José María Tojeira o Chema, tal como se presentaba, entró en el ámbito nacional e internacional a raíz de la masacre de la UCA, en noviembre de 1989. Avisado por Obdulio, el esposo de Elba y el padre de Celina, salió al encuentro de los cadáveres, que los soldados dejaron tirados en el jardín. Desde ese momento, su vida quedó vinculada para siempre con los mártires de la UCA.
Los vinculó la tribulación, la gloria del seguidor de Jesús, tal como señala Pablo en la segunda lectura. Los mártires asesinados cobardemente no murieron. Chema retomó su lucha por la verdad y la justicia. Se enfrentó con el poder militar del país y de Washington, empeñados en eludir su responsabilidad en la masacre. Hizo valer el testimonio de la testigo que vio entrar en la residencia de los jesuitas a soldados y no a guerrilleros.
Consiguió, con tenacidad y paciencia, virtudes probadas en la tribulación, el enjuiciamiento de los autores materiales de la masacre. Un juicio insólito. Era la primera vez que se juzgaban oficiales y soldados. Estos últimos fueron exonerados de culpa, mientras que los autores intelectuales fueron ignorados. Años más tarde, la justicia española estableció la verdad judicial, que el país se resiste a aceptar. Otro juicio, abierto por iniciativa gubernamental, permanece estancado.
No deseaba venganza, ni siquiera pidió prisión para los culpables. Ofreció perdón y pidió el indulto para los dos oficiales condenados en el primer juicio, pero el poder político lo negó. Luchó por introducir la justicia transicional para facilitar la reconciliación nacional, pero tampoco fue escuchado. Los poderes de este mundo cultivan la enemistad, el odio y la confrontación.
A pesar de los fracasos, Chema no se cansó de reclamar verdad y justicia para todas las víctimas de la violencia institucionalizada de antes y de ahora. Antes, siendo rector de la UCA, avisó al gobierno y a la cúpula de la empresa privada de la necesidad de introducir reformas socioeconómicas drásticas y rápidas para contrarrestar la amenaza de las pandillas. En estos tiempos recios que corren, se opuso a utilizar los derechos de las víctimas como excusa para negar los derechos fundamentales de los inocentes y los culpables. Recogió el clamor de las madres de los desaparecidos. Abogó por el cuidado de la casa común. Rechazó la minería metálica, reclamó el derecho universal al agua. Defendió el Estado de derecho, la libertad, la crítica y el diálogo.
Su voz resonó en el desierto de la indiferencia, el materialismo y el individualismo. Pero no desesperó. Aguardó confiado el amanecer del derecho y la justicia. El día cuando ya no haya muerte, ni llanto, ni quejas, ni dolor, porque ese mundo viejo habría pasado y todas las cosas serán nuevas. A Chema lo sostenía la esperanza de los hijos e hijas de Dios.
La fuerza del pecado del mundo no era nueva para él. En Honduras, su primer destino en Centroamérica, defendió los derechos de los campesinos de la costa norte, violentados por los terratenientes y los militares. Estos le cerraron Radio Progreso, de la cual era director. Pero pronto consiguió ponerla de nuevo en el aire, gracias a su diplomacia gallega.
En sus primeros años en El Salvador, a donde llegó a mediados de la década de 1980, retomó la defensa del derecho y la justicia. Responsable de la formación de los jesuitas jóvenes, visitaba Mariona para cuidar humana y espiritualmente de los detenidos. La prisión no fue impedimento para entablar amistad duradera con varios de ellos. En esos años se aficionó al futbol. Junto con un grupo de amigos asistía a los partidos desde sol o vietnam. Disfrutaba más esta gradería que el juego mismo.
Cuando asumió la dirección del Instituto de Derechos Humanos de la UCA en 2017, tenía conocimiento directo de la opresión y la injusticia, de la lucha por el derecho a la vida de los oprimidos y de sus riesgos. Asumió el desafío con determinación y valentía. En 2022, dejó la dirección del Instituto, pero no la defensa de los pobres, de las mujeres, del medio ambiente y la democracia. Lo hizo en editoriales y columnas de opinión en las plataformas de la UCA, el Diario Co Latino, Orientación, las redes digitales y en innumerables intervenciones públicas. Su programa “Al filo de la semana”, transmitido por YSUCA, tenía audiencia. Chema era muy mediático, pero no para gloria personal, sino para dar voz a quienes se la han quitado.
La voz profética de Chema estaba fundamentada en los análisis de los organismos internacionales y, sobre todo, en el magisterio social de la Iglesia, que conocía bien. El tema lo apasionada. Precisamente, el día de su partida tenía una conferencia en la Universidad Rafael Landívar de la Ciudad de Guatemala. Se fue justo antes de llegar a la cátedra. Aquí, en la UCA, dejó un curso empezado sobre el mismo tema.
