En marzo de 1980, el periódico francés Le Nouvel Observateur publicó la entrevista intitulada "La esperanza ahora...", en homenaje al filósofo y escritor Jean-Paul Sartre. En esos días, en El Salvador, Romero era asesinado por quienes no toleraban su discurso claro y directo en favor de la justicia social y la participación política de las fuerzas progresistas.
Un día después de la muerte de Sartre, acaecida el 15 de abril del mismo año, el periódico El País publicó una versión de la entrevista en español. Ignacio Ellacuría la usaría para escribir un artículo en el que destacan las ideas de un Sartre que "ha dado el salto de la desesperación a la esperanza". Nueve años después, Ellacu caería también a manos de los que, como escribiera Roque Dalton, "tienen todo que perder".
Hoy vivimos en El Salvador un momento histórico: la esperanza puede llegar a ser algo más que palabras, colores o banderas. Por primera vez en la historia de este país, la izquierda tiene la posibilidad de imprimir su sello a políticas sociales concretas, inspirada en los ideales de justicia y libertad que la caracterizan.
Frente a la pregunta ¿qué significa "ser de izquierda"?, el Sartre de la entrevista responde que no es la mera fidelidad a un partido, sino el compromiso con una moral. Lo que anima a un izquierdista es, en palabras de otro gran filósofo, "el imperativo categórico de echar por tierra todo lo que genere seres humanos humillados, sojuzgados, abandonados y despreciados".
Pero, aun cuando prefiere ligar la esperanza en el cambio a la constitución de un movimiento social, Sartre no desprecia todo lo bueno que un partido puede dar de sí. Y aunque no lo plantea, cabe pensar que la combinación de ambos podría dar a luz realidades nuevas, dignas de algo más que respeto y admiración.
Marzo de 2009 es el tiempo en que algo inédito puede construirse en El Salvador. El candidato de la izquierda es algo más que el candidato del partido. Tiene la capacidad y el atractivo que se requieren para crear un movimiento dentro de la misma sociedad, con una clara base partidaria, pero sin reducirse a ella.
Si Funes gana, gana el Frente. Pero también ganamos todos, ya que, al obtener la izquierda el control del Ejecutivo, la democracia salvadoreña estaría alcanzando su mayoría de edad. Tengamos muy en cuenta que no solo han sido 20 años de Arena, sino siglos de dominación, décadas de lo mismo aunque con distintos rostros.
Hay quien dice que, precisamente, hay que temer a esa "primera vez de la izquierda", a lo nuevo, a lo impredecible, en fin, al cambio. Semejante argumento mina la base misma de lo que constituye el ejercicio más simple de la democracia formal: la celebración de elecciones para que el pueblo soberano decida quién debe ejercer el gobierno.
Si no es posible elegir a otros, ¿qué libertad tenemos realmente? ¿Qué sentido tiene realizar "elecciones", si de antemano debemos elegir a los mismos? Ahora bien, lo que socava esta posición es algo más que la falta de lógica. Un pueblo que no se atreve a lo nuevo es un pueblo sin alma, porque el alma se encuentra ahogada por el miedo.
Otro dirá que no puede gobernar bien quien no tiene "experiencia". Podríamos decirle, parafraseando a León Gieco, que es mejor que no la tenga, ya que frecuentemente se trata de experiencia en el robo, la mentira, el fraude y en la aplicación de políticas que no benefician a la mayoría, sino a unos pocos. Exactamente la experiencia de Arena.
Pero hay una experiencia que es más valiosa, una que tanto Funes como el FMLN pueden aportar de sobra. La experiencia adquirida en muchos años de lucha contra un sistema corrupto, injusto y deshumanizante. Y hay miles de cabezas y manos dispuestas a unirse al trabajo duro que le aguarda al gobierno de lo nuevo.
Sartre, Romero, Ellacuría. Tres mentes tan distintas, pero también tres vidas unidas por la esperanza, la coherencia moral y la confianza en el cambio que da vida. Hoy más que nunca, la izquierda debe actuar como una sola. "La marcha de la unidad" debe ser más que un himno: debe convertirse en gestos y actos concretos.
A pocos días del gran día, los que quieren el cambio cierran filas contra el miedo. Pero el apoyo a Mauricio Funes y al FMLN dista de ser un respaldo ciego o sordo. Al contrario, es un compromiso que no teme a lo nuevo, que invita a la propuesta, a la discusión abierta y al debate responsable. Es la respuesta adecuada al instante propicio. El tiempo es ahora.