La sociedad actual, salvo excepciones aisladas y cada vez más escasas, no se organiza teniendo como centro al ser humano, sino lo que dictan las leyes del mercado. Gradualmente, la autonomía de los Estados nacionales ha ido cediendo frente al mercado, frente al “dios mercado”, como lo llamó Zygmun Bauman. El mercado manda. No es el agricultor que cosecha maíz, frijol o café el que fija el valor económico de su esfuerzo, sino el juego de la oferta y la demanda; la misma dinámica que premia con ganancias o castiga con pérdidas a quienes especulan con criptoactivos o productos bursátiles. Los criterios del mercado permiten justificar y librar de culpas a los que pagan salarios de explotación en jornadas laborales “flexibles”, y también ocultan que los más ricos son los ganadores de siempre.
Las instituciones educativas no escapan a esta realidad. En particular, las instituciones de educación superior están siendo permeadas gradualmente por la lógica del mercado, que ha implantado la idea de que la educación es una mercancía, no un derecho. Así, muchas universidades han perdido su naturaleza de oferentes de un bien público para reconocerse a sí mismas como empresas, parte de la “industria educativa”. Desde esa óptica, el estudiantado pasa a ser considerado y tratado como cliente. Una de las consecuencias más perniciosas de esta lógica es que lleva a que los Gobiernos se desentiendan de sus responsabilidades con las universidades y se extienda la creencia de que la educación, como la salud, a más cara, mejor.
Para el neoliberalismo, la educación es un negocio como cualquier otro y los individuos (que es la única figura que cuenta) deben tener la libertad de elegir entre las opciones que brinda el mercado. Por tanto, el Estado debe abandonar su papel activo en la educación y dejar esta labor a la iniciativa privada. Más mercado y menos Estado, y para eso es menester que la educación deje de ser un servicio público, gratuito y universal. Quienes no pueden pagar deben resignarse a abandonar sus estudios, esperar un cupo en las instituciones públicas o adquirir deudas para costear la carrera profesional.
Algo esencial en esta lógica de mercado es la imposición del lenguaje gerencial. Términos como “competitividad”, “eficiencia” y “eficacia” tienen su origen en el pensamiento económico liberal o neoliberal. Dos ejemplos para ilustrar. La eficiencia es alcanzar, en el menor tiempo posible y con el mínimo de recursos, el resultado planificado. Una fábrica de automóviles es más eficiente si pasa de producir un vehículo a la semana con el trabajo de 10 personas a elaborar seis con seis empleados. Por otro lado, la eficacia consiste en alcanzar una meta, por lo que importa más el resultado, el logro, que el camino o el método que se utiliza.
Estos términos se usan hoy en educación. Los resultados educativos se ponderan con índices de aprobación y reprobación, de graduados y deserción, la mayoría de las veces sin profundizar en el nivel de asimilación de los contenidos ni el contexto socioeconómico del estudiantado. Por otra parte, cada vez más centros de educación superior se ven orillados a decidir qué carreras ofrecer en base a las demandas del mercado, que no siempre coinciden con las necesidades de un país. Por ello, crece el número de carreras técnicas, pero no las humanísticas. En naciones con problemas estructurales y crónicos, desentenderse de la educación es condenar a las futuras generaciones a heredar precariedad.
Recuperar o replantear el carácter de compromiso social de la educación universitaria es urgente. El padre general de los jesuitas Peter Hans Kolvenbach dijo que el auténtico criterio para evaluar a las universidades no es lo que los estudiantes hacen, sino lo que acaban siendo y la responsabilidad adulta con la cual trabajan en el futuro a favor de los demás. En la misma línea, Ignacio Ellacuría afirmó que la eficacia de una universidad debe medirse por su capacidad de contribuir, a través del conocimiento, la investigación y la proyección social, a un cambio social que favorezca a la mayoría de la población. Por supuesto, estos no son criterios del mercado, pero apuntan a que la educación cumpla su verdadero propósito, allende de infografías y éxitos individuales.