El Banco Mundial ha vuelto a advertir de los riesgos que conlleva el calentamiento global. Dados los incumplimientos de los programas establecidos para evitar que el calentamiento global sobrepase los dos grados de aumento con respecto a la era preindustrial, lo más probable es que a lo largo de este siglo lleguemos a los cuatro grados. Si esto sucede, la vida, tal y como la disfrutamos en la actualidad, cambiaría en muchos aspectos. Y aunque la situación de riesgo es universal, los países más desfavorecidos serían los que están en vías de desarrollo, ubicados en los trópicos y que por su pobreza tienen menos recursos para defenderse de los efectos negativos del cambio climático. En otras palabras, a El Salvador el fenómeno del calentamiento global le afectará con más intensidad que a otros países.
El relato del Banco Mundial es impresionante: pérdida de costas, temperaturas extremas, inundaciones y sequías, escasez de agua, inseguridad alimentaria creciente, desaparición de ecosistemas, mayor número e intensidad de huracanes, desarrollo de enfermedades infectocontagiosas, migraciones masivas huyendo de niveles de vida insoportables. Para hacerse una idea de lo que nos puede esperar, transcribimos unas líneas del informe que hablan del calentamiento en zonas como la nuestra: "Es probable que la zona tropical de América del Sur, el centro de África y todas las islas tropicales del Pacífico soporten en forma regular olas de calor de una magnitud y duración sin precedentes. En este nuevo régimen climático de temperatura elevada, es probable que los meses más frescos sean considerablemente más cálidos que los meses más calurosos de finales del siglo XX". Esto implicaría, siguiendo la línea informativa del documento, que en San Miguel, por mencionar solo un lugar de nuestra patria, la temperatura máxima podría rondar algunos días los 50 grados, como ya está sucediendo en diversas partes del mundo (México, por ejemplo).
Este panorama, este futuro difícil, exige preparación. Y empezar a prepararnos ya, abandonando la tendencia tradicional de esperar el desastre con las manos vacías, para discutir después cómo prepararnos para la siguiente situación. En ese sentido, necesitamos conocer ampliamente la situación de riesgo en la que estamos. E inmediatamente pasar a desarrollar planes y tareas preventivas frente a posibles desastres. Comenzar a trabajar ya es impedir tanto la muerte de personas y destrucción de bienes como las probables hambrunas o graves carencias de agua. La lucha contra la pobreza, que es al final el factor de riesgo preponderante frente a los desastres naturales, debe tomarse en serio. Un país como El Salvador, golpeado por la pobreza y la desigualdad, no solo sufrirá más el calentamiento global, sino que aumentará sus tensiones sociales, ya fuertes, cuando los efectos del cambio climático se materialicen.
En el ámbito político, el país debe tener una posición internacional mucho más beligerante que la actual. Denunciar hoy la insensibilidad de los países desarrollados o de las grandes potencias emergentes es de justicia con este pueblo cuyo futuro está severamente amenazado. La denuncia internacional es una de las pocas vías que le quedan a los países pobres y vulnerables, y a los centroamericanos en concreto, para no solo crear conciencia, sino exigir responsabilidad a los países desarrollados tanto en el freno de la emisión de gases de invernadero como en la ayuda al desarrollo. Los países centroamericanos hemos sido sistemáticamente explotados a través de una historia colonial y un comercio injusto y favorable a los más fuertes, y encima estamos en riesgo de sufrir las peores consecuencias del desarrollo irresponsable de los grandes países emergentes y de las economías desarrolladas. Una política exterior que tenga entre sus prioridades aunar los intereses centroamericanos frente al calentamiento global y denunciar los efectos que sufrirán los países pobres con la situación climática que se avecina es no solo una obligación ética, sino una forma de exigir la necesaria solidaridad con nuestras tierras.