unirse a otros países industrializados para cortar sus propias emisiones de gases de efecto invernadero y para ayudar a los países más pobres y más vulnerables a manejar el crecimiento de los mares, las sequías, hambrunas y otros fenómenos que se espera empeoren a medida que el planeta se caliente.
La secretaria de estado, Hillary Clinton, declaró que los EE. UU. contribuirían con $100 billones al año en financiamientos a largo plazo para ayudar a las naciones pobres a adaptarse al cambio climático. En la cumbre, agregó dos condiciones para el otorgamiento de estos fondos: la primera, que las 192 naciones alcanzaran un acuerdo político comprensivo que tuviera efecto inmediato y, la segunda, que todas las naciones deben estar de acuerdo en alguna forma de verificación (transparencia) para asegurar que están cumpliendo sus promesas ambientales.
Stern también objetó la reiterada propuesta de los países emergentes (China, India y Brasil) de que los EE. UU. y otros países emisores industrializados financien a estas economías, particularmente a China, para que se muevan al uso de tecnologías limpias en energía. Stern declaró que, dado que "China tiene $2 trillones en reservas", no"podría ser el primer candidato a recibir fondos públicos". Al respecto de este problema, la Agencia Internacional de Energía calcula que, en el período 2005-2030, el 75% del crecimiento de la demanda de energía del mundo provendrá de los países en desarrollo.
El fracaso en Copenhague ya había sido anticipado por el Primer Ministro de Dinamarca en una reunión preparatoria en Singapore, el 15 de noviembre de 2009. En dicha cita se propuso limitar los objetivos de la reunión de Copenhague a un modesto acuerdo que estableciera un llamado a la reducción de emisiones y una estrategia de ayuda para que las naciones en desarrollo se adapten al cambio climático. Esto les daría más tiempo a los negociadores para buscar un acuerdo global vinculante en el 2010, que estableciera metas fijas de emisiones y una definición clara de las cantidades en dólares de ayuda para las naciones pobres.
Al final de cuentas, ya sea que se logre o no un acuerdo justo para los países pobres en el tema de cambio climático, lo que queda claro es que los países ricos tienen los recursos y la tecnología para aislarse de climas peligrosos, mientras que las naciones en desarrollo, como El Salvador, que han contribuido muy poco al problema, son las más expuestos a sufrir los efectos adversos.