El tema de los impuestos siempre levanta ronchas. Cuando la derecha intenta subir el IVA, la izquierda critica el dinamismo regresivo de ese impuesto, que daña más al que tiene menos. Cuando la izquierda trata de subir los impuestos a los ricos, estos, junto con la derecha, advierten que se trasladarán a los pobres, subirán los precios y frenarán la inversión. Generalmente, no aclaran por qué se frenará la inversión si es que el impuesto se trasladará al final a los pobres. Sea como sea, la tendencia en el debate es a encontrarse, si se quisiera contentar a ambas partes, con una resultante imposible.
Pero hay un problema. El Salvador no se desarrollará nunca ni podrá alcanzar niveles de bienestar si no recolecta más dinero a través de los impuestos para invertir más en su gente. Viendo la tacañería del capital a la hora de fijar los salarios mínimos, no se puede esperar que sea el empresariado el que invierta más en la gente. Y el Estado, si simplemente quisiera universalizar el bachillerato, tendría que duplicar el presupuesto en educación. No digamos si pretendiera ofrecer un sistema de salud digno, un plan ambicioso de vivienda popular decente, un sistema de pensiones compensatorio y universalizado, etc. Necesitamos más impuestos y los necesitamos ya. No porque el Estado esté quebrado —aunque a veces da la impresión de que cerca anda—, sino para invertir en la gente de tal manera que todos y cada uno en nuestro país puedan desarrollar al máximo sus capacidades.
En esto del desarrollo de las capacidades, siempre sale gente diciendo que si se tiene voluntad, se puede conseguir cualquier meta, independientemente de si se es rico o pobre. Sin embargo, sin una adecuada inversión del Estado en la gente, las cosas no funcionan. Y el Estado salvadoreño ha tenido un enorme déficit histórico en esa responsabilidad, que incluso está puesta en la Constitución de la República sin que se haga mucho esfuerzo por cumplirla. La palabrería sobre el desarrollo de la mayoría de Gobiernos pasados ha sido casi siempre vacía, engañosa y falta de contenido. Nadie niega que haya avances. Pasar del candil a la energía eléctrica prácticamente universalizada y cubrir casi al cien por ciento de la población en los primeros ciclos de la primaria son avances reales, pero insuficientes para lograr la entrada a un desarrollo sostenible. La pobreza se ha medido de un modo totalmente hipócrita, solo a partir de una canasta básica muchas veces manipulada al antojo de los funcionarios de turno. Cuando en tiempos del expresidente Flores se decía que se había reducido la pobreza al treinta por ciento, se mentía tan descaradamente como después al hablar de las donaciones de Taiwán.
Para vencer la pobreza, necesitamos invertir mucho más en la gente, en las redes de protección social a las que nuestro pueblo tiene derecho, así como en el trabajo remunerado con un salario decente. Y para invertir en la gente, se necesitan impuestos. El Salvador necesita un pacto fiscal. Un acuerdo nacional en el que se especifique con claridad hacia dónde deben ir los dineros que se reciban de impuestos y en el que se aumente con claridad la cantidad de lo recogido. El Gobierno actual y el anterior se han visto obligados a subir impuestos. Pero más que subidas limitadas, necesitamos contemplar las necesidades, examinar los recursos que tenemos, y poner todos nuestra porción de carne en el asador. Ponerla desde un verdadero pacto de desarrollo, de inversión en la gente, de generosidad personal y social.
Los que reniegan continuamente del tema de los impuestos deberían ser más propositivos. Decir que El Salvador no necesita más impuestos es una locura, porque jamás podremos competir con otros países que invierten mucho más en su gente. En otras palabras, significa quedarse en la cola del desarrollo. Y si se acepta que necesitamos un verdadero pacto fiscal, entonces no vale criticar una subida parcial de impuestos sin presentar un plan alternativo. Fusades, ANEP y otras instituciones semejantes deberían tomarse en serio el desarrollo del país, en vez de lloriquear cada vez que hay una subida de impuestos, diciendo que esto frenará la economía. Exigir que el dinero recogido vaya a parar a la gente y al desarrollo de sus capacidades y no en los dispendios de una burocracia creciente, es una posición correcta. Pero oponerse tozudamente a nuevos impuestos es simple y sencillamente apostarle al crecimiento desigual de El Salvador, al aumento de sus contradicciones internas y al estancamiento en el subdesarrollo.