La palabra "evangelio" significa "buena noticia"; y cuando la asociamos al trabajo, nos remite a lo que debiera ser el trabajo humano como actividad esencial de los hombres y mujeres. Es decir, el ideal del trabajo se constituye en una buena noticia (en evangelio) cuando es principio de transformación y humanización tanto del ser humano (socialmente considerado) como de su entorno. No se trata, por tanto, de cualquier actividad, sino una actividad que dignifica al trabajador y trabajadora. La Organización Internacional del Trabajo ha acuñado, en este sentido, el concepto de "trabajo decente", entendido como uno que ofrece una remuneración justa, protección social para el trabajador y su familia, buenas condiciones y seguridad en el lugar del trabajo, posibilidades de desarrollo personal y reconocimiento social, así como igualdad en el trato para hombres y mujeres.
Por otra parte, Juan Pablo II, en su encíclica sobre el trabajo (Laborem Exercens), sostiene que, no obstante el esfuerzo y fatiga que este implica, ello no quita que en cuanto tal sea un bien para el ser humano, porque mediante su actividad los hombres y mujeres no solo transforman la naturaleza adaptándola a las propias necesidades, sino que se realizan a sí mismos como seres humanos. Dicho de otra forma, el trabajo puede ser una buena noticia en tanto permite que las personas concretas amplíen sus potencialidades, desarrollen sus capacidades, aumenten sus libertades y lleven una vida que consideren valiosa. En la doctrina social de la Iglesia, pues, se entiende por "evangelio del trabajo" el reconocimiento de un presupuesto básico desde el que ha de juzgarse cualquier sistema económico: el valor del trabajo humano no es el tipo de labor que se realiza, sino el hecho de que quien lo ejecuta es una persona. Por eso, el trabajo debe estar en función del ser humano y no este en función de aquel.
Dicho esto, hay que señalar ahora la ambigüedad del trabajo humano: por una parte, es instrumento y camino de humanización, pero, por otra, es lugar donde se expresan la mayor parte de las injusticias que existen en una sociedad. El evangelio del trabajo tiene su contraparte: desempleo y subempleo, trabajos inseguros e inestables, desigualdad de género, irrespeto a los derechos fundamentales, explotación, insuficiente protección en caso de enfermedad, discapacidad y vejez. Resultan aquí ineludibles las siguientes preguntas: ¿cuál es la transformación que experimentan los innumerables vendedores ambulantes de las grandes ciudades?, ¿cuál es la transformación del mundo que experimentan los cortadores de caña de azúcar, los mineros, los pepenadores de basura?, ¿qué posibilidad de transformación tienen los que han quedado excluidos del sistema productivo? En El Salvador, por ejemplo, se estima que el 43 por ciento de la fuerza laboral se encuentra subempleada, mientras que el 7 por ciento está desempleada. Si se suman ambos porcentajes, se tiene que la mitad de la población se encuentra subutilizada laboralmente hablando. Y estar en esa condición, desde la perspectiva del desarrollo humano, significa que la persona no puede hacer uso pleno de sus habilidades y capacidades y, por tanto, ve disminuidas la ampliación de sus opciones y oportunidades para acceder a una vida que considere valiosa.
Ahora bien, ¿cuál es la causa de que el trabajo se haya convertido en lo contrario de lo que debiera ser? En la encíclica Laborem Exercens se sostiene que el origen de dicha distorsión se debe al tratamiento que el capital y el capitalismo han dado al trabajo. Esto se ha realizado de modo tal que el trabajo ha sido separado del capital, y el capital contrapuesto al trabajo. Dicho en otras palabras, el capital se ha hecho a costa del trabajo y, sin embargo, al trabajo se le ha impedido el acceso al capital. La economía capitalista ha invertido los valores y ha hecho de sí misma el valor supremo. Primero es la economía, y luego los hombres y las mujeres que trabajan en ella. Este predominio del capital sobre el trabajo es lo que ha llenado y llena al mundo de injusticia.
Por ejemplo, el Informe sobre Desarrollo Humano, El Salvador 2010, al hacer un recorrido por los diferentes modelos económicos implementados en el país desde mediados del siglo XIX hasta nuestros días, constata que El Salvador se ha aferrado a un modelo económico que ha hecho de los bajos salarios de los trabajadores la principal ventaja para insertarse en los mercados internacionales, y del subempleo la forma predominante de sobrevivencia para la mayoría de la población. Este predominio del capital sobre el trabajo se ha puesto de manifiesto en un modelo centrado en la acumulación de capital, ignorando el desarrollo de los trabajadores.
¿Qué puede y debe hacerse para revertir esta situación? El debate sobre el presente y el futuro del trabajo en nuestro país ha dejado propuestas interesantes que deberían ser retomadas con seriedad por quienes conducen la política del Estado salvadoreño. Bueno es que traigamos a cuenta, en este primero de mayo, el Pacto Nacional de Empleo y Cohesión Social, expuesto en uno de los informes sobre desarrollo humano del PNUD. Con el Pacto se planteaba la necesidad de un acuerdo social amplio y representativo sobre la extensión de oportunidades de trabajo decente, en particular hacia los grupos sociales excluidos o en desventaja de acceder a buenas oportunidades de trabajo. Los aspectos que el documento consideraba claves para impulsar en el país el pleno empleo siguen siendo válidos. Enunciamos algunos: una macroeconomía al servicio del empleo y el crecimiento; programas de empleo para jóvenes urbanos; desarrollar políticas públicas orientadas a la formación de las capacidades de las personas; reducción de brechas de género.
En la visión del PNUD, el empleo es vía para superar la pobreza y aportar a la producción de la sociedad; habilita a las personas para gozar de derechos y ejercer sus deberes como ciudadanos. Por el contrario, la falta de trabajo obliga a miles de salvadoreños a engrosar el sector informal, a aceptar condiciones de subempleo o a emigrar fuera del país en busca de mejores condiciones laborales. Por todo ello, no debemos olvidar algo primordial expuesto por Juan Pablo II y que constituye un patrimonio de la doctrina de la Iglesia: el trabajo tiene una prioridad intrínseca con respecto al capital; por consiguiente, la injusticia del capital en su relación con el trabajo exige la búsqueda de justicia que garantice la vida y la dignidad del mundo del trabajo. Dar pasos para la consecución de este objetivo es ponernos en el espíritu del significado social del Evangelio.