Antes de salir para Guatemala, grabó lo que fue su último “Al filo de la semana”, en el cual insistió en la necesidad de políticos inteligentes y bondadosos, esto es, capaces de dialogar, de comprender, de perdonar y de ser amigos. Política, inteligencia y bondad debían caminar juntas. La muerte lo sorprendió anunciando que el viejo mundo estaba por pasar para dejar espacio a uno nuevo.
El paso de Chema por la UCA, como profesor primero y luego como rector durante doce años dejó una huella imborrable. Dio varios cursos de historia de la Iglesia en teología. Ya antes había escrito una historia de la Iglesia hondureña. Pero pronto dejó las clases de historia para impartir cursos sobre el martirio y espiritualidad, también en teología, y de ética en derecho. Conocía y admiraba la poesía del siglo de oro español y cultivaba el idioma.
En el aula sembró principios y valores, sabiduría y mística. Cultivó la inteligencia de sus estudiantes y les abrió horizontes. Pero, sobre todo, cultivó la bondad. Chema tenía un sentido profundo de lo humano. Después de las graduaciones, los nuevos profesionales lo buscaban para inmortalizar el momento en una fotografía.
En la rectoría fue más de lo mismo. Su despacho siempre estuvo abierto para el personal y los estudiantes necesitados de ayuda. Cultivó una relación cercana con el personal de mantenimiento, de jardinería y de vigilancia. Casi nadie abandonó su oficina sin respuesta a su necesidad, aun cuando para ello se hubiera saltado las instancias institucionales. Ayudar era más importante que observar puntillosamente las normas. Su calor humano y su desarmadora sonrisa neutralizaban los reparos burocráticos.
Chema no fue solo un docente bien evaluado y un rector eficaz. Sobre la marcha, descubrió la vocación y la mística universitarias. En estos días, desde Noruega, un exalumno me expresó que estaba muy agradecido por su vida, no solo porque en la UCA estudió psicología, sino, sobre todo, porque en ella encontró humanismo y mística, lo cual, decía, “nos ha inspirado y nos ha marcado para siempre”. A pesar de más de un escéptico, Chema recogió y puso a producir el legado de Ignacio Ellacuría y sus compañeros.
En sus comparecencias públicas, incomodaba a los poderosos. No solo por su denuncia clara y cruda, sino también por la forma. Su palabra dura iba acompañada por una sonrisa, que los ponía nerviosos, porque pensaban que, además de desacreditarlos, se reía de ellos. No era esa su intención. Esa sonrisa era permanente. No podía evitarla.
Chema fue también un buen pastor. Primero en Honduras y después en El Salvador. Ejerció el ministerio en varias comunidades pobres. Dirigió la pastoral de la UCA cuatro años. Luego sustituyó al recordado Dean Brackley en la parroquia universitaria durante ocho años. Por último, fue párroco de El Carmen de Santa Tecla, cuya reconstrucción había emprendido. Cercano al clero de la arquidiócesis, no faltaba a sus reuniones. Frecuentemente fue predicador invitado en la fiesta patronal de varias parroquias. Colaboró con las conferencias de religiosos de Honduras y El Salvador.
En la Compañía de Jesús fue superior y provincial, pero primero fue buen compañero y amigo leal. Los cargos de autoridad no lo alejaron de sus compañeros. Siempre escuchó y echó una mano donde se necesitaba. Siempre servicial, no sabía decir que no, aun cuando esa disponibilidad lo metiera en dificultades. Fue muy cercano a los jesuitas jóvenes, cuya vocación cuidaba y animaba. Su manera de ser jesuita atraía a jóvenes con inquietudes vocacionales, a quienes atendía con solicitud y cariño. Por donde pasó, se ganó el aprecio de quienes caminaron con él.
La defensa de los pobres es la opción fundamental que atraviesa su vida. Chema no andaba preocupado por su vida, sino por las víctimas de la injusticia y la violencia. Buscó el reino de Dios, confiado en que lo demás vendría por añadidura. No se preocupaba del mañana. Más bien se reía, entre confiado y nervioso.
Escuchó la palabra del Señor que habla de paz. Una paz que solo es posible donde la verdad y el amor se encuentran. Vislumbró el cielo nuevo y decidió entregarse a acercarlo. Se desvivió por reunir a un pueblo desigual, desavenido y disperso, y por convertirlo en pueblo de Dios, el sueño de Mons. Romero.
Chema fue un enviado de Dios de risa fácil, de buen humor, cercano y cordial, que deja recuerdos imborrables en todos nosotros. Su vida, su obra y su espíritu vivirán en nosotros, si guardamos su memoria, si ponemos a producir sus enseñanzas y si damos continuidad a la obra empezada.
Su ausencia física es también presencia sonriente y provocadora, que nos desafía y nos alienta a seguir sus pasos.
Descansa en paz, pero no nos dejes descansar mientras la justicia y la paz no se abracen.
San Salvador, 11 de septiembre de 2025.
* Homilía del P. Rodolfo Cardenal en la misa de cuerpo presente del P. José María Tojeira.