El 6 de agosto, en la catedral metropolitana, monseñor José Luis Escobar pronunció una homilía clave para señalar el camino que debe impulsar la Iglesia en el país con respecto al desarrollo social y el bien común. Al inicio de sus palabras, el arzobispo citó una frase de Ignacio Ellacuría: “Solo utópica y esperanzadamente uno puede creer y tener ánimos para intentar con todos los pobres y oprimidos del mundo revertir la historia, subvertirla y lanzarla en otra dirección”. A partir de ella, construyó una homilía en la que fe cristiana, justicia social y propuesta de cambio indican los cambios fundamentales, y en su mayoría estructurales, que necesita El Salvador en el campo de la educación, la salud, las pensiones y el sistema de justicia, incluido el tema del encarcelamiento de inocentes. Cambios que también son morales y que suponen luchar contra la corrupción y abandonar “las divisiones exacerbadas por la ideologización y los partidismos que han desangrado por años este país, principalmente a los pobres”.
La homilía del arzobispo continúa la senda marcada por los profetas salvadoreños, algunos de ellos ya reconocidos como mártires por la Iglesia, como el padre Rutilio Grande y monseñor Romero. De Rutilio se recuerda siempre su homilía en la “bajada” del Salvador del Mundo, a principios de los años setenta, en la que insistió en la necesidad de que los cristianos trabajen en la transfiguración de El Salvador. Monseñor Romero brilla por su incesante clamor en favor de la justicia social, la paz y la defensa de los pobres. Estar donde está el sufrimiento humano era para él una tarea cotidiana. Otras referencias de la homilía al papa Francisco, Charles de Foucauld y Bartolomé de Las Casas enfatizaron en el compromiso cristiano de impulsar la historia hacia el Reino de Dios, Reino de verdad, vida, amor, justicia y paz.
La homilía del arzobispo ofrece un camino adecuado para corregir la graves disonancias nacionales. La fe cristiana no puede ser indiferente a la tarea de crear una sociedad fraterna a través de estructuras legales que defiendan la igual dignidad humana y los derechos de la persona. En El Salvador, todo cristiano está llamado a buscar una sociedad solidaria y equitativa, y a defender los derechos humanos básicos de la persona. Menospreciar los derechos humanos, atacar a quienes los defienden, es optar por una sociedad enemiga de la fe cristiana. Del odio a los derechos humanos a caer en actos persecutorios hay un paso muy pequeño. Y toda persona con liderazgo político o social debería tener en cuenta ese peligro.
El proceso de beatificación de cerca de cincuenta personas asesinadas en el último cuarto del siglo veinte, anunciado durante la homilía, reafirma la seriedad del compromiso cristiano. “Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos”, decía Jesús de Nazaret. Y los 47 mártires a los que se refirió el arzobispo dieron la vida por sus amigos los pobres, los que tienen hambre y sed de justicia, los marginados y excluidos de los bienes básicos necesarios para el desarrollo pleno de las capacidades humanas. Reflexionar sobre la homilía del 6 de agosto es tarea importante para todo el que se considere cristiano, recuerde a los mártires con el aprecio que se merecen y desee un El Salvador pleno de solidaridad y justicia, equidad y desarrollo humano.