El sábado 12 de diciembre finalizó en París la vigésima primera conferencia mundial de las Naciones Unidas sobre el cambio climático, con un acuerdo que ha sido calificado por unos como un gran éxito y por otros, como un gran fracaso. Estas conferencias surgieron de la necesidad de llegar a acuerdos mundiales para disminuir el calentamiento global y atender sus efectos. La primera se celebró en 1979, y desde entonces se han ido celebrando cada vez con mayor frecuencia. Sin embargo, hasta la fecha, los resultados son pobres y escasos; y los acuerdos, mínimos, en especial por la negativa de los países industrializados a asumir compromisos, verificables y de obligado cumplimiento, que supongan reducir su consumo o producción de petróleo y carbón. No se ha logrado, por tanto, que los acuerdos adoptados en las conferencias se implementen de inmediato y sean vinculantes para todos los países firmantes. Tampoco se han establecido sanciones para las naciones que no cumplen con lo pactado.
Todo ello ha llevado a la situación actual, en la que ya se manifiestan de forma muy clara los efectos negativos del cambio climático. En la actualidad, la mayoría de los especialistas en el tema están convencidos de que si no se implementan cambios importantes en las conductas de las sociedades industrializadas, si no se logra disminuir el uso de las energías tradicionales provenientes de combustibles fósiles, si se sigue desforestando el planeta, la temperatura promedio para el año 2100 se incrementará en 4 o 5 grados, lo que sería catastrófico para la vida en la Tierra. La posibilidad de que esto ocurra ha influido mucho en la conferencia de París. El hecho de que se haya puesto como meta que el incremento máximo de la temperatura promedio para 2100 no sea superior a 2 grados muestra que existe una preocupación universal por el peligro que entraña el calentamiento global. Y este consenso es muy positivo, al igual que la decisión de reducir drásticamente el consumo de combustibles fósiles y el acuerdo de establecer un fondo de ayuda para los países afectados por el cambio climático.
Desde esta perspectiva, y dado que lo han suscrito 195 países, incluidos Estados Unidos y China, que afirman que es vinculante, el acuerdo de París ha sido presentando, tanto por los medios de comunicación a nivel mundial como por los jefes de Estado que participaron en la conferencia, como un éxito histórico que debe ser celebrado por la comunidad internacional. Sin embargo, muchos han quedado insatisfechos y consideran que se perdió una gran oportunidad de salvar al planeta. Las críticas son pertinentes y acertadas, pues aunque las metas establecidas son ambiciosas, en realidad su cumplimiento dependerá de la buena voluntad de los países. Por una parte, no se definió el nivel de la reducción de las emisiones a alcanzar en 2050. Tampoco se estableció un plan operativo para lograr que no se supere el umbral de los dos grados de temperatura.
También se critica que no se tuvieron suficientemente en cuenta las necesidades de los países pobres, que son los que más están sufriendo las consecuencias del cambio climático. De hecho, el acuerdo no estipula cómo se constituirá el fondo de ayuda ni fija el monto de las aportaciones por parte de los países desarrollados. Además, el pacto se empezará a aplicar hasta el año 2020, lo que, a juicio de muchos especialistas, será demasiado tarde para conseguir los objetivos propuestos. En síntesis, el acuerdo se quedó corto y deja muchos aspectos a la buena voluntad, lo cual no asegura su debido cumplimiento. Pero si se valora en relación a lo que hubiera implicado no alcanzar un pacto en París, no cabe duda de que constituye un avance importante. Con una mayor presión por parte de la sociedad mundial hacia los Gobiernos y las instituciones internacionales, el acuerdo podría ser un primer paso hacia la salvación del planeta. Un primer paso que nos exige a todos estar atentos, no quitar el dedo del renglón, contribuir al cuido y protección del medioambiente tanto colectiva como individualmente y, sobre todo, exigir un claro y práctico compromiso estatal con las metas acordadas en París.