Los hombres y las mujeres son diferentes, es una realidad. Diferentes biológica, fisiológica y conductualmente, por ejemplo. Pero ello no justifica ningún tipo de relación de subordinación, menosprecio y trato desigual entre ellas y ellos. Hombres y mujeres tienen la misma dignidad intrínseca y, por tanto, los mismos derechos. Empero, la cultura patriarcal y machista ha impuesto roles diferenciados en función del género, basados en una supuesta superioridad del hombre sobre la mujer. Esta cultura, aún prevalente en nuestra sociedad, mantiene relegada a la mujer, en situación de sometimiento.
Los datos son elocuentes a este respecto. En el país, apenas un 50% de las mujeres participan en actividades laborales remuneradas, frente al 80% de los hombres. En promedio, las mujeres reciben mensualmente 56 dólares menos que los hombres, o en otros términos, un 82% del salario de estos. Además, el 70% de las salvadoreñas se dedican a labores de cuido o los mal llamados “quehaceres domésticos” sin ningún tipo de remuneración; labores que ni siquiera son entendidas como un trabajo formal, pese a que son esenciales para la sociedad. Un dato más: solo el 12% de las mujeres son propietarias, y esta proporción disminuye año con año.
Sin embargo, tanto a nivel nacional como internacional, crece la conciencia y el movimiento por los derechos y la igualdad de las mujeres. El acoso sexual, la violencia y la discriminación contra ellas ya no pasan desapercibidos, llegan a los titulares de los medios de comunicación, son parte del discurso público, y, en consecuencia, crece la determinación a favor de un cambio, a favor de la cero tolerancia ante este tipo de comportamientos. Ciertamente, las mujeres son las protagonistas de esta lucha y sus avances, pero cada vez encuentran más aliados entre los hombres, que saben que con ellas ganamos todos.
Así lo entiende el Secretario General de las Naciones Unidas. Y por ello vale citar parte de su mensaje para el Día Internacional de la Mujer, que se celebra cada 8 de marzo:
Nos encontramos en un momento decisivo para los derechos de la mujer. Las desigualdades históricas y estructurales que han dado lugar a la opresión y la discriminación están saliendo a la luz como nunca antes. Desde América Latina hasta Asia, pasando por Europa, en las redes sociales, los platós de cine, las fábricas y las calles, las mujeres están pidiendo que se produzca un cambio duradero y que no se toleren ni las agresiones sexuales ni el acoso ni ninguna clase de discriminación.
Conseguir la igualdad de género y empoderar a las mujeres y las niñas son tareas pendientes de nuestra época y constituyen el mayor desafío en materia de derechos humanos del mundo. [...]
La igualdad de género tiene que ver con los derechos humanos, pero también redunda en interés de todos: hombres y niños, mujeres y niñas. La desigualdad de género y la discriminación contra la mujer nos perjudica a todos. Ha quedado de sobra demostrado que invertir en las mujeres es la forma más eficaz de que las comunidades, las empresas e incluso los países prosperen. La participación de la mujer hace que los acuerdos de paz sean más sólidos, que las sociedades sean más resilientes y que las economías sean más pujantes. Normalmente, cuando se discrimina a las mujeres es porque hay prácticas y creencias de por medio que nos perjudican a todos. En cambio, las licencias de paternidad, las leyes contra la violencia doméstica y la legislación que favorece la igualdad salarial nos benefician.
En este momento decisivo para los derechos de la mujer, es hora de que los hombres apoyen a las mujeres, las escuchen y aprendan de ellas. Es primordial que haya transparencia y rendición de cuentas para que puedan alcanzar todo su potencial y nos ayuden a todos a prosperar en la comunidad, la sociedad y la economía.