Con lo visto de la campaña electoral, queda claro que los candidatos y los partidos no están a la altura de lo que demanda la situación de crisis que vive el país. En la más reciente encuesta del Iudop, publicada esta semana, 76 de cada 100 personas piensan que las propuestas que se han hecho hasta hoy son “más de lo mismo”. Y en este caso, el consenso popular no se equivoca. Asistimos a una de las campañas más pobres, mediocres y carentes de propuestas realistas. Hasta el momento, lo único rescatable es que la violencia no se ha hecho presente, lo que no es poco en una sociedad acostumbrada a dirimir las diferencias por esa vía.
Más allá de las burdas mentiras de algunos candidatos sobre sus hábitos personales, se ha puesto en boga intentar engañar con ofrecimientos desaforados. Uno de los precandidatos presidenciales de Arena, dueño de una cadena de supermercados, ha ofrecido, junto al candidato a alcalde de su mismo partido, hacer de Nejapa un municipio de Primer Mundo. Hace tres años, Roberto D’Abuisson, entonces candidato a alcalde, prometió lo mismo para Santa Tecla. Ahora, en su campaña por la reelección, D’Abuisson ha dicho que una ciudad de Primer Mundo no se construye en tres años, pero afirma haber sentado las bases para hacer de Santa Tecla una “smart city”. El mismo término ha empleado en su campaña el candidato a edil capitalino por el partido Arena. ¿Qué entienden cuando hablan de ciudad de Primer Mundo o de ciudad inteligente?
Ciudades de Primer Mundo hay muchas, buenas y malas, prósperas y pobres, seguras e inseguras. Estados Unidos, el país más rico del mundo y al que estos políticos ven como un espejo del futuro de El Salvador, tiene urbes como Cleveland (Ohio) y Nueva Orleans (Luisiana), las más pobres en la nación del norte. Detroit (Michigan) y Oakland (California) registran alrededor de 2 mil homicidios por cada 100 mil habitantes. En el lenguaje común, una ciudad de Primer Mundo es aquella que ha alcanzado un alto grado de desarrollo humano; es decir, buena distribución de la riqueza, alta esperanza de vida y óptima calidad de los servicios públicos, entre otros. Una ciudad así, en teoría, garantiza buena educación para todos sus habitantes y empleo digno para la gran mayoría. ¿A esto se refieren los candidatos de Arena? ¿O solo a “embellecer” con parques remozados, calles bien señalizadas y agentes del CAM en las esquinas?
Por otro lado, las ciudades inteligentes son aquellas que aplican las nuevas tecnologías para, por ejemplo, gestionar eficientemente los sistemas de transporte público y privado, la energía y los recursos hídricos, y garantizar gobernanza y seguridad. ¿De esto hablan Ernesto Muyshondt y D’Abuisson? ¿O únicamente ofrecen instalar sistemas de video-vigilancia? Una ciudad inteligente o de Primer Mundo no es la que tiene más policías y mejores sistemas para vigilar los espacios públicos, sino una que poco necesita de eso porque hay oportunidades de estudio y de trabajo para todos. En el fondo, por lo menos a nivel teórico, tanto las ciudades de Primer Mundo como las inteligentes hacen del bienestar de cada persona el centro de sus preocupaciones. Si los candidatos que hacen este tipo de promesas no ponen en el centro de sus políticas a los salvadoreños, el país tendrá ciudades inteligentes y de Primer Mundo pobladas de gente del tercero.
Además, la promesa de los candidatos tiene otra seria objeción: los niveles de vida y de consumo del Primer Mundo no son universalizables. La cuarta parte de la población mundial consume el 70% de la energía, el 75% de los metales, el 85% de la madera y el 60% de la comida del planeta. Mientras, alrededor de 3 mil millones sobreviven con menos de 2 dólares al día y mil 200 millones con menos de uno. La única manera de que el Primer Mundo tenga el alto nivel de vida del que goza es que el resto siga en condiciones de desigualdad y pobreza. La Tierra ha dado suficientes signos de agotamiento; es irracional pretender que las economías crezcan infinitamente en un planeta con recursos finitos. Sencillamente, no hay posibilidad material de que todos vivamos como en el Primer Mundo. Por tanto, aunque suene muy atractivo, prometer ciudades con estándares de vida como las del Primer Mundo es una mentira, es pura demagogia electorera. Estos candidatos prometen imposibles, y lo saben, o deberían saberlo.