En nuestro país, todavía hay defensores de un mercado libre y sin control. Sin embargo, la crisis económica mundial, que comenzó como crisis financiera y bancaria, tiene demasiado que ver con el libre comercio, y especialmente con la libertad bancaria. Esa misma libertad que en El Salvador pocos se atreven a criticar y que abandera una ANEP con escasos recursos intelectuales. No obstante, la moralidad bancaria está seriamente cuestionada en muchos lugares. Y cada vez más los Estados tratan de tener mayor control sobre estos bancos capaces de crear una verdadera catástrofe económica y salir ellos adelante mientras los ciudadanos de a pie quedan en la ruina. Por eso es interesante analizar el caso del HSBC, que recientemente abandonó El Salvador.
El Banco Salvadoreño, inicialmente de capital local, había sido comprado por el grupo panameño Banistmo, que mantuvo el nombre original. Unos años después, en 2006, lo vendió al banco de capital inglés HSBC, con sede en Hong Kong. Y lo primero que hizo este fue cambiar el nombre de Banco Salvadoreño y promover, aburrida y repetitivamente, su marca: HSBC. La propaganda decía que este banco, con nombre de sopa de letras, incidiría seriamente en el desarrollo de El Salvador y ayudaría al ciudadano. Seis años después, a principios de 2012, HSBC vendió sus acciones en El Salvador a un banco colombiano llamado Davivienda.
Así, a principios de diciembre se produjo el nuevo cambio de nombre: de HSBC a Davivienda. Y casi simultáneamente salieron dos noticias referidas al banco inglés, una internacional y otra nacional. La primera nos informa que el Gobierno de Estados Unidos le ha impuesto una multa al HSBC de 1,900 millones de dólares por no tomar medidas de control frente al lavado de dinero. Los protagonistas del lavado, junto al banco, eran nada menos que narcotraficantes mexicanos que movían dinero en territorio norteamericano y bancos de Arabia Saudita vinculados a grupos terroristas. Según la noticia, al HSBC se le ha impuesto solamente una multa, sin llevarlo a juicio penal, precisamente porque es un banco muy grande. Cualquier persona que hubiera sido responsable de lavado de dinero en cantidades mucho menores estaría siendo procesada penalmente. Pero parece que las grandes empresas se pueden salvar de las sanciones mejor que las personas. A pesar del delito y de lo elevado de la multa, el banco goza de privilegios, precisamente por ser una de las corporaciones más grandes del mundo.
La noticia local, simultánea a la internacional, nos informa que HSBC no pagó en El Salvador ni un centavo de impuestos por la millonaria venta que hizo a Davivienda. En otras palabras, este banco lavador de dinero vino al país, sustituyó el nombre de una institución financiera, hizo dinero a costa de los salvadoreños y se marchó cuando le dio la gana eludiendo los impuestos de venta, incluidos los que los ciudadanos normales pagamos de plusvalía de terrenos y edificios.
Ante esta noticia, podemos hacernos muchas preguntas. La primera, sobre nuestra legislación bancaria y si es justo dar estas facilidades a bancos sin ética ni moral, que desprecian los nombres propios del país y evaden impuestos con tranquilidad. La segunda, sobre el control de lavado de dinero. Si a pesar de la dura supervisión estadounidense el HSBC lavó dinero en ese país, no sería malo desarrollar una mayor capacidad de investigación de depósitos y recursos bancarios entre nosotros. Tenemos el pésimo precedente de lo que hizo la Corte Suprema de Justicia cuando hace 7 años restringió las atribuciones y facultades de la sección de Probidad para investigar los capitales y cuentas bancarias de los políticos. Y tenemos la elusión de impuestos del HSBC. Más control de los bancos es necesario. Abogar por la falta de control con el cuento del libre mercado puede ser simplemente una forma de justificar el enriquecimiento ilícito o la corrupción.