Honduras seguirá padeciendo

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Omar Serrano
05/12/2025

En Honduras, la presidencia será ocupada por uno de los dos partidos tradicionales, ahora en la oposición, el Partido Liberal (PL) o el Partido Nacional (PN); el gobernante Partido Libertad y Refundación (Libre) no fue favorecido con el voto ciudadano después de un período en el poder. Honduras fue una de las naciones del continente con el bipartidismo más largo, solo después de Paraguay. Eso pareció cambiar con el surgimiento de los partidos Libre en 2011 y Anticorrupción (PAC) en 2013, fundado este último por Salvador Nasralla, un presentador televisivo. Xiomara Castro, de Libre, ganó las elecciones en 2021 gracias, en parte, al apoyo de Nasralla, convirtiéndose en la primera presidenta de la historia de Honduras y poniendo fin a 119 años de liberales y nacionalistas. Pronto Nasralla se distanció del Gobierno, abandonó el Partido Anticorrupción y recaló como candidato presidencial del Partido Liberal, instituto con una dilatada trayectoria de corrupción.

A los comicios presidenciales, el Consejo Nacional Electoral de Honduras llegó con los pies hinchados después de unas controvertidas elecciones partidarias internas desarrolladas el 9 de marzo pasado. Esos comicios estuvieron marcados por el descontento de los votantes por irregularidades en la entrega del material electoral en varios centros de votación, sobre todo de Tegucigalpa y San Pedro Sula. Hubo centros que recibieron el material con 14 horas de retraso. En estas irregularidades estuvo involucrada la Fuerza Armada hondureña, encargada del traslado del material, con el agravante de que la ministra de Defensa era Rixi Moncada, la candidata presidencial de Libre en estos comicios. Así, el principal activo que tiene una autoridad electoral, la confianza ciudadana, se desvaneció. Por eso el proceso electoral de hace unos días se convirtió en un verdadero campo minado de sospechas, confrontación y denuncias de fraude por parte de unos y otros. El país se internó en un clima de incertidumbre y desconfianza ciudadana que se polarizó por las opciones políticas.

En este escenario, cuatro días antes de las elecciones, apareció Donald Tump, induciendo a votar por el candidato del PN, Nasry Asfura. Argumentó que los otros dos partidos representaban el avance comunista, lo que refleja un craso desconocimiento de la política hondureña. Solo con Asfura, dijo, su administración podría luchar contra los narco-comunistas. No contento con eso, el 28 de noviembre, dos días antes de las elecciones, Trump anunció el indulto a Juan Orlando Hernández (conocido como JOH), el expresidente hondureño condenado por un tribunal estadounidense en junio de 2024 a 45 años de prisión por delitos vinculados con el tráfico de cocaína. Además, amenazó con no ayudar a Honduras si no ganaba su candidato.

A propósito del indulto, es necesario aclarar que este no declara la inocencia del beneficiado, como algunos han afirmado. Para decirlo brevemente, el indulto perdona la condena, pero no el delito, por eso no borra los antecedentes penales del indultado. El expresidente Joe Biden concedió un indulto total e incondicional a su hijo Hunter no por ser inocente, sino por ser su hijo. Trump concede el indulto a Hernández no porque este sea inocente, sino por otros motivos. De paso, con el indulto, Trump deja en entredicho la veracidad del argumento del narcotráfico como justificación para sacar del poder a Nicolás Maduro en Venezuela. Porque, más allá de Hernández, hay una extensa lista de líderes del Partido Nacional vinculados al crimen organizado y condenados por lo mismo. El narcotráfico no parece ser el móvil de la actuación de los Estados Unidos. La descarada intromisión de Trump es lo que habría catapultado la candidatura de Asfura, poniendo una marca más en la historia del intervencionismo estadounidense en Honduras.

En estas condiciones se llegó a las elecciones del 30 de noviembre. Para colmo, que la página digital que haría pública la progresión de los resultados se cayera por más de 24 horas hizo inevitable recordar — por más que se repitiera que se debía a fallos técnicos— las elecciones de 2017, cuando el pueblo hondureño se acostó con un candidato ganando las elecciones (Nasralla) y despertó con Juan Orlando Hernández como presidente reelecto.

Independientemente de quién gane la silla presidencial, Honduras vuelve a un bipartidismo que sumió a la mayoría de los hondureños en la pobreza y la desigualdad. Por hoy, no hay signos que puedan hacer pensar que la suerte de Honduras mejorará. ¿Cómo se explica que después de 10 años de continuo crecimiento económico Honduras siga siendo, después de Haití, el país más pobre de América Latina? La respuesta es inequívoca: la riqueza sigue siendo acaparada por las élites que han usado al Estado como un botín para enriquecerse cada vez más, mientras la mayoría del pueblo permanece postrada. El nuevo Gobierno tendría que responder a las expectativas de un 61% de los hogares que vive en condiciones de pobreza. La mano de Trump, que se metió de golpe y trastocó el proceso electoral hondureño, hace difícil pensar que se gobernará para los más pobres. Honduras seguirá padeciendo.

 

* Omar Serrano, de la Vicerrectoría de Proyección Social. 

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