Ruptura de la esperanza

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Editorial UCA
31/10/2022

La esperanza encuentra suelo fértil en los pueblos centroamericanos. Hace décadas, la esperanza en que la paz fuera fuente de una sociedad más justa y un desarrollo equitativo se mantuvo en El Salvador pese a la barbarie y el sinsentido de la guerra. Cuando la frustración y los golpes de la realidad indicaron a muchos que ese sueño era una ilusión, la migración se multiplicó, la esperanza se puso en otro lugar, en el Norte desarrollado. Por otra parte, los cambios de rumbo en la política nacional, como en su momento fueron el gane de Mauricio Funes y el de Nayib Bukele, han tenido como trasfondo la esperanza popular de un futuro diferente. Sin embargo, la esperanza solo se mantiene cuando se persiguen fines objetivamente buenos y se comprueba el avance hacia los mismos.

La lentitud en los procesos, las actitudes ambiguas y los retrocesos en el desarrollo humano marcan el surgimiento del miedo. Este es un proceso irreversible, por más que los poderes establecidos busquen mantener la ilusión invirtiendo en propaganda, otorgando favores a propios y extraños, y realizando promesas y actividades con escenarios y efectos de ciencia ficción. Lo cierto es que o se avanza claramente hacia el desarrollo, o la esperanza se pierde y surge el miedo. Y cuando este se apodera de la gente, solo los testigos de la verdad y la fe generan esperanza, porque su actitud ante la vida demuestra que la fidelidad a determinados valores es siempre más fuerte que el mal.

En el país se ven a diario señales de ruptura de la esperanza. La práctica desaparición de los mecanismos de control del poder político ha supuesto un balde de agua fría para buena parte de la clase media y del sector profesional. A la migración por causas económicas se le ha sumado la que nace del miedo a un poder político prepotente y antidemocrático muy amigo de repartir condenas judiciales sumarias. La indebida relación entre fines y medios en la persecución de la delincuencia, plagada de violaciones a derechos básicos, ha aumentado la incertidumbre entre amplios sectores de la población. Asimismo, la reducción del presupuesto2023 a sectores claves como salud y pensiones, que contrasta con el aumento al rubro de comunicaciones (es decir, propaganda), rebajará los niveles de esperanza en un porcentaje de la población. E igual resultado tendrán el lujo del que hacen gala los nuevos ricos de Nuevas Ideas.

El Salvador necesita diálogo para renovar la esperanza. Si alguna guerra tiene que hacer el Gobierno de Bukele, es contra la pobreza. La actividad económica siempre ha beneficiado en exceso a unas minorías, dejando en la pobreza o en la vulnerabilidad a las mayorías. Y hoy todo indica que se están reforzando estatalmente los patrones neoliberales de funcionamiento, al tiempo que se trata de adornar la situación con promesas de obras extraordinarias, propaganda sin contenido real y ataques a la sociedad civil crítica. La esperanza es un bien profundamente humano. Cultivarla es indispensable para construir un futuro respetuoso con la dignidad humana. En este sentido, es fundamental que el poder sepa hacer suyos los dolores y limitaciones de la gente, dialogar sobre la problemática social y dar pasos eficaces en la superación de los males nacionales. Lo contrario, cerrar los ojos al dolor que produce la exclusión, negarse al diálogo y mantener la estructuras tradicionales que provocan desigualdad y violencia, solo lleva a la pérdida de la esperanza y al fracaso.

